EL DRAMA DEL PECADO
Reflexión diaria del
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (nn. 115-116)
El admirable plan de Dios sobre el hombre en la creación del hombre se frustra con el
pecado de nuestros primeros padres Adán y Eva.
El hombre desobedece el mandamiento de Dios, fuerza su límite de criatura, desafiando a
Dios, su único Señor y fuente de la vida, queriéndose hacer dios de su propia
existencia. El pecado de desobediencia separa al hombre de Dios, y sus
consecuencias son tremendas no solo para él sino también para su descendencia: pierde la santidad y la justicia en que
había sido constituido, recibidas no sólo para sí, sino para toda la humanidad.
El hombre se ve condenado a vivir fuera del “paraíso” de Dios y como última
consecuencia la muerte.
Adán y Eva, cometen
un pecado personal, pero
este pecado afecta a la naturaleza
humana, que transmitirán en
un estado caído: es lo que llamamos pecado original y que hace que la naturaleza
del hombre, “aun sin estar totalmente corrompida, se halla herida en sus
propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al poder
de la muerte, e inclinada al pecado. Esta inclinación al mal se llama
concupiscencia.”
Es en el pecado
donde encontramos la raíz de las heridas personales y sociales, que ofenden en
modo diverso el valor y la dignidad de la persona humana.
La consecuencia del pecado, en cuanto acto
de separación de Dios, es precisamente la alienación, es decir la división del
hombre no sólo de Dios, sino también de sí mismo, de los demás hombres y del
mundo circundante.