VII DOMINGO DESPUES DE PENTECOSTÉS
Forma Extraordinaria del Rito Romano
Homilía de San Hilario, Obispo
Nos advierte el Evangelio que las palabras lisonjeras y la
suavidad de modales se han de aquilatar por el fruto de las obras, de manera
que no hemos de estimar a uno por su modo de hablar, sino por su modo de obrar;
porque con frecuencia bajo la piel de la oveja se oculta la ferocidad del lobo.
Así como las espinas no producen uvas, ni los cardos higos, ni los árboles
malos dan buenos frutos así nos enseña el Señor que la realidad de las
buenas obras no consiste en esas maneras externas, y que por tanto, todos deben ser reconocidos por sus frutos. Porque
las palabras deferentes no bastan a conquistar el reino de los cielos, ni el
que dice: “Señor, Señor”, será por eso su heredero.
¿Qué mérito hay, en efecto, en llamar al Señor: “Señor”? ¿Es que no lo sería
si no le llamáramos así? ¿Y qué santidad denota el pronunciar este nombre,
cuando el camino del reino celestial no se halla tanto en el hablar como en el
cumplir la voluntad de Dios? “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor,
¿Acaso no hemos profetizado en tu nombre?” Otra vez condena aquí el Señor la
mala fe de la los falsos profetas y las simulaciones de los hipócritas que
hacen consistir toda su gloria en la virtud de la palabra, en la
predicación de la doctrina,
en la expulsión de los demonios o en los efectos de otras obras de este género.
Y en eso se apoyan ellos
para prometerse el reino de los cielos, como si algo de lo que dicen o hacen
fuese propio suyo, y no le perfeccionase todo el poder de Dios debidamente
implorado; como si su ciencia no la sacasen del estudio de las divinas
enseñanzas; como si no fuese el nombre de Cristo el que expulsa a los demonios.
Así, pues a nosotros corresponde el merecer la eterna felicidad, y algo hemos
de poner de nuestra parte, aspirando a hacer el bien, evitando el mal y
obedeciendo de todo corazón a los divinos preceptos;
logrando así que Dios nos tome en consideración; pero para esto nos es
necesario hacer todo lo que él quiere, más que jactarnos de lo que él puede, ya
que nos consta que repudia y rechaza a aquellos que se han hecho indignos de la
consideración divina por sus malas obras.