sábado, 23 de abril de 2016

LOS FRUTOS DE LA VIRTUD DEL AGRADECIMIENTO.- VIRTUDES DE NUESTRA MADRE, LA VIRGEN MARÍA


LOS FRUTOS DE LA VIRTUD DEL AGRADECIMIENTO
VIRTUDES DE NUESTRA MADRE, LA VIRGEN MARÍA
El agradecimiento es la virtud humana que brota de la justicia haciendo que la persona reconozca los bienes recibidos respondiendo con el afecto y el honor hacia la persona que se los da.  Por tanto, ser agradecido es practicar la virtud de la justicia hacia aquellos que nos benefician con sus dones.
La Sagrada Escritura canta al hombre justo y lo compara muchas veces a la palmera que crece en el oasis siendo causa de sombra para el peregrino en las horas calurosas del día. Lo compara también al cedro del Líbano, un árbol grande y hermoso que conserva su hoja a lo largo de todo el año. Escuchemos por ejemplo el salmo 92
“El justo florecerá como la palmera,
crecerá como los cedros del Líbano:
trasplantado en la Casa del Señor,
florecerá en los atrios de nuestro Dios.
En la vejez seguirá dando frutos,
se mantendrá fresco y frondoso,
para proclamar qué justo es el Señor,
mi Roca, en quien no existe la maldad.” Sal 92
Así también es el hombre justo, el hombre agradecido. En torno así, crea –como dijimos el día anterior- un ambiente de alegría, de tranquilidad, de amabilidad, de paz. Pues los frutos de vivir la virtud del agradecimiento son numerosos.
Fijemos en la simpatía y atracción que produce en nosotros una persona agradecida. Su decir gracias, su sonrisa, su actitud humilde hace que nuestras durezas se ablanden y se hagan tiernas. Pensemos cuantas veces se ha acercado una persona necesitada a nosotros, con buenas formas y educación, con agradecimiento… Solamente con las formas ya ha conseguido nuestra benevolencia por la simpatía que provoca en nosotros. Invirtamos esto y sirvámonos de ello para atraer almas a Dios. Vivir la virtud del agradecimiento en nuestro trato cotidiano con el prójimo será un modo de que nos vean con benevolencia y cuando demos testimonio de fe, cuando los invitemos a alguna actividad en la parroquia, cuando hablemos de Dios, será más fácil que abran las puertas de su corazón a Jesucristo.
Así era la Virgen María. Irradiaba y atraía a todos por su simpatía. Pensemos en el dueño del pesebre, en los pastores, en los magos venidos de oriente… Pensemos a lo largo de la vida oculta de Jesús cuantas veces ella atraería hacia su Hijo a tantos con los que se encontraban… Fijémonos en  la escena de Caná. Ella se da cuenta de que falta  el vino, esta fija en los sirvientes de aquel banquete, seguramente ello con la mirada expresaron su necesidad, la Virgen correspondió pidiendo el milagro a su Hijo y les dijo: “haced lo que él os diga.” Y ellos obedecieron.
La virtud del agradecimiento ensancha el corazón y lo ennoblece, liberándolo de los egoísmo y narcisismos, del amor propio, de la autosuficiencia y soberbia… del creerse único y mejor y más que los demás… El corazón desagradecido o falto de agradecimiento es un corazón pequeño, endurecido, raquítico, tacaño… Contemplemos el Corazón Inmaculado de María. ¡Qué grande! ¡Qué inmenso! Tanto que pudo encerrar en él a todo un Dios, al Creador de todas las cosas. Tan grande e inmenso que en su corazón tiene siempre un lugar para cada uno de nosotros, pues a todos los hombres nos ama con amor de madre.
Vivir en el agradecimiento nos hace afianzarnos en la humildad: pues conlleva sabernos necesitados de Dios y de los otros, conlleva saberse indigno y falto de méritos ante tantos dones y bienes que Dios nos da cada día y también lo que nuestros hermanos nos ofrecen cada día. Y, ¿la Virgen? Ella es la siempre humilde. Cuanto más recibía de Dios, más pequeña, mas sierva, más indigna se consideraba… y redoblaba su cántico: Magnificat, Magnificat, Magnificat.
Ser agradecidos nos  ayuda a ser más reflexivos y no ser superfluos e inconscientes. El Evangelio nos dice varias veces que la Virgen guardaba todo en su corazón y lo meditaba. ¡Cuántas veces en momentos de silencio, de oración y de recogimiento nuestra Señora pensaría en los dones y gracias que Dios le había concedido! ¡Cuántas veces meditaría en el bien que recibía también de parte de los hombres! Nosotros hemos de imitarla, sabiendo que hemos de purificar nuestra visión pues tendemos más a ver lo que nos falta, lo que no nos dan, lo que no nos regalan; en vez de asombrarnos ante tanto que tenemos, que nos han dado y regalado…

Pidamos a Nuestra Señora, la Virgen Inmaculada que nos enseñe a ser agradecidos en verdad hacia Dios y hacia todos aquellos que nos hacen bien; y que nuestra gratitud sea ser generosos con aquellos que tienen menos y pasan necesidad. Así lo pedimos. Que así sea.