LOS FRUTOS DE LA VIRTUD DEL AGRADECIMIENTO
VIRTUDES DE NUESTRA MADRE, LA VIRGEN MARÍA
El
agradecimiento es la virtud humana que brota de la justicia haciendo que la
persona reconozca los bienes recibidos respondiendo con el afecto y el honor
hacia la persona que se los da. Por
tanto, ser agradecido es practicar la virtud de la justicia hacia aquellos que
nos benefician con sus dones.
La
Sagrada Escritura canta al hombre justo y lo compara muchas veces a la palmera
que crece en el oasis siendo causa de sombra para el peregrino en las horas
calurosas del día. Lo compara también al cedro del Líbano, un árbol grande y
hermoso que conserva su hoja a lo largo de todo el año. Escuchemos por ejemplo
el salmo 92
“El justo florecerá como la
palmera,
crecerá como los cedros del
Líbano:
trasplantado en la Casa del
Señor,
florecerá en los atrios de nuestro
Dios.
En la vejez seguirá dando
frutos,
se mantendrá fresco y frondoso,
para proclamar qué justo es el
Señor,
mi Roca, en quien no existe la
maldad.” Sal
92
Así
también es el hombre justo, el hombre agradecido. En torno así, crea –como
dijimos el día anterior- un ambiente de alegría, de tranquilidad, de
amabilidad, de paz. Pues los frutos de vivir la virtud del agradecimiento son
numerosos.
Fijemos
en la simpatía y atracción que produce en nosotros una persona agradecida. Su
decir gracias, su sonrisa, su actitud humilde hace que nuestras durezas se
ablanden y se hagan tiernas. Pensemos cuantas veces se ha acercado una persona
necesitada a nosotros, con buenas formas y educación, con agradecimiento…
Solamente con las formas ya ha conseguido nuestra benevolencia por la simpatía
que provoca en nosotros. Invirtamos esto y sirvámonos de ello para atraer almas
a Dios. Vivir la virtud del agradecimiento en nuestro trato cotidiano con el
prójimo será un modo de que nos vean con benevolencia y cuando demos testimonio
de fe, cuando los invitemos a alguna actividad en la parroquia, cuando hablemos
de Dios, será más fácil que abran las puertas de su corazón a Jesucristo.
Así
era la Virgen María. Irradiaba y atraía a todos por su simpatía. Pensemos en el
dueño del pesebre, en los pastores, en los magos venidos de oriente… Pensemos a
lo largo de la vida oculta de Jesús cuantas veces ella atraería hacia su Hijo a
tantos con los que se encontraban… Fijémonos en
la escena de Caná. Ella se da cuenta de que falta el vino, esta fija en los sirvientes de aquel
banquete, seguramente ello con la mirada expresaron su necesidad, la Virgen
correspondió pidiendo el milagro a su Hijo y les dijo: “haced lo que él os
diga.” Y ellos obedecieron.
La
virtud del agradecimiento ensancha el corazón y lo ennoblece, liberándolo de
los egoísmo y narcisismos, del amor propio, de la autosuficiencia y soberbia… del
creerse único y mejor y más que los demás… El corazón desagradecido o falto de
agradecimiento es un corazón pequeño, endurecido, raquítico, tacaño… Contemplemos
el Corazón Inmaculado de María. ¡Qué grande! ¡Qué inmenso! Tanto que pudo
encerrar en él a todo un Dios, al Creador de todas las cosas. Tan grande e
inmenso que en su corazón tiene siempre un lugar para cada uno de nosotros,
pues a todos los hombres nos ama con amor de madre.
Vivir
en el agradecimiento nos hace afianzarnos en la humildad: pues conlleva sabernos
necesitados de Dios y de los otros, conlleva saberse indigno y falto de méritos
ante tantos dones y bienes que Dios nos da cada día y también lo que nuestros
hermanos nos ofrecen cada día. Y, ¿la Virgen? Ella es la siempre humilde.
Cuanto más recibía de Dios, más pequeña, mas sierva, más indigna se consideraba…
y redoblaba su cántico: Magnificat, Magnificat, Magnificat.
Ser
agradecidos nos ayuda a ser más
reflexivos y no ser superfluos e inconscientes. El Evangelio nos dice varias
veces que la Virgen guardaba todo en su corazón y lo meditaba. ¡Cuántas veces
en momentos de silencio, de oración y de recogimiento nuestra Señora pensaría
en los dones y gracias que Dios le había concedido! ¡Cuántas veces meditaría en
el bien que recibía también de parte de los hombres! Nosotros hemos de
imitarla, sabiendo que hemos de purificar nuestra visión pues tendemos más a
ver lo que nos falta, lo que no nos dan, lo que no nos regalan; en vez de
asombrarnos ante tanto que tenemos, que nos han dado y regalado…
Pidamos
a Nuestra Señora, la Virgen Inmaculada que nos enseñe a ser agradecidos en
verdad hacia Dios y hacia todos aquellos que nos hacen bien; y que nuestra
gratitud sea ser generosos con aquellos que tienen menos y pasan necesidad. Así
lo pedimos. Que así sea.