Homilía de maitines
X DOMINGO DESPUÉS DE
PENTECOSTÉS
FORMA EXTRAORDINARIA DEL RITO ROMANO
Homilía de San Agustín,
Obispo.
Sermón 36 sobre
las palabras del Señor
Podía el fariseo haberse contentado con decir: “Yo no
soy como muchos hombres”. Mas con estas palabras: “ Como los demás hombres”, ¿no
se refiere a todos, excepto a sí mismo? Pero he ahí un publicano, ¡buena
ocasión, semejante vecindad, para engreírse todavía más y más! Y efectivamente,
el fariseo añade: “No soy tampoco como este publicano”. Como si dijera: yo soy
un hombre aparte; éste es un hombre como los demás. Yo me distingo de este
hombre en virtud de mis propios méritos, gracias a los cuales no soy malvado.
“Ayuno dos veces a la semana: pago los diezmos
de cuento poseo”. En estas palabras buscaríamos en vano lo que pide a Dios.
Habiendo subido al templo a orar, en vez de pedir algo a Dios hace su propia
apología. Y como si no fuera bastante alabarse a sí mismo en vez de rogar a
Dios, insulta además al que está rogando. “El, publicano, por el contrario, se
mantenía apartado”, y, no obstante, estaba cerca de Dios. El conocimiento
de su conciencia le repelía, mas su piedad le aproximaba.
Porque siendo el Señor altísimo, pone los ojos en las criaturas humildes.
En cuento a los que se elevan, como lo hacía aquel fariseo, conócelos de lejos.
Dios mira de lejos a los soberbios, mas no los perdona. Considera de nuevo la
humildad del publicano; no le basta permanecer apartado; sino que ni siquiera
sus ojos osaba levantar al cielo; para atraerse las miradas del Señor, no se
atrevía a mirarle, su conciencia lo amilanaba, pero la esperanza lo alentaba.
Escucha todavía: “Se daba golpes en el pecho”, él mismo se castigaba; por eso
el Señor perdonó a aquel hombre que confesaba su miseria. “Golpeaba su pecho,
diciendo: Dios mío, ten misericordia de mí que soy un pecador”. He ahí un
hombre que ora. ¿Por qué asombrarte de que Dios le perdone, cuando él mismo se
confiesa pecador?