4 de junio. San Francisco Caricciolo, confesor
Francisco, llamado antes Ascanio, nació en Santa María de Villa, los Abruzos, de la noble familia de los Caracciolo; desde su infancia se distinguió por su eximia piedad. Siendo joven y estando gravemente enfermo, determinó consagrarse totalmente al servicio de Dios y del prójimo. Se ordenó sacerdote en Nápoles, y se inscribió en una cofradía, entregándose a la contemplación y a trabajar para la salvación de las almas, dedicándose con gran asiduidad a exhortar a los condenados a muerte. Una carta destinada a otra persona le fue entregada a él. En ella, los varones Juan, Agustín, Adorno y Fabricio Caracciolo invitaban al destinatario a la fundación de un nuevo instituto religioso. Sobrecogido y admirando los designios de la divina voluntad, se juntó con ellos. Establecidas las reglas de la nueva Orden en el desierto de la Camáldula, al cual se habían retirado, partieron para Roma, y obtuvieron que el papa Sixto V las aprobase, queriendo que se llamasen Clérigos Regulares Menores. Añadieron a los tres votos acostumbrados el de no buscar las dignidades.
Emitida la profesión solemne, por su singular devoción a San Francisco de Asís tomó su nombre. Al fallecer Adorno dos años más tarde, fue constituido, contra su voluntad, Superior General del instituto, en cuyo cargo dio ejemplo de todas las virtudes. Deseando extender su instituto, lo pedía a Dios con asiduas oraciones, lágrimas y continuas maceraciones de su cuerpo. Por este motivo, vino tres veces a España vestido de peregrino, pidiendo limosna de casa en casa. En su viaje sufrió toda suerte de contrariedades, experimentando el auxilio del Omnipotente; gracias a su oración, la nave que lo llevaba fue preservada de un naufragio. Trabajó incansablemente para que en estos reinos pudiese establecerse la Orden que acababa de ser aprobada. A ello contribuyó, así el resplandor de su santidad, como la regia munificencia de los católicos monarcas Felipe II y Felipe III. Superada toda la oposición de los adversarios, estableció muchas casas de su Orden, lo cual realizó también en Italia.
Se distinguió tanto por su humildad, que recibido en el hospicio de los pobres, en Roma, escogió un leproso por compañero, rehusando las dignidades que le ofrecía el papa Paulo V. Conservó sin mancha y perpetuamente la virginidad, y a las atrevidas mujeres que tentaron su castidad, las ganó para Jesucristo. Ardiendo en un grande amor para con la sagrada Eucaristía, pasaba casi todas las noches enteras en su adoración, y quiso que este piadoso ejercicio fuese practicado siempre en su Orden, como distintivo de la misma. Fomentó el culto a la Virgen Madre de Dios. Tuvo mucha caridad para con el prójimo. Estuvo dotado del don de profecía y de la penetración de los corazones. Con 44 años de edad, mientras oraba en la santa iglesia de Loreto, conoció que se aproximaba el fin de su vida. Por esto se encaminó hacia los Abruzos, y atacado de mortal enfermedad en el pueblo de Agnone, hallándose en compañía de los religiosos de San Felipe Neri, tras haber recibido los sacramentos de la Iglesia, descansó el día 4 de junio del año 1608, en la vigilia del Corpus Christi. Su cuerpo, trasladado a Nápoles, fue sepultado en la iglesia de Santa María la Mayor, la misma en donde había asentado los primeros cimientos de su Orden. Ante la fama de sus milagros, el papa Clemente XIV le beatificó con solemne rito, y luego, resplandeciendo con nuevos milagros, fue incluido en el número de los Santos por el papa Pío VII en el año 1807.
Oremos.
Oh Dios, que esclareciste al bienaventurado Francisco, fundador de una nueva Orden, con el deseo de la oración y el amor a la penitencia: concede a tus siervos que de tal manera se aprovechen de sus ejemplos, que aplicándose continuamente a la oración y a la mortificación de su cuerpo, merezcan llegar a la patria celestial. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. R. Amén.