TRADICIÓN Y ESCRITURA:
REGLA SUPREMA DE LA FE
La Palabra divina, pronunciada en el tiempo, fue dada
y «entregada» a la Iglesia de modo definitivo, de tal manera que el anuncio de
la salvación se comunique eficazmente siempre y en todas partes. Jesucristo mismo «mandó a los Apóstoles
predicar a todos los hombres el Evangelio como fuente de toda verdad salvadora
y de toda norma de conducta, comunicándoles así los bienes divinos. Este
mandato se cumplió fielmente, pues los Apóstoles, con su predicación, sus
ejemplos, sus instituciones, transmitieron de palabra lo que habían aprendido
de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó;
además, los mismos Apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje
de la salvación inspirados por el Espíritu Santo.
Esta Tradición de origen apostólico es una realidad
viva y dinámica, que «va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu
Santo»; pero no en el sentido de que cambie en su verdad, que es perenne. Más
bien «crece la comprensión de las palabras y las instituciones transmitidas».
Es la Tradición viva de la Iglesia la que nos hace
comprender de modo adecuado la Sagrada Escritura como Palabra de Dios.
Es necesario educar y formar con claridad al Pueblo de
Dios, para acercarse a las Sagradas Escrituras en relación con la Tradición
viva de la Iglesia, reconociendo en ellas la misma Palabra de Dios.
Mediante la obra del Espíritu Santo y bajo la guía del
Magisterio, la Iglesia transmite a todas las generaciones cuanto ha sido
revelado en Cristo. La Iglesia vive con la certeza de que su Señor, que habló
en el pasado, no cesa de comunicar hoy su Palabra en la Tradición viva de la
Iglesia y en la Sagrada Escritura. En efecto, la Palabra de Dios se nos da en
la Sagrada Escritura como testimonio inspirado de la revelación que, junto con
la Tradición viva de la Iglesia, es la regla suprema de la fe.
Cfr.
Verbum Domini 17-18