EL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA
EN EL MISTERIO DE LA VISITACIÓN.
EL CORAZÓN DE NUESTRA MADRE (4)
En este primer sábado de mes de
julio en la que la Iglesia nos invita a festejar el misterio de la Visitación
de nuestra Señora a su prima santa Isabel, se nos revela la inmensa caridad del
corazón inmaculado de Nuestra Señora.
La Virgen María, tras recibir
el anuncio del Ángel en Nazaret y haber concebido por obra del Espíritu Santo
al Hijo de Dios en sus entrañas, nos dice el Evangelio que “poniéndose en
camino, se fue apresuradamente a las montañas de Judea a una ciudad de la tribu
de Judá; y habiendo entrado en la casa
de Zacarías, saludó a Isabel.”
Como prueba de que el misterio
anunciado era verdad y para confirmarlo, el ángel le comunica que su prima
anciana y estéril ya estaba de seis
meses. María cree en las palabras del Ángel, no duda, y el ir a visitarla no es
para cerciorarse de que el ángel decía la verdad; pues su respuesta es de quién
ha creído en la palabra anunciada: “He aquí la Esclava del Señor, hágase en mí según
tu palabra.”
Dice el Catecismo que “La Virgen María realiza de la manera más perfecta
la obediencia de la fe”, pues “en la
fe, ella acogió el anuncio y la promesa que le traía el ángel Gabriel, creyendo
que «nada es imposible para Dios».” “Durante
toda su vida, y hasta su última prueba, cuando Jesús, su hijo, murió en la
cruz, su fe no vaciló. María no cesó de creer en el «cumplimiento» de la
palabra de Dios.”
María es “la realización más
pura de la fe”, en cuanto al hombre le es posible, de tal modo que San Agustín
llega a exclamar: “Más bienaventurada es
María al recibir a Cristo por la fe que al concebir en su seno la carne de
Cristo.” Y san León Magno dirá: “Antes
de concebir corporalmente a su prole, divina y humana a la vez, la concibió en
su espíritu.” Y así se entienden las palabras de Jesús a aquella mujer que
alaba las entrañas y los pechos que lo amamantaron: “Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.”
María es doblemente dichosa:
porque llevó en sus entrañas y alimento al mismo Hijo de Dios, y escuchó su
palabra y la cumplió.
¿Qué fue lo que impulsó a la
Virgen a subir presurosamente a visitar a su prima Isabel e ir ayudarla? La fe. La fe fue la que impulsó a la Virgen,
porque por medio de la fe respondemos al misterio insondable del amor de Dios.
La fe es la respuesta del hombre a “acoger
llenos de estupor y gratitud una inaudita iniciativa divina que nos precede y
nos reclama.” Pero por la fe, se inflama la caridad. Dios quiere transformarnos
de un modo tan profundo que él sea quien viva en nosotros. Cuando dejamos que
Dios nos transforme por el fuego de la caridad, él vive en nosotros y nos lleva
a amar con él, en él y como él.
Como señaló el Papa Benedicto
XVI, la fe y la caridad están indisolublemente unidas. No hay, no puede existir
contradicción entre ellas:
“La fe es conocer la verdad y adherirse a
ella; la caridad es «caminar» en la
verdad (cf. Ef 4,15).
Con la fe se
entra en la amistad con el Señor; con la caridad se vive y se cultiva esta
amistad (cf. Jn 15,14s).
La fe nos hace
acoger el mandamiento del Señor y Maestro; la caridad nos da la dicha de
ponerlo en práctica (cf. Jn 13,13-17).
En la fe somos
engendrados como hijos de Dios (cf. Jn 1,12s); la caridad nos hace perseverar
concretamente en este vínculo divino y dar el fruto del Espíritu Santo (cf. Ga
5,22).
La fe nos lleva a
reconocer los dones que el Dios bueno y generoso nos encomienda; la caridad
hace que fructifiquen (cf. Mt 25,14-30).” (Mensaje de la Cuaresma 2013)
Porque como dirá el Apóstol
Santiago: “la fe sin obras está muerta”,
pues no está vivificada por la caridad. María creyó y amó con todo su corazón,
con toda su mente, con todas sus fuerzas. Visita a su prima, la que es Madre
del Salvador y Señor del mundo, se hace esclava y sierva del prójimo,
entregando su propia vida por los otros… La caridad de María no termina en la
ayuda a su prima. Su vida es toda ella caridad y en la cruz, su caridad se hace
todavía más grande ofreciéndose junto con su Hijo por la salvación de los
pecadores. Un amor de María que sigue vivo, pues su corazón inmaculado ya glorioso
en el cielo sigue amándonos y ella nos lo ofrece a todos nosotros como refugio
seguro. Recordemos su aparición a Sor Lucía en Pontevedra donde la Virgen se
presenta con el corazón en su mano en actitud de ofrendárnoslo y aquellas
palabras: “No tengas miedo. Mi Inmaculado Corazón será tu refugio.”
Que nuestra petición en este
día sea:
Virgen María, haz nuestro
corazón semejante al tuyo.
Que escuchemos la Palabra de tu
Hijo Jesús y cumplamos su voluntad.
Que por la fe engendremos a
Jesús en nosotros
Y por la caridad lo llevemos a
los demás,
En el testimonio de nuestra
entrega.
Que nos dejemos inflamar por su
amor que nos primerea
y amemos así a nuestros
hermanos,
saliendo al paso de los que
sufren, de los que están necesitados,
de los que se sienten solos y
abandonados,
de aquel que pide nuestra ayuda.
Sólo así, podremos exclamar
junto contigo:
“Magnifcat anima mea Dominum.”
Solo así podremos gozar de tu
misma alegría:
Se alegra mi espíritu en Dios
mi Salvador.
Sólo así seremos misioneros del
amor y de la misericordia de Dios, como
tú, Virgen Bendita:
“Porque el Poderoso ha hecho
obras grandes por ti”.