LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Santo Tomás de Aquino
Venida de la Trinidad al alma. No solamente el Hijo, sino también el Padre y el Espíritu Santo vienen por la gracia al alma humana y habitan en ella, según aquello de San Juan: Vendremos a él, y haremos morada en él (Jn 14, 23). El Padre viene por su poder, confortándonos. El que da fuerza al cansado (Is 40, 29), a lo que añade la Glosa; “fuerza de creer y de obrar”. El Hijo viene por su sabiduría, iluminándonos, porque es luz verdadera que alumbra a todo hombre (Jn 1, 9). El Espíritu Santo viene por su bondad, inflamándonos en su amor. El Espíritu Santo derrama en nosotros su bondad inflamándonos en su amor; porque el amor de Dios es la fuente de todo bien. Él se nos comunica de una manera soberana. Pero está lleno de suavidad en nosotros, cuando nos alegra con el gusto interno de su dulzura. Por eso, sobre las palabras del Salmo (104, 9): Suave es el Señor para con todos, agrega la Glosa: “pero principalmente para los que le gustan”. Y San Bernardo añade: “El solo Consolador es nuestro huésped, el Dios de caridad, el cual, aunque nunca abandona a los justos para hacerlos merecer, con frecuencia se ausenta, sin embargo, y se abstiene de consolarlos; aquello es más agradable, esto es más útil. Se le tiene, en verdad, pero oculto, cuando aquella suavidad poseída no toca la sensibilidad del corazón. Y así como el pueblo israelita, cuando al principio el Señor le hizo llover el maná, decía admirado: ¿Manhú?, que quiere decir: ¿Qué es esto? (Ex 16, 15), así el alma devota se admira al experimentar en su interior la suavidad de la bondad divina, porque no la ha experimentado tal en las cosas creadas.” Por eso dice San Anselmo: “Pensad cuál sea aquel bien que contiene el placer de todos los bienes, y no experimentáis en las cosas creadas, pero que difiere como el Criador de la criatura.” Además, la suavidad de esta bondad no se puede expresar con palabras, ni se enseña con la lengua sino con la gracia. Al vencedor daré yo maná escondido (Apoc 2, 17), porque no es descubierto por ningún lenguaje. Por lo cual dice San Bernardo: ¡Oh! que quien esté ansioso por saber qué es gustar del Verbo prepare, no su oído, sino el alma, porque no es la lengua la que lo enseña, sino la gracia.” Todavía más, sobrepasa a toda inteligencia y a todo deseo, lo cual es mayor, porque sabemos muchas cosas que no expresamos; pero la suavidad de la bondad divina es tan grande que no sólo no podemos expresarla con palabras, sino que aun somos impotentes para buscarla. Por eso dice el Profeta: Me acordé de Dios, y me deleité (en lo cual está la suavidad), y me ejercité, y desmayó mi espíritu (Sal 76, 4.) Y San Bernardo nos explica que la inteligencia no puede comprenderlo sino cuando tiene la experiencia. Así deben entenderse las palabras del profeta que dice: Maravillosas tus obras, y mi alma lo conoce mucho (Sal 138, 14), esto es, maravillosos son el poder del Padre, la sabiduría del Hijo, y la dulzura del Espíritu Santo, que hacen desfallecer el alma cuando intenta conocer la grandeza del poder, la profundidad de la sabiduría y la abundancia de la dulce suavidad. (De Humanitate Christi.)