26 de junio. Santos Juan y Pablo, mártires
Los hermanos Juan y Pablo eran romanos. Habiendo servido fielmente a Constancia, hija de Constantino, recibieron de ella muchos bienes que empleaban en alimentar a los pobres de Jesucristo. Juliano el Apóstata los invitó a ingresar en el número de sus familares, respondiéndole que no querían permanecer en casa de quien había dejado a Jesucristo. Juliano les dio diez días para deliberar si entraban a su servicio y sacrificaban a Júpiter; si se negaban, su muerte sería cierta y segura.
En ese plazo distribuyeron a los pobres el resto de sus bienes, a fin de sentirse más libres en su ascensión hacia el Señor y aumentar el número de los que los recibirían en los eternos tabernáculos. El día señalado los visitó Terenciano, jefe de la guardia pretoriana, llevando la estatua de Júpiter para que la adoraran, según la orden del príncipe de dar culto a Júpiter, si no querían morir. Hallábanse ellos en oración; respondieron que adoraban con los labios y el corazón a Jesucristo como Dios, y que estaban dispuestos a morir por la fe.
Temiendo que la ejecución pública produjera agitación en el pueblo, los decapitó Terenciano donde se hallaban, en su propia casa, el día 6 de las calendas de julio. Los enterrararon secretamente, y esparcieron el rumor de que habían sido desterrados. Pero su muerte fue divulgada por los espíritus impuros que atormentaban los cuerpos de muchos, entre los cuales se hallaba el hijo de Terenciano; conducido a una tumba de los Mártires, obtuvo allí su liberación. Esto le movió a creer en Jesucristo, y a Terenciano, su padre, y aun se dice de éste que escribió la historia de estos bienaventurados Mártires.
Oremos.
Dios todopoderoso, te pedimos que nos invada el doble gozo de esta fiesta que glorifica a los santos Juan y Pablo, verdaderamente hermanos en la misma fe y en el mismo martirio. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. R. Amén.