Sábado de Pentecostés
EFECTOS ATRIBUIDOS AL ESPÍRITU SANTO CON RELACIÓN A LAS DÁDIVAS QUE DIOS NOS DA
SANTO TOMÁS DE AQUINO
I. El Espíritu Santo es quien revela los misterios secretos. En efecto; es propio de la amistad revelar sus secretos al amigo. La amistad es una fusión de sentimientos; ella hace, por decirlo así, un solo corazón de dos corazones, y parece que no sacáramos del corazón lo que revelamos al amigo. Por eso dice el Señor a los discípulos: No os llamaré ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; mas a vosotros os he llamado amigos, porque os he hecho conocer todas las cosas que he oído de mi Padre (Jn 15, 15). Si, pues, por el Espíritu Santo somos constituidos amigos de Dios, convenientemente se dice que los misterios divinos son revelados a los hombres por el Espíritu Santo. Por eso dice el Apóstol: Está escrito: Que ojo no vio, ni oreja oyó, ni en corazón de hombre subió lo que preparó Dios para aquéllos que le aman; mas Dios nos lo reveló a nosotros por su Espíritu (1 Cor 2, 9-10).
II. Por el Espíritu Santo expresamos los misterios divinos. El hombre habla de lo que conoce; y es justo que por el Espíritu Santo el hombre hable de los misterios divinos, según aquello del Apóstol: En espíritu habla misterios (1 Cor 14, 2), y San Mateo dice: No sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros (10, 20). Por eso se dice en el símbolo acerca del Espíritu Santo: que habló por los profetas.
III. El Espíritu Santo es quien nos comunica los bienes divinos. No sólo es propio de la amistad revelar al amigo sus secretos, a causa de la unión de los corazones, sino que esa unión exige también que todo lo que el amigo posee, lo comunique a su amigo. En efecto, el hombre considera al amigo como otro yo, y es menester, por consiguiente, que le ayude como a sí mismo, dándole participación en sus cosas. Por eso es propio del amigo hacer bien al amigo, según aquello de San Juan: El que tuviere riquezas de este mundo, y viere a un hermano tener necesidad, y le cerrare sus entrañas, ¿cómo está la caridad de Dios en él? (1 Jn 3, 17). Esto sucede sobre todo con Dios, cuyo querer es eficaz en cuanto al efecto. Por eso se dice muy bien que todos los dones de Dios se nos dan por el Espíritu Santo, como afirma San Pablo: A uno por el Espíritu Santo es dada palabra de sabiduría; a otro, de ciencia según el mismo Espíritu, y después de enumerar muchas otras cosas añade: Mas todas estas cosas obra solo uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno como quiere (1 Cor 12, 8-11). (Contra Gentiles, lib. IV, cap. 21)
IV. Cristo es cabeza de la Iglesia, mas el Espíritu Santo es el corazón. La cabeza tiene una superioridad manifiesta sobre los demás miembros exteriores; pero el corazón tiene cierta influencia oculta; por eso es comparado al corazón el Espíritu Santo, que vivifica y une invisiblemente a la Iglesia; y el mismo Cristo es comparado a la cabeza por razón de su naturaleza visible, según la cual como hombre tiene la preferencia sobre todos los hombres. (3ª p., q. VIII, a. I, ad 3um)