Martes de la II semana de Pentecostés
POR LA EUCARISTÍA SE PERDONA LA PENA DEL PECADO
Santo Tomás de Aquino
El sacramento de la Eucaristía es a la vez sacrificio y sacramento; es sacrificio en cuanto es ofrecido, y sacramento en cuanto se recibe. Y por esto el efecto como sacramento se produce en el que lo consume, y como sacrificio en el que lo ofrece o en aquéllos por quienes se ofrece. Si, pues, se considera como sacramento, tiene dos clases de efectos: 1º, directamente por virtud del sacramento; 2º, como por cierta concomitancia. Por virtud del sacramento tiene directamente aquel efecto para el que ha sido instituido; y no lo ha sido para satisfacer, sino para alimentar espiritualmente por la unión a Cristo y a sus miembros, como también el nutrimiento se une al que se nutre. Pero como esta unión se verifica por la caridad, por cuyo fervor uno consigue el perdón, no sólo de la culpa, sino también de la pena, de ahí resulta que, por cierta concomitancia con su efecto principal, el hombre consigue la remisión de la pena, no de toda ella, sino según el modo de su devoción y fervor. En cuanto es sacrificio, tiene una virtud satisfactoria; pero en la satisfacción se atiende más al afecto del oferente que a la cantidad de la oblación. Por eso el Señor dice acerca de la viuda que ofreció dos ases, que echó más que todos los otros (Mc 12, 43); así, aunque esta oblación baste por su cantidad para satisfacer por toda pena, sin embargo se hace satisfactoria para aquéllos por quienes se ofrece o también para los que la ofrecen, según la cantidad de su devoción y no por toda pena. La virtud de Cristo, que se contiene en este sacramento, es infinita. Por consiguiente, el que sólo se quite por este sacramento parte de la pena, y no toda, no proviene del defecto de la virtud de Cristo, sino del defecto de la devoción del hombre. (3ª q. LXXIX, a. 5)