EL APÓSTOL PABLO RECIBIÓ, SIN MÉRITO SUYO, Y A PESAR DE SUS DEMÉRITOS, LA GRACIA DE DIOS. San Agustín
De las lecturas del II Noctuno de maitines
Del Libro de S. Agustín, Obispo: De la gracia y el libre arbitrio
Cap. 6-7
Tenemos certeza de que el apóstol Pablo recibió, sin mérito suyo, y a pesar de sus deméritos, la gracia de Dios, que devuelve bien por mal. Mirad lo que dice antes de su martirio, a Timoteo: En cuanto a mí, ya estoy a punto de ser inmolado, y se acerca el tiempo de mi muerte. He combatido con valor, he concluido la carrera, he guardado la fe. Estas cosas, que son méritos suyos, las menciona primero, para llegar pronto a la corona esperada en recompensa de sus méritos, él que, no obstante sus deméritos, había recibido la gracia. Escuchad lo que añade: Réstame, dice, la corona de justicia que me está reservada, y que me dará el Señor en aquel día como justo Juez. ¿A quién este justo Juez daría la corona, si el Padre misericordioso no le hubiera dado su gracia? ¿Y cómo sería una corona de justicia, si fuese precedida de la gracia que justifica al pecador? Cómo podría haber méritos dignos de recompensa, si antes no hubieran sido dadas gracias gratuitas?
Considerando en el apóstol Pablo sus méritos, a los que el justo Juez dará la corona, veamos si le pertenecen en propiedad, como adquiridos por él, o si es preciso ver en ellos los dones de Dios. He combatido con valor, dice, he concluido la carrera, he guardado la fe. Notemos que estas buenas obras serían nulas, si no las hubieran precedido buenos pensamientos. Examinemos lo que dice de los pensamientos, según lo que escribe a los Corintios: No somos suficientes por nosotros mismos para concebir algún buen pensamiento, sino que nuestra suficiencia viene de Dios. Entremos en detalles sobre lo dicho.
"He tenido el buen combate". Y yo pregunto en virtud de qué fuerza combatió. ¿Fue una fuerza propia de él, o fue recibida de lo alto? Lejos de nosotros pensar que tal doctor ignorase la ley de Dios, que habla así en el Deuteronomio: No digas en tu corazón: Mi fuerza y la robustez de mi brazo me granjearon todas estas cosas, sino para que te acuerdes del Señor Dios tuyo, por haberte él mismo dado fuerzas para obrar bien. Mas ¿de qué sirve combatir bien, si no le sigue la victoria? ¿Y quién hace victorioso sino Aquel del cual dijo el mismo Apóstol: Gracias a Dios que nos da la victoria por Nuestro Señor Jesucristo?