viernes, 17 de junio de 2022

QUÉ GRACIA CONFIERE LA EUCARISTÍA. Santo Tomás de Aquino

 


Viernes de la I semana después de Pentecostés

QUÉ GRACIA CONFIERE LA EUCARISTÍA

Santo Tomás de Aquino

1º) El sacramento de la Eucaristía tiene por sí mismo la virtud de conferir la gracia, y nadie tiene la gracia antes de recibirlo, a no ser por algún deseo, ya expresado por sí mismo, como los adultos, ya por la Iglesia, como los niños. Por lo cual, debido a la eficacia de la virtud del mismo, resulta que también por el deseo de este sacramento alguno consigue la gracia que lo vivifica espiritualmente. Sucede, además, que cuando se recibe realmente este sacramento se aumenta la gracia y se perfecciona la vida espiritual, pero de modo distinto que con el sacramento de la Confirmación, en el que se aumenta y perfecciona la gracia para resistir a los ataques exteriores de los enemigos de Cristo, pues por la Eucaristía se aumenta la gracia y se perfecciona la vida espiritual, para que el hombre sea perfecto en sí mismo por su unión a Dios.

 

Para aclarar este punto y evitar torcidas interpretaciones conviene hacer algunas advertencias. No hay duda de que la recepción real de este sacramento es necesaria para la salvación con necesidad de precepto, tanto divino como eclesiástico, ya en artículo de muerte, ya muchas veces en la vida. La existencia del precepto consta por el Evangelio de San Juan, cap. 6º, y por las leyes legítimas de la Iglesia que en esta materia obligan bajo grave en determinadas circunstancias. En cambio, no es necesaria dicha recepción real con necesidad de medio, ni tampoco con voto propiamente dicho. Pues sólo es necesario con necesidad de medio para la salvación, lo que se requiere como medio para la primera justificación, ya surja de la necesidad de la naturaleza de dicha cosa, ya de una positiva institución de Dios. Pero la Eucaristía no ha sido instituida regularmente para conferir la justificación primera, antes bien, la supone, pues es sacramento de vivos y no de muertos, y ¡ay de aquel que se acerque en pecado mortal a recibirlo! Luego no puede ser necesaria la recepción real del mismo con necesidad de medio para la salvación. Pero si la recepción del mismo sacramento no es necesaria ni realmente ni en deseo, lo es en cambio res sacramenti, el efecto del sacramento de la Eucaristía para alcanzar la salvación. Porque el medio necesario para la salvación es la incorporación a Cristo que tiene lugar en la primera justificación, justificación que formalmente consiste en la primera gracia y en la caridad habitual, que es el mismo vínculo por el cual nos unimos como miembros vivos a Cristo y a su cuerpo místico. Es así que el efecto de este sacramento es precisamente la unidad perfecta del cuerpo místico, esto es, la unión perfecta del alma a Cristo y a sus miembros por la caridad. Luego el efecto de este sacramento (res sacramenti) es necesario con necesidad de medio, ya en realidad ya en deseo implícito o explícito. En este sentido hemos de entender las palabras de Santo Tomás que han motivado esta nota.

2º) Este sacramento confiere espiritualmente la gracia con la virtud de la caridad. Por eso San Juan Damasceno51 compara este sacramento al carbón que vio Isaías (Is 6). Pues el carbón no es simple madera, sino leña, unida al fuego, y así también el pan de la comunión no es simple pan, sino que está unido a la Divinidad. Pero, como dice San Gregorio52, “el amor de Dios no es ocioso; porque obra grandes cosas cuando existe.” Y por consiguiente, por este sacramento, según su propia virtud, no sólo se confiere el hábito de la gracia y de la virtud, sino también se excita a obrar, según aquello: El amor de Cristo nos estrecha (2 Cor 5, 14). De ahí que por la virtud de este sacramento se fortifique el alma espiritualmente, por cuanto se deleita espiritualmente, y se embriaga, en cierto modo, con la dulzura de la bondad divina, como dice el Cantar de los Cantares: Comed, amigos, y bebed, embriagaos, los muy amados (5, 1). 3º) Puesto que los sacramentos obran la salud que significan, se dice, por cierta analogía, que en este sacramento se ofrece el cuerpo por la salud del cuerpo, y la sangre por la salud del alma, aunque el uno y la otra obren por la salud de los dos, pues todo Cristo se contiene bajo ambos. Y aunque el cuerpo no sea el sujeto inmediato de la gracia, el efecto de ella redunda, sin embargo, del alma al cuerpo, al presente mientras exhibimos nuestros miembros como instrumentos de la justicia de Dios, y en el futuro cuando nuestro cuerpo alcance la incorrupción y la gloria del alma. ( 3ª, q. LXXIX, ad. 1.)