FIDELIDAD EN LO PEQUEÑO
VIRTUDES DE NUESTRA MADRE
El
mes de noviembre nos recuerda la llamada universal que todos tenemos a la
santidad. “Sed perfectos como vuestro Padre del cielo es perfecto.”
Pero
podemos caer en la tentación de pensar que la santidad que Dios espera de
nosotros este rodeada de grandes hazañas y proezas, de hechos extraordinarios y
milagrosos… Podemos pensar que no seremos santos sin este “aparato externo” que
rodeó la vida de tantos santos canonizados que conocemos… Podemos
desilusionaros en la búsqueda de la santidad y creer que es una utopía
imposible de alcanzar.
En
la santidad hay diferentes grados y la gran mayoría estamos llamados a una
santidad cotidiana, sencilla, común… Y también hemos de ser humildes y aceptar
esa disposición de una santidad “oculta” que Dios ha querido para nosotros.
La
vida de todas las personas está hecha de pequeñas cosas, diarias, cotidianas,
que no a los ojos mundanos no tienen importancia, pero son las que hacen que el
mundo sea posible, que la vida se desarrolle tranquilamente; en definitiva, que
podamos vivir… Son esas cosas que se hacen y asumimos que hay que hacer pero
que no tienen mayor relevancia, que no se recogen en los libros de historia…
pero que forman el día a día de las personas… y ahí, ocupándonos de ellas, es
donde tenemos que ser santos.
Esa
santidad de lo cotidiano se realiza en la fidelidad de las pequeñas cosas, en
el cumplimiento de nuestros deberes y obligaciones para con Dios, para con los
demás, para con nosotros…
Fidelidad
a las pequeñas cosas que es una continua ascesis para superar nuestra
repugnancia a los monótono, a lo cotidiano… Continua ascesis de nuestras sentimientos
y pasiones volubles y cambiantes… Continua ascesis de nuestra voluntad tantas
veces débil y floja…
Fidelidad
a las pequeñas cosas que implica perseverancia en el bien obrar, sin cansarnos,
sin buscar ser considerados o que se nos reconozca nuestro esfuerzo…
Fidelidad
a las pequeñas cosas en el ocultamiento y en el pasar desapercibidos, sin
esperar agradecimientos…
Esa
fidelidad a lo pequeño es lo que nos hará grandes a los ojos de Dios.
Recordemos el Evangelio donde Jesús narra la parábola de los talentos:
“El
reino de los cielos es como un hombre que al emprender un viaje, llamó a sus
siervos y les encomendó sus bienes. Y a uno le dio cinco talentos, a otro dos,
y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad; y se fue de viaje. El que había recibido los cinco talentos,
enseguida fue y negoció con ellos y ganó otros cinco talentos. Asimismo el que
había recibido los dos talentos ganó otros dos. Pero el que había recibido uno,
fue y cavó en la tierra y escondió el dinero de su señor. Después de mucho
tiempo vino el señor de aquellos siervos, y arregló cuentas con ellos. Y
llegando el que había recibido los cinco talentos, trajo otros cinco talentos,
diciendo: Señor, me entregaste cinco talentos; mira, he ganado otros cinco
talentos. Su señor le dijo: Bien, siervo bueno y fiel; en lo poco fuiste fiel,
sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor. Llegando también el de los
dos talentos, dijo: Señor, me entregaste dos talentos; mira, he ganado otros
dos talentos. Su señor le dijo: Bien, siervo bueno y fiel; en lo poco fuiste
fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor. Pero llegando
también el que había recibido un talento, dijo: Señor, yo sabía que eres un
hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste, y
tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; mira, aquí tienes lo que
es tuyo. Pero su señor respondió, y le dijo: Siervo malo y perezoso, sabías que
siego donde no sembré, y que recojo donde no esparcí. Debías entonces haber
puesto mi dinero en el banco, y al llegar yo hubiera recibido mi dinero con
intereses. Por tanto, quitadle el talento y dádselo al que tiene los diez
talentos. Porque a todo el que tiene, más se le dará, y tendrá en abundancia;
pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y al siervo inútil,
echadlo en las tinieblas de afuera; allí será el llanto y el crujir de dientes.”
Mt 25, 14-30
Como
el siervo que recibió un talento, podemos dejarnos llevar por la tentación de
pensar que con esta vida que me ha tocado vivir, ¿cómo voy a ser santo? Si yo
estuviera en un monasterio… si mi trabajo fuese ser…. si mi familia fuese de
esta manera… si me tocase esta parroquia… si yo fuese de esta manera… si tuviese estas
capacidades…. pues, ¡Claro, así sí que podría ser santo…!
En
definitiva, son excusas y dejarse llevar por el “miedo” ante la santidad quedándose
cómodamente en la espera de la nada, sin esforzarse y sin hacer producir lo que
me ha sido dado. Y la vida se pasa, el dueño de nuestros talentos volverá y nos
exigirá su fruto… ¿Qué diremos entonces?
Pensemos
en la Santísima Virgen, pensemos es su vida cotidiana… Es cierto, recibió grandes
dones y privilegios, pero su vida ordinaria, su vida de cada día, fue muy
sencilla, muy normal… vida oculta, desapercibida, recogida… vida llena de
obligaciones y deberes cotidianos con Dios, con su Divino Hijo, con su casto
esposo José… vida sencilla en un pueblo, con sus familiares y amigos, con sus
vecinos… vida dificultosa en el trabajo y la pobreza… vida nada fácil en una
sociedad que no era del “bienestar” y de la comodidad… Y nuestra Señora, en
cada acción, en cada pequeña cosa repetía: Ecce ancilla Domini… hágase en mi tu
voluntad…. Y pudo vivir esto en los grandes momentos de la Encarnación y de la
Redención porque también en lo pequeño de toda su vida lo fue viviendo así,
haciendo en todo la voluntad del Padre.