MARÍA, MADRE DE MISERICORDIA
SÁBADO DE PASCUA
3 º día del Triduo de la Divina
Misericordia
Coincidiendo con el primer sábado de
mes seguimos nuestra preparación para la fiesta de la Divina Misericordia.
Dios es amor y en su historia con el
hombre su amor se convierte en misericordia. Si el hombre fuese Dios, Dios lo
podría amar, pues el amor se da entre iguales, pero como el hombre es criatura
y, además, tras el pecado de nuestros primeros padres, el hombre es pecador,
Dios lo ama pero su amor se hace misericordia: Dios pone su corazón en lo
pobre, en lo pequeño, en lo que no vale, en la miseria… pues este es el estado
del hombre en el pecado.
Su obrar en la historia de la humanidad
ha sido una obra de misericordia. El gran salmo de la pascua que los judíos
recitaban tras la cena ritual, va recordando las acciones de Dios y su
motivación, el porqué Dios ha actuado:
Dad gracias al Señor porque es bueno:
porque es eterna su misericordia.
Sólo él hizo grandes maravillas:
porque es eterna su misericordia.
Él hizo sabiamente los cielos:
porque es eterna su misericordia.
Él hirió a Egipto en sus primogénitos:
porque es eterna su misericordia.
Y sacó a Israel de aquel país:
porque es eterna su misericordia.
Les dio su tierra en heredad:
porque es eterna su misericordia.
Y nos libró de nuestros opresores:
porque es eterna su misericordia. (Cfr
Sal 135)
Al contemplar el Inmaculado Corazón de
la Virgen María estamos llamados a cantar la misericordia de Dios, darle
gracias por ella, pues María es fruto del amor misericordioso de Dios. Con la
misma Virgen estamos llamados a unirnos a su cántico –que la Iglesia recita
cada tarde en su oficio litúrgico de vísperas- “Proclama mi alma la grandeza
del Señor porque ha mirado la humildad de su sierva. Desde ahora me felicitarán
todas las generaciones porque el poderoso ha hecho obras grande por mí, su
nombre es santo y su misericordia llega de generación en generación.”
Su Inmaculada Concepción y preservación
del pecado original, su maternidad divina, su virginidad perpetua, su asunción
en cuerpo y alma y las otras mil maravillas que contemplamos en la Virgen María
son obra de la misericordia de Dios, de su amor hacia el hombre, y en
particular hacia aquella que iba ser su Madre. Dios ha obrado maravillas en
ella, y todo lo ha hecho porque es eterna
su misericordia.
La Virgen María responde con la
humildad, con el saberse sobrepasada por el amor de Dios, por el saber indigna
de su misericordia. Su “Fíat”, su “Hágase en mí según tu palabra” y su
declararse esclava del Señor manifiestan su obediencia. Ella es la nueva Eva
que cambia el no de la primera mujer Eva en un sí a la voluntad de Dios.
Santa Faustina Kovalska –la religiosa
que recibe las revelaciones de la Divina Misericordia- goza también del cuidado
de la Virgen María. En numerosas ocasiones, Nuestra Señora se le aparece y le
habla en su interior. En su diario ella nos relata: “la Santísima Virgen me
instruyó sobre la voluntad de Dios, cómo aplicarla en la vida sometiéndome
totalmente a Sus santísimos designios. Es imposible agradar a Dios sin cumplir
su santa voluntad.”
Le dice la Virgen: Hija mía, te
encomiendo encarecidamente que cumplas con fidelidad todos los deseos de Dios,
porque esto es lo más agradable a Sus santos ojos. Deseo ardientemente que te
destaques en esto, es decir en la fidelidad en cumplir la voluntad de Dios.
Esta voluntad de Dios, anteponla a todos los sacrificios y holocaustos.”
Sin duda alguna, él quiera salvarse y
agradar a Dios en su vida ha de recorrer el camino de la obediencia, pues este
fue el camino que rechazaron nuestros primeros padres. Y Nuestras Señora, la
Virgen es la mejor maestra pues ella nos lleva siempre a Jesús como camino
corto , fácil y seguro. Su enseñanza a las almas será siempre como en Caná de
Galilea: Haced lo que Jesús os diga.
Pero, quizás alguno pueda pensar que
las maravillas que Dios hizo en la Virgen son fruto de un cierto egoísmo por
parte de Dios. Iba a ser su Madre en cuanto su humanidad santísima, ¿Cómo
entonces no la hubiese hecho llena de gracia y de virtudes, toda hermosa e
inmaculada, toda santa y compasiva? Es cierto, así obraría cualquier ser
humano; pero Dios al pensar en María y al enriquecerla con todos los dones y
gracias que la naturaleza humana es capaz de recibir, piensa también en los
hombres.
Al pie de la Cruz, la humanidad entera es
entregada a María Madre de los hombres. Ella, Madre de Dios, recibe la misión
de su Hijo en la cruz de ser Madre de todo los hombres, Madre de los pecadores.
“Mujer, ahí tienes a tu hijo”.
¿Cómo el corazón inmaculado de María todo
santo y sin mancha puede entonces cumplir el mandato de su hijo amando y
cuidado de todo los hombres, también de los pecadores? ¿Cómo su corazón que no
sintió nunca inclinación alguna al pecado puede ahora derramar su amor hacia
aquellos que viven enfangados en el mal?
La Virgen María a sor Faustina le dice:
Yo soy no sólo la Reina del Cielo, sino también la
Madre de la Misericordia y tu Madre.”
La Virgen María es Madre de
la Misericordia encarnada, Jesucristo, rostro del Padre, pero ella, llamada a
ser Madre de todos los hombres es también Madre misericordiosa. Dios hace el
corazón de la Virgen María lo más semejante a su Corazón, al Corazón de Jesús:
un Corazón clemente y compasivo, un corazón lento a la cólera y rico en piedad,
un corazón rico en misericordia.
El Papa Juan Pablo II en la
encíclica a cerca de la Divina Misericordia dice: "Sin duda María, y por
María, experimentamos la misericordia divina, porque en virtud del tacto
singular de su corazón materno y de su extraordinaria sensibilidad compasiva,
posee una esencial actitud para llegar a todos aquellos que aceptan más
fácilmente el amor misericordioso de parte de una Madre. Este es uno de los
misterios más grandes y vivificantes del cristianismo, tan íntimamente
vinculado con el misterio de la Encarnación"
Miremos el Corazón Inmaculado
de María, Madre de Dios y Madre Nuestra. Admiremos su grandeza y su
misericordia. Abandonémonos confiadamente en sus manos y dejemos que nos mire
con esos sus ojos misericordiosos: pues “Ella
es Reina clemente, que, habiendo experimentado
la misericordia de Dios de un modo único y privilegiado, acoge a todos los que
en ella se refugian, y los escucha
cuando la invocan. Ella es la Madre de
la misericordia, atenta siempre a los ruegos de sus hijos, para impetrar
indulgencia, y obtenerles el perdón de los pecados. Ella es la dispensadora del
amor divino, la que ruega incesantemente por nosotros para que su gracia
enriquezca nuestra pobreza y su poder
fortalezca nuestra debilidad.”
Que nuestra petición de
este día, sea confiar en María pues como reza san Bernardo nadie de los que han
acudido a ella e implorado su protección ha sido desamparado por tan tierna y
compasiva Madre.”