24 de junio. La natividad de san Juan Bautista
II lectura del antiguo oficio de maitines
Sermón de San Agustín, Obispo.
Sermón 20
Tras del día sagrado de la Natividad del Señor, no se celebra el nacimiento de otro hombre más que el de San Juan Bautista. Sabemos que, para otros santos y elegidos de Dios, se solemniza el día en que, terminados sus trabajos, y habiendo triunfado del mundo, nacieron del seno de la vida presente a la eternidad gloriosa. Así, en ellos, se honra el último día que colmó sus méritos, mientras que en San Juan se honra también el primero, los albores de su existencia; porque no queriendo el Señor dar lugar a que los hombres no le reconocieran, por lo súbito e inesperado de su advenimiento, quiso que éste fuese anunciado por un Precursor. Así, pues, San Juan fue la figura del Antiguo Testamento, la imagen de la ley precediendo al Salvador, como la ley sirvió de mensajero a la gracia.
Desde el seno materno, Juan Bautista profetiza, y sin haber visto la luz, da ya testimonio de la verdad. Hemos de entender que, personificando al Espíritu oculto bajo el velo y en el cuerpo de la letra, manifiesta al mundo al Redentor y nos anuncia, como del seno de la ley, a nuestro Señor. Y dado que los judíos se habían descarriado desde el seno de su madre o de la ley, que estaba henchida de Cristo, “descarriáronse desde el seno materno, y propalaron falsedades”, vino Juan “como testigo para dar testimonio de la luz”.
Por Juan, prisionero, y enviando sus discípulos a Jesucristo, la ley pasa al Evangelio. Como Juan, esta ley prisionera de la ignorancia, yacía en la oscuridad, y por la obcecación de los judíos el sentido real se ocultaba en las sombras de la letra. El escritor sagrado lo da a entender, al decir del Bautista: “Era una antorcha que ardía”, es decir, que abrasado en el fuego del Espíritu Santo, mostraba la luz de la salvación al mundo hundido en la noche de la ignorancia, para que, por entre las tinieblas del pecado, descubriese, a la luz de sus rayos, el sol de Justicia en todo su esplendor; y decía de sí: “Yo soy la voz del que clama en el desierto”.
Oremos.
¡Oh Dios, que nos has hecho memorable este día con el nacimiento de San Juan Bautista!; concede a tu pueblo el don de la alegría espiritual y dirige las almas de tus fieles por el camino de la eterna salvación. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. R. Amén.