LA PALABRA DE DIOS SE HA ABREVIADO
Todo el Antiguo Testamento se nos presenta ya como
historia en la que Dios comunica su Palabra: se fue revelando a su pueblo, con
obras y palabras, como Dios vivo y verdadero.
La Palabra eterna, que se expresa en la creación y se
comunica en la historia de la salvación, en Cristo se ha convertido en un
hombre «nacido de una mujer» (Ga 4,4). La Palabra aquí no se expresa
principalmente mediante un discurso, con conceptos o normas. Aquí nos
encontramos ante la persona misma de Jesús.
Así se entiende por qué «no se comienza a ser
cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con
ello, una orientación decisiva».
La fe apostólica testifica que la Palabra eterna se
hizo Uno de nosotros. La Palabra divina se expresa verdaderamente con palabras
humanas.
“Dios ha cumplido su palabra y la ha abreviado” (Is
10,23; Rm 9,28)... El Hijo mismo es la Palabra, el Logos; la
Palabra eterna se ha hecho pequeña, tan pequeña como para estar en un pesebre.
Se ha hecho niño para que la Palabra esté a nuestro alcance».Ahora, la Palabra
no sólo se puede oír, no sólo tiene una voz, sino que tiene un rostro
que podemos ver: Jesús de Nazaret.
Jesús se manifiesta como el Logos divino que se
da a nosotros, pero también como el nuevo Adán, el hombre verdadero, que cumple
en cada momento no su propia voluntad sino la del Padre.
Ante el «Mensaje de la cruz»: El Verbo enmudece, se
hace silencio mortal, porque se ha «dicho» hasta quedar sin palabras, al haber
hablado todo lo que tenía que comunicar, sin guardarse nada para sí.
Este silencio de la Palabra se manifiesta en su
sentido auténtico y definitivo en el misterio luminoso de la resurrección.
Cristo, Palabra de Dios encarnada, crucificada y resucitada, es Señor de todas
las cosas; él es el Vencedor, el Pantocrátor, y ha recapitulado en sí
para siempre todas las cosas. Cristo, por
tanto, es «la luz del mundo». Ahora, viviendo con él y por él, podemos vivir en
la luz.
En el misterio pascual se cumplen «las palabras de la
Escritura, o sea, esta muerte realizada “según las Escrituras” es un
acontecimiento que contiene en sí un logos, una lógica: la muerte de
Cristo atestigua que la Palabra de Dios se hizo “carne”, “historia” humana». También
la resurrección de Jesús tiene lugar «al tercer día según las Escrituras»: ya
que, según la interpretación judía, la corrupción comenzaba después del tercer
día, la palabra de la Escritura se cumple en Jesús que resucita antes de que
comience la corrupción. En este sentido, san Pablo, transmitiendo fielmente la
enseñanza de los Apóstoles (cf. 1 Co 15,3), subraya que la victoria de
Cristo sobre la muerte tiene lugar por el poder creador de la Palabra de Dios.
Teniendo presente estos elementos esenciales de
nuestra fe, podemos contemplar así la profunda unidad en Cristo entre creación
y nueva creación, y de toda la historia de la salvación.
Verbum
Domini, 11-13