miércoles, 22 de junio de 2022

22 de junio. San Paulino de Nola, obispo y confesor

 


22 de junio. San Paulino de Nola, obispo y confesor

Poncio Meropio Anicio Paulino nació el año 353 de la Redención, de una familia distinguida de ciudadanos romanos, en Burdeos, Aquitania, y estuvo dotado de viva inteligencia y carácter bondadoso. Bajo la dirección de Ausonio, brilló en la elocuencia y la poesía. Muy noble y muy rico, ingresó en la carrera de los cargos públicos, y de joven conquistó la dignidad de senador. Después, ya como cónsul, pasó a Italia, donde obtuvo la provincia de Campania, y fijó su residencia en Nola. Tocado allí de la luz divina, por los milagros de la tumba de San Félix, Presbítero y Mártir, empezó a inclinarse a la verdadera fe cristiana, que meditaba ya en su espíritu. Renunció a las fasces y al hacha, que aún no había manchado con ninguna ejecución capital; volvió a la Galia, y fue probado por diversos contratiempos y por grandes trabajos en la tierra y en el mar, en los que perdió un ojo; mas curado por San Martín de Tours, recibió el bautismo de manos del bienaventurado Delfín, obispo de Burdeos.

Despreciando las abundantes riquezas, vendió sus bienes, distribuyó su precio entre los pobres, y, dejando a su mujer, Terasia, cambiando de país y rompiendo los lazos de la carne, se retiró a España, adoptando así la pobreza admirable de Cristo, más preciosa a sus ojos que el universo. Asistiendo en Barcelona a los sagrados misterios, el día de la Natividad del Señor, el pueblo, que le admiraba, le rodeó, y, a pesar de su resistencia, fue ordenado de sacerdote por el obispo Lampidio. Volvió luego a Italia y fundó en Nola, a donde fue atraído por el culto de San Félix, un monasterio, cerca de su tumba; uniéndosele algunos, empezó una vida cenobítica. Y aquel hombre ilustre por la dignidad senatorial y consular, abrazando la locura de la cruz, con la admiración de casi todos, vestido con una pobre túnica, pasaba el día y la noche, en medio de vigilias y de ayunos, fija la mente en las cosas celestiales. Su fama de santidad crecía cada día, por lo que fue consagrado obispo de Nola; en su cargo dejó admirables ejemplos de piedad, de prudencia y sobre todo de caridad.

Durante estos trabajos, compuso escritos llenos de sabiduría sobre la religión y la fe; con frecuencia también, ejercitando la versificación, celebró en poemas los hechos de los Santos, adquiriendo envidiable renombre de poeta cristiano. Atrájose la amistad y la admiración de todas las personas eminentes en santidad y en doctrina de aquella época. De todas partes acudían a él muchas personas considerándole como maestro de la perfección cristiana. Como los godos devastaran la Campania, empleó todo su haber en alimentar pobres y en rescatar prisioneros, sin guardar para sí ni siquiera las cosas necesarias a la vida. Más tarde, cuando los vándalos infestaron aquellas regiones, le suplicó una viuda que rescatara a su hijo, cautivo en poder de los enemigos; como había gastado todos sus recursos en el ejercicio de la caridad, constituyose él mismo como esclavo por aquel niño, y cargado de cadenas, fue llevado a África. Finalmente, obtenida la libertad, gracias a un manifiesto auxilio de Dios, y vuelto a Nola, se reunió de nuevo como buen pastor con sus amadas ovejas, y allí, a los 78 años de edad, durmiose en el Señor. Enterrado su cuerpo cerca de la tumba de San Félix, fue trasladado, en la época de los lombardos, a Benevento; y, reinando Otón III, a Roma, a la basílica de San Bartolomé, en la isla del Tíber; el papa Pío X ordenó que los sagrados restos de Paulino fuesen restituidos a Nola, y elevó su fiesta al rito doble para toda la Iglesia.

 

Oremos.

Oh Dios, que prometiste el céntuplo para el siglo venidero y la vida eterna a los que por ti lo dejasen todo en este siglo; concédenos propicio que, siguiendo los ejemplos del santo Pontífice Paulino, tengamos valor para despreciar las cosas terrenas y desear solamente las celestiales. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo y eres Dios por los siglos de los siglos. R. Amén.

 

 

Homilía de San Paulino, Obispo.

Ep. 34 sobre el Gazofilacio.

Carísimos hermanos: El Señor omnipotente habría podido hacer a todos los hombres igualmente ricos, de manera que ninguno tuviera necesidad de otro; pero el Señor, misericordioso y compasivo, quiso, en un designio de su infinita bondad, ordenar las cosas para poner a prueba vuestras disposiciones. Hizo al necesitado para dar ocasión de manifestarse el misericordioso; hizo al pobre para permitir al opulento ejercitar su virtud. El objeto de tus riquezas es la pobreza de tu hermano, ya que debes “ocuparte del indigente y del pobre”; lo que has recibido no lo tienes para ti solo, sino que Dios te ha confiado la parte del necesitado para poder Él mismo deberte cuanto de sus mismos dones dieres al pobre y enriquecerte a su vez, en la eternidad, con su propia parte. Así, pues, Jesús recibe ahora en la persona de los pobres, y después devolverá por medio de ellos.

Alimenta al hambriento, y nada tendrás que temer en el día de la ira. Pues dice el Salmo: “Bienaventurado el que piensa en el necesitado y en el pobre, ya que el Señor le librará en el día aciago". Trabaja, pues, y cultiva esta porción de tu tierra, hermano, a fin de que te produzca una cosecha copiosa, abundante en trigo, cuyas semillas den el ciento por uno. En la solicitud y cultivo de esa posesión y de ese trabajo, la avaricia es santa y saludable, porque aspira al bien eterno; es la que merece el reino de los cielos y raíz de todos los bienes. Anhela, pues, ardientemente semejantes riquezas, y procura poseer ese patrimonio que el Acreedor compensará con frutos centuplicados, para enriquecer, contigo, a tus herederos, con los bienes eternos. Pues esa posesión es grande y preciosa, y no es para su poseedor una carga temporal, sino que lo reditúa con una renta eterna.

Velad, pues, carísimos, con eficaz solicitud y asiduo esfuerzo por la justicia, no sólo en busca de los bienes eternos, sino para que merezcáis evitar males sin cuento. Porque tenemos necesidad de ayuda y gran protección, de apoyarnos en numerosas e incesantes oraciones. En efecto, nuestro enemigo no descansa, y con gran vigilancia bloquea nuestros caminos para perdernos. Además, en este siglo, caen sobre nuestras almas numerosas cruces, peligros innumerables: el azote de las enfermedades, el ardor de las fiebres y las flechas de los dolores; enciéndese el fuego de las pasiones, ocúltanse las redes tendidas ante nuestros pasos, vemos por doquier espadas desenvainadas, pasamos la vida entre emboscadas y combates, y caminamos sobre ascuas recubiertas de engañosa ceniza. Antes de ponerte, conducido por las circunstancias o por tu voluntad, a caer bajo el azote de tantos males, apresúrate a hacerte amigo y a ganarte la voluntad del Médico, para que cuando llegue la hora en que tengas necesidad de Él, halles el remedio saludable. Porque es muy diferente no poder contar, en tu provecho, sino con tus solas oraciones, o con una multitud de gentes que rueguen a Dios por ti.