VIGILIA DE LA
NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA
Forma Extraordinaria
del Rito Romano
«Los
cuatro Evangelios sitúan la figura de Juan el Bautista al comienzo de la
actividad de Jesús, presentándolo como su precursor. San Lucas ha trasladado
hacia atrás la conexión entre ambas figuras y sus respectivas misiones... Ya en
la concepción y el nacimiento, Jesús y Juan son puestos en relación entre sí»
(La infancia de Jesús, 21). Este planteamiento ayuda a comprender que Juan, en
cuanto hijo de Zacarías e Isabel, ambos de familias sacerdotales, no sólo es el
último de los profetas, sino que representa también el sacerdocio entero de la
Antigua Alianza y por ello prepara a los hombres al culto espiritual de la
Nueva Alianza, inaugurado por Jesús (cf. ibid. 25-26). Lucas además deshace
toda lectura mítica que a menudo se hace de los Evangelios y coloca
históricamente la vida del Bautista, escribiendo: «En el año decimoquinto el
imperio del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador... bajo el sumo
sacerdocio de Anás y Caifás» (Lc 3, 1-2). Dentro de este marco histórico se
coloca el auténtico gran acontecimiento, el nacimiento de Cristo, que los
contemporáneos ni siquiera notarán. ¡Para Dios los grandes de la historia hacen
de marco a los pequeños!
Juan
Bautista se define como la «voz que grita en el desierto: preparad el camino al
Señor, allanad sus senderos» (Lc 3, 4). La voz proclama la palabra, pero en
este caso la Palabra de Dios precede, en cuanto es ella misma la que desciende
sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto (cf. Lc 3, 2). Por lo tanto él
tiene un gran papel, pero siempre en función de Cristo. Comenta san Agustín:
«Juan es la voz. Del Señor en cambio se dice: “En el principio existía el
Verbo” (Jn 1, 1). Juan es la voz que pasa, Cristo es el Verbo eterno que era en
el principio. Si a la voz le quitas la palabra, ¿qué queda? Un vago sonido. La
voz sin palabra golpea el oído, pero no edifica el corazón» (Discurso 293, 3:
pl 38, 1328). Es nuestra tarea escuchar hoy esa voz para conceder espacio y
acogida en el corazón a Jesús, Palabra que nos salva.
Benedicto XVI