COMENTARIO AL EVANGELIO
I DOMINGO DE ADVIENTO
Forma Extraordinaria del Rito Romano
EN
FORMA HUMANA, CONOCEDORA DE NUESTRAS FLAQUEZAS. ¿Quién osaría presentarse ente
tribunal tan majestuoso? “¡Oh Señor -dice parafraseando alegóricamente el salmo
71,1- tú eres bueno y misericordioso, pero tiemblo y temo vuestro rostro de
verdad. No habéis experimentado las miserias y flaquezas que nos acompañan
desde la niñez. Yo os suplico, Padre clemente, que nos enviéis como juez al que
ha conocido nuestra hambre y tristeza, que ha probado la amarga condición del
hombre. Ese conoce nuestra arcilla. Yo le acepto para mí como Juez, ya que Él
por salvarme a mí, siervo indigno, decidió ser juzgado y muerto. No. No rechazo
al que tuve por Redentor. ¿Qué digo? Envíame a ese Cordero Inmolado por mí (Ap
5,6) Es mi hermano y mi propia carne.”
El Señor oyó nuestros ruegos. El
mismo Unigénito lo ha dicho: el Padre no juzgará a nadie, sino que ha dado todo
juicio al Hijo del hombre. (Jn 5,27). ¡Qué confianza y esperanza! Aunque seas
el pecador más indigno. Pero que tampoco se haga nadie ilusiones, y nadie se
duerma, porque también rugirá como león y sus hijos acudirán presurosos del
Occidente (Os 11,10).
DESPERTAD
DEL SUEÑO.
1.-
Confesaos. “Adelantaos
al juicio por la confesión, por la penitencia. Suavicemos la sentencia del juez
con nuestro llanto. Lloremos un poco ahora, para no llorar en la eternidad,
felices lágrimas, felices gemidos.”
2.-
Despertaos. ¡Ay,
viendo que no sentimos el menor temblor al oír estas cosas ¿no se creería que
no tiene nada que ver con nosotros, que no tenemos que desempeñar parel alguno
en ese drama tan tremendo ni oír sentencia alguna? Pero los tiempos se
apresuran, y cuando menos se piensa llega el día. Para que no dudemos ahí está
la confirmación del Señor: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no
pasarán. (Lc 21,33)
Por eso San Pablo en su
Epístola hace resonar sus palabras como una trompeta: Ya es hora de levantaos
del sueño (Rm 13,11). Sacudid vuestro sopor. ¿Oís las palabras de este
Evangelio y dormís todavía? Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas (Rom.13,12).
¡Cómo se alegrará el que no haya escuchado estas palabras con oídos sordos!
Señor, confige tuo carnes meas -mi
carne se estremece con tu temor- (Sal 118,120).
Santo Tomás de Villanueva