DIOS, ¿ENEMIGO DE LA LIBERTAD?
Reflexión diaria del
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (n. 135-137)
El
hombre puede dirigirse hacia el bien sólo en la libertad, que Dios le ha dado
como signo eminente de ser creado a su imagen.
La dignidad conferida por Dios al hombre implica que actúe según su
conciencia y libre elección, es decir, movido e inducido por convicción interna
personal y no bajo la presión de sus impulsos o por coacción externa.
El hombre ama la libertad y la busca con
pasión… y del ejercicio responsable de ella depende su crecimiento como persona
y también su aportación a la comunidad. Pero la libertad no se opone a la
dependencia del hombre respecto a Dios. La Revelación enseña que el
poder de determinar el bien y el mal no pertenece al hombre, sino sólo a Dios.
El hombre es ciertamente libre, desde el momento en que puede comprender y acoger
los mandamientos de Dios. Posee una libertad muy amplia, pero no ilimitada: el
hombre está llamado a aceptar la ley moral que Dios le da.
Al apartarse de la ley moral, el hombre
atenta contra su propia libertad, se encadena a sí mismo, rompe la fraternidad
con sus semejantes y se rebela contra la verdad divina.
Estos puntos de la doctrina católica
acerca de la libertad son fundamentales en un momento histórico como el nuestro,
donde se tiene a Dios como un enemigo de la libertad del hombre, de su propia
felicidad y realización. Solo Dios nos
da la libertad. Y el testimonio de esto lo tenemos en tantísimo santos: ellos
fueron los hombres más libres –incluso para entregar sus vidas en el martirio-
porque fueron fieles a los mandamientos de Dios. Fuera de Dios y sus
mandamientos, no hay felicidad posible para el hombre.