martes, 28 de junio de 2022

28 de junio. San Ireneo, obispo y mártir

 


28 de junio. San Ireneo, obispo y mártir

 

Ireneo, nacido en el Asia proconsular, cerca de Esmirna, púsose desde su infancia bajo la dirección de Policarpo, discípulo de San Juan Evangelista, y obispo de Esmirna. Gracias a tan excelente maestro, sus progresos en el conocimiento y práctica de la religión cristiana fueron notables. Cuando se vio separado de Policarpo por el glorioso martirio que llevó a éste al cielo, Ireneo, aunque instruido en las Sagradas Escrituras, experimentó un ardiente deseo de estudiar las tradiciones que otros habían recibido sobre las tradiciones apostólicas, en el mismo lugar en que les habían sido confiadas como depositarios para su custodia. Halló varios discípulos de los Apóstoles; lo que supo por ellos, lo memorizó, y más adelante pudo oponer lo que había aprendido a las herejías que veía difundirse cada día más, con gran peligro de los cristianos, herejías que se propuso combatir con pruebas abundantes. Trasladado a la Galia, fue ordenado sacerdote de la Iglesia de Lyón por el obispo Potino; y con tanta asiduidad en la predicación y tanta ciencia cumplió los deberes de su ministerio, que, por testimonio de santos Mártires que combatieron animosamente por la verdadera religión durante el reinado de Marco Aurelio, mostrose el celador del testamento de Cristo.

Como los mismos confesores de la fe y el clero de Lyón estaban interesados por la paz de las Iglesias de Asia, perturbada por la facción de los montañistas, dirigiéronse a Ireneo, proclamándole como el hombre más capaz para hacer triunfar su causa, y le eligieron por unanimidad para que fuera a rogar al papa Eleuterio que condenara a los nuevos sectarios con la autoridad de la Sede Apostólica, quitando así la causa de las discordias. Ya el obispo Potino había muerto mártir; le sucedió Ireneo, y con tal éxito desempeñó el cargo con su sabiduría, sus oraciones y su ejemplo, que en poco tiempo vio que los habitantes de Lyón, y otras ciudades de la Galia, rechazaban el error y la superstición, y se inscribían en la milicia cristiana. Mientras, se suscitó una discusión sobre el día en que convenía celebrar la fiesta de Pascua. El Papa Víctor, viendo que casi todos los obispos de Asia se separaban de sus hermanos en el episcopado, en lo referente al día de esta celebración, amenazaba con excomulgarlos. Ireneo, amigo de la paz, intervino cerca del Papa, y alegando el ejemplo de los Pontífices precedentes, le indujo a no permitir que tantas Iglesias se separaran de la unidad católica por causa de un rito que afirmaban haber recibido por tradición.

Ireneo compuso muchas obras, citadas por Eusebio de Cesárea y San Jerónimo; pero la mayoría han desaparecido bajo la acción del tiempo. Quedan todavía de él cinco libros contra los herejes, escritos hacia el año 180, cuando Eleuterio regía aún la cristiandad. En el tercero de estos libros, el hombre de Dios, instruido por los que, según él afirma, oyeron la doctrina de los Apóstoles, dice, con relación a la Iglesia Romana y a la sucesión de sus Pontífices, que su testimonio es el más grande y más esplendoroso, por ser ella la depositaria fiel, perpetua y segurísima de la tradición divina. Por eso, añade, es necesario que con esta Iglesia, en razón de su primacía, estén unidas todas las Iglesias, es decir, los fieles de todos los lugares. Al mismo tiempo que muchos cristianos que le debían la dicha de haber abrazado la verdadera fe, obtuvo, por fin, Ireneo la corona del martirio, y voló al cielo en el año de gracia 210, cuando Septimio Severo había ordenado condenar a la tortura y a la muerte a todos los que decidieran mantenerse en la práctica de la religión cristiana. El Papa Benedicto XV ordenó extender su fiesta a la Iglesia Universal.

 

Oremos.

Oh Dios, que concediste al bienaventurado Ireneo, tu Mártir y Pontífice, la gracia de impugnar la herejía por medio de la verdadera doctrina, y de confirmar eficazmente la paz de la Iglesia: te rogamos que concedas a tu pueblo la constancia en la santa religión, otorgando tu paz a nuestros tiempos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. R. Amén.