EL HOMBRE: CUERPO Y ALMA
Reflexión diaria del
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (n. 127-129)
Los siguientes puntos del Compendio acerca
la unidad que hay en el hombre entre su cuerpo y alma son tan claros que no
necesitan más explicación.
El hombre ha sido creado por Dios como
unidad de alma y cuerpo: « El alma espiritual e inmortal es
el principio de unidad del ser humano, es aquello por lo cual éste existe como
un todo —“corpore et anima unus”— en cuanto persona. Estas
definiciones no indican solamente que el cuerpo, para el cual ha sido prometida
la resurrección, participará de la gloria; recuerdan igualmente el vínculo de
la razón y de la libre voluntad con todas las facultades corpóreas y sensibles. La
persona —incluido el cuerpo— está confiada enteramente a sí misma, y es en la
unidad de alma y cuerpo donde ella es el sujeto de sus propios actos morales ».
Mediante su corporeidad, el hombre unifica
en sí mismo los elementos del mundo material. Esta
dimensión le permite al hombre su inserción en el mundo material, lugar de su
realización y de su libertad, no como en una prisión o en un exilio. No es
lícito despreciar la vida corporal; el hombre, al contrario, « debe tener por
bueno y honrar a su propio cuerpo, como criatura de Dios que ha de resucitar en
el último día». La dimensión corporal, sin embargo, a causa de la herida
del pecado, hace experimentar al hombre las rebeliones del cuerpo y las
inclinaciones perversas del corazón, sobre las que debe siempre vigilar para no
dejarse esclavizar y para no permanecer víctima de una visión puramente terrena
de su vida.
Por su espiritualidad el hombre supera a
la totalidad de las cosas y penetra en la estructura más profunda de la
realidad. Cuando se adentra en su corazón, es
decir, cuando reflexiona sobre su propio destino, el hombre se descubre
superior al mundo material, por su dignidad única de interlocutor de Dios, bajo
cuya mirada decide su vida. Él, en su vida interior, reconoce tener en «sí
mismo la espiritualidad y la inmortalidad de su alma» y no se percibe a sí
mismo «como partícula de la naturaleza o como elemento anónimo de la ciudad
humana ».
El hombre, por tanto, tiene dos características diversas: es un ser
material, vinculado a este mundo mediante su cuerpo, y un ser espiritual,
abierto a la trascendencia y al descubrimiento de «
una verdad más profunda », a causa de su inteligencia, que lo hace «
participante de la luz de la inteligencia divina ».Ni el espiritualismo que
desprecia la realidad del cuerpo, ni el materialismo que considera el espíritu
una mera manifestación de la materia, dan razón de la complejidad, de la
totalidad y de la unidad del ser humano.