LA MATERNIDAD DE LA IGLESIA HACIA LOS
DIVORCIADOS
Reflexión diaria del Compendio de la
Doctrina Social de la Iglesia (n.226)
La Iglesia no abandona a su suerte aquellos que,
tras un divorcio, han vuelto a contraer matrimonio. La Iglesia ora por ellos,
los anima en las dificultades de orden espiritual que se les presentan y los
sostiene en la fe y en la esperanza. Por su parte, estas
personas, en cuanto bautizados, pueden y deben participar en la vida de la
Iglesia: se les exhorta a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el
sacrificio de la Misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de
caridad y las iniciativas de la comunidad a favor de la justicia y de la paz, a
educar a los hijos en la fe, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia
para implorar así, día a día, la gracia de Dios.
La
reconciliación en el sacramento de la penitencia, —que abriría el camino al
sacramento eucarístico— puede concederse sólo a aquéllos que, arrepentidos,
están sinceramente dispuestos a una forma de vida que ya no esté en
contradicción con la indisolubilidad del matrimonio, según las directrices de
la Congregación de la fe.
Esta
forma de vida consiste en un primer caso en la ruptura de esa nueva relación.
Cuando existen hijos y otras circunstancias que dificultan la ruptura, la
Iglesia prevé la posibilidad de un pacto de castidad absoluta en esa relación ante
un sacerdote que los acompañe espiritualmente, y este pacto le abriría la
posibilidad de recibir el sacramento de la penitencia y poder comulgar en un
lugar que no fuese motivo de escándalo –normalmente donde no sean conocidos-,
ya que al seguir en la apariencia en pecado público sería motivo de
escándalo.
Actuando
así, la Iglesia profesa su propia fidelidad a Cristo y a su verdad; al mismo tiempo,
se comporta con ánimo materno para con estos hijos suyos, especialmente con
aquellos que sin culpa suya, han sido abandonados por su cónyuge legítimo. La
Iglesia cree con firme convicción que incluso cuantos se han apartado del
mandamiento del Señor y persisten en ese estado, podrán obtener de Dios la
gracia de la conversión y de la salvación si perseveran en la oración, en la
penitencia y en la caridad.