martes, 26 de julio de 2016

EL TESORO ES EL CELESTIAL DESEO; EL CAMPO, EN EL QUE SE OCULTA EL TESORO, ES UNA VIDA DIGNA DEL CIELO. San Gregorio



Homilía de maitines
26 de julio
SANTA ANA, MADRE DE LA SANTÍSIMA VIRGEN
Forma Extraordinaria del Rito Romano

HOMILIA DE SAN GRAGORIO, PAPA
Homilía 11 sobre los Evangelios

Si el Señor, hermanos carísimos, nos describe el reino de los cielos como semejante a las cosas de la tierra, lo hace para que nuestra mente se eleve de lo conocido a lo desconocido, por medio de lo visible a los invisible, y que movido por las verdades que conoce por experiencia, se enardezca de tal suerte, que al efecto que siente por un bien conocido le enseñe a amar lo desconocido. “He ahí que el reino de los cielos es comparado a un tesoro escondido en el campo, que si lo halla un hombre, lo esconde, y gozoso del hallazgo va y vende todo cuanto tiene y compra aquel campo”
En este hecho debemos también advertir, que una vez hallado el tesoro, es escondido; a fin de conservarlo. Y esto lo hacen porque el ardor del celestial deseo no basta para guardarlo de las asechanzas de los espíritus malignos, si no se oculta a las alabanzas humanas. Y a la verdad, en la vida presente nos hallamos como en un camino, por el cual nos dirigimos a la patria, y los espíritus malignos, a manera de ladronzuelos, nos están acechando. Por lo mismo, desea que le roben aquel que lleva públicamente su tesoro. Esto lo digo, no para que vuestros prójimos no vean vuestras buenas obras, siendo así que esta escrito: “Vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que esta en los cielos”, sino a fin de que por medio de nuestras obras no busquemos las externas alabanzas. Que de tal suerte la obra sea pública, pero no sea conocida nuestra intención, para qua así demos ejemplo de buenas obras al prójimo, y que no obstante, por la intención que tenemos de agradar únicamente a Dios, siempre deseemos el secreto.
El tesoro es el celestial deseo; el campo, en el que se oculta el tesoro, es una vida digna del cielo. Adquiere este campo, después de haber vendido todas las cosas, el que renunciando a los placeres de la carne, holla todos los deseos terrenos mediante la observancia de la disciplina celestial, de tal suerte que ya nada guste de cuanto halaga a la carne, nada huya de cuanto pueda mortificar la vida de los placeres de la carne.