Lunes de Pentecostés
CÓMO NOS MUEVE EL ESPÍRITU SANTO HACIA DIOS
Santo Tomás de Aquino
Cosa muy propia de la amistad es, sin duda, conversar con el amigo. Ahora bien, la conversación del hombre con Dios tiene lugar por medio de la contemplación, como decía el Apóstol: Nuestra conversación está en los cielos. Si, pues, el Espíritu Santo nos hace amadores de Dios, síguese que a él también debemos el llegar a ser contempladores de Dios, como leemos en la segunda carta a los Corintios, 3, 18: Así todos nosotros, registrando a cara descubierta la gloria del Señor, somos transformados de claridad en claridad en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor (2 Cor 3, 18).
II. Es también propio de la amistad sentirse feliz en presencia del amigo, alegrarse de sus dichos y hechos, y encontrar en él consuelo en todas las aflicciones; por eso en las tristezas buscamos principalmente el consuelo en los amigos. Y como quiera que el Espíritu Santo nos constituye amigos de Dios, y hace que él habite en nosotros y nosotros en él, síguese que recibamos de Dios, por el Espíritu Santo, gozo y consuelo contra todas las adversidades y pruebas del mundo. Por eso el Espíritu Santo es llamado por el Señor Paráclito, esto es, Consolador.
III. Igualmente es propio de la amistad consentir en los deseos del amigo; mas la voluntad de Dios se nos manifiesta por medio de sus preceptos; corresponde, por tanto, al amor con que amamos a Dios cumplir sus mandatos. Y como el Espíritu Santo es quien nos hace amar a Dios, por él también en cierto modo somos movidos a cumplir los preceptos de Dios.
IV. Notemos, sin embargo, que los hijos de Dios son movidos por el Espíritu Santo, no como siervos, sino como libres. Porque siendo libre el que es causa de sí mismo, ejecutamos libremente lo que hacemos por nosotros mismos, esto es, lo que hacemos voluntariamente; y lo que hacemos contra nuestra voluntad no lo hacemos libremente sino servilmente. Mas el Espíritu Santo nos inclina a obrar de tal modo, que lo hacemos libremente, por lo mismo que nos hace amar a Dios. Así, pues, los hijos de Dios son movidos libremente por el Espíritu Santo a obrar por amor y no servilmente por el temor. Por eso dice el Apóstol: No habéis recibido el espíritu de servidumbre para estar otra vez con temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción de hijos (Rom 8, 15). (Contra Gentiles, lib. 4, cap. 22)