DONDE ABUNDÓ EL PECADO, SOBREABUNDÓ LA
GRACIA
Reflexión diaria del
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (n. 120-123)
La doctrina del pecado original, que
enseña la universalidad del pecado, tiene una importancia fundamental: «Si
decimos: “No tenemos pecado”, nos engañamos y la verdad no está en nosotros» (1
Jn 1,8). No invita a no permanecer en la culpa o inconscientes de
nuestro pecado, y también a asumir la responsabilidad propia sobre nuestra vida
y nuestras decisiones, no buscando continuamente chivos expiatorios en los
demás y justificaciones en el ambiente, la herencia, las instituciones, las
estructuras y las relaciones.
Pero la realidad del pecado no se debe
separar de la conciencia de la universalidad de la salvación en Jesucristo. Si
separa, genera una falsa angustia por el pecado y una consideración pesimista
del mundo y de la vida, que induce a despreciar la propia vida y existencia.
La fe nos lleva a una visión realista de nuestro
existir. Somos conscientes del e pecado, pero creemos en Jesucristo, que con su
Pasión, Muerte y Resurrección ha destruido el pecado y la muerte: «
En Él, Dios ha reconciliado al hombre consigo mismo».
Por medio de Cristo y la misericordia que
ha conseguido con su muerte, nos hacemos partícipes de la naturaleza Dios, que
nos da infinitamente más « de lo que podemos pedir o pensar». Muriendo al
hombre viejo y a sus obras, renacemos a
la vida del hombre nuevo a imagen de Cristo. Por el bautismo, injertados en Jesucristo,
Hijo de Dios encarnado, somos acogidos como hijos de Dios.
La renovación traída por la obra redentora
de Jesucristo abarca también a toda la creación: sometida
a la caducidad, entre los gemidos y dolores del parto, aguarda llena de
esperanza ser liberada de la corrupción.