Comentario al Evangelio
1 de noviembre
SOLEMNIDAD DE
TODOS LOS SANTOS
Forma
Extraordinaria del Rito Romano
Todas
estas bienaventuranzas constituyen ocho sentencias. Y como convocando a otros,
se dirige, no obstante, a los presentes diciéndoles: Seréis felices cuando
hablen mal de vosotros y os persigan. Hablaba en general en las sentencias
anteriores, pues no dijo: Felices los pobres en el espíritu, porque
vuestro es el reino de los cielos, sino porque de ellos es el reino de los
cielos; ni dijo: Felices los mansos, porque vosotros poseeréis la
tierra; sino, porque ellos poseerán la tierra; y así las otras
sentencias hasta la octava a la que añade: Bienaventurados los que padecen
persecución por ser honestos, porque de ellos es el reino de los cielos.
Ahora comienza a hablar dirigiéndose ya a los presentes, si bien es verdad que
los aforismos que habían sido enunciados anteriormente, se dirigen también a
aquellos que, estando presentes, escuchaban; y éstos, que parecen ser dichos de
modo especial para los presentes, se refieren también a los ausentes o a los
que vendrán en el futuro. Por lo cual hay que considerar con mucha diligencia
este número de las sentencias. Comienza la bienaventuranza por la humildad: Felices
los pobres de espíritu, es decir, los que no son hinchados, cuando el alma
se somete a la divina autoridad, ya que teme ir a la perdición después de esta
vida, aunque, quizás, le parezca ser feliz en esta vida. Como consecuencia
llega al conocimiento de la Sagrada Escritura, donde con espíritu de piedad
aprende la mansedumbre, para que nunca se propase a condenar aquello que los
profanos juzgan absurdo y no se haga indócil sosteniendo obstinadas contiendas.
De aquí comienza a entender con qué lazos de la vida presente se siente
impedida mediante la costumbre sensual y los pecados. Por consiguiente, en el
tercer grado, en el cual se halla la ciencia, se llora la pérdida del sumo bien
que sacrificó, adhiriéndose a los más ínfimos y despreciables. En el cuarto
grado está presente el trabajo, que se da cuando el alma hace esfuerzos
vehementes para separarse de las cosas que le cautivan con funesta delectación.
Aquí tiene hambre y sed de honestidad y es muy necesaria la fortaleza, ya que
no se deja sin dolor lo que se posee con delectación. En el quinto grado se da
el consejo de dejar a un lado a quienes persisten en el esfuerzo, ya que, si no
son ayudados por un ser superior, no son absolutamente capaces de
desembarazarse de las múltiples complicaciones de tantas miserias. Pues es un
justo consejo que, quien quiere ser ayudado por un ser superior, ayude a otros
más débiles en aquello en que él es más fuerte. Así pues, felices los
misericordiosos, porque a ellos se les hará misericordia. En el sexto grado
se tiene la pureza del corazón, que, consciente de las buenas obras, anhela
contemplar el sumo bien que solo se puede vislumbrar con mente pura y serena.
Finalmente, la séptima bienaventuranza es la misma sabiduría, es decir, la
contemplación de la verdad que pacifica a todo el hombre al recibir la
semejanza de Dios y así concluye: Felices los pacíficos, porque se llamarán
hijos de Dios. La octava vuelve al principio, ya que muestra y prueba que
se ha consumado y perfeccionado. De hecho, en el primero y en el octavo se
nombra el reino de los cielos: Felices los pobres en el espíritu, porque de ellos
es el reino de los cielos, y felices los que padecerán persecución por la
justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. De hecho, leemos en la
Escritura: ¿Quién nos separará de la caridad de Cristo: quizás la
tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro,
la espada? Son siete, por tanto, las bienaventuranzas que llevan al
cumplimiento; pues la octava, como volviendo todavía al principio, clarifica y
muestra lo que ha sido cumplido, a fin de que a través de estos grados sean
completados también los demás.
San Agustín