23 de enero
Solemnidad de San Ildefonso, Patrono de la Archidiócesis de Toledo
Comentarios al Evangelio
de la Catena Aurea de Santo Tomás de Aquino
MATEO 5, 14-16
"Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad que
está puesta sobre un monte no se puede esconder. Ni encienden una antorcha y la
ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los
que están en la casa. A este modo ha de brillar vuestra luz delante de los
hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre, que
está en los cielos". (vv. 14-16)
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Así como los
maestros, por su buena predicación, son sal con la cual el pueblo se
condimenta, así por la palabra de su doctrina son luz, con la que iluminan a
los ignorantes. Primero se debe vivir bien y luego enseñar. Por lo tanto,
después de llamar a los Apóstoles sal, los llama también luz, diciendo:
"Vosotros sois la luz del mundo". La sal en su propio estado sostiene
las cosas para que no se pudran, pero la luz conduce al perfeccionamiento
ilustrando. Por lo cual los Apóstoles fueron llamados primero sal, a causa de
los judíos y de los cristianos, por quienes Dios es conocido y a quienes éstos
conservan en el conocimiento; y segundo luz, a causa de los gentiles, a quienes
conducen a la luz de la verdadera ciencia.
San Agustín, de sermone Domini, 1, 6
Conviene,
pues, comprender aquí por mundo, no al cielo y la tierra, sino a los hombres
que están en el mundo, o a los que aman al mundo, para iluminar a los que los
Apóstoles fueran enviados.
San Hilario, in Matthaeum, 4
Es propio de la naturaleza de la luz el alumbrar por cualquier parte que se la lleve y que introducida en las casas mate las tinieblas, quedando sola la luz. Por lo tanto, el mundo, sin el conocimiento de Dios, estaba oscurecido con las tinieblas de la ignorancia. Mas por medio de los Apóstoles se le comunicó la luz de la verdadera ciencia, y así brilla el conocimiento de Dios y por cualquier parte que caminen, de su pobre humanidad brota la luz que disipa las tinieblas.
Remigio
Así como el
sol dirige sus rayos, así el Señor, que es sol de justicia, dirigió sus
Apóstoles para desterrar las tinieblas del género humano.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 15,7
Comprende
cuán grandes son las cosas que les promete, cuando aquéllos, que eran
desconocidos en su propio país, adquirieron tanta fama, que llegó ésta en poco
tiempo hasta los confines de la tierra: ni las persecuciones que les había
predicho pudieron ocultarlos, sino que más bien los hizo mucho más famosos.
San Jerónimo
Para que los
apóstoles no se escondan por el miedo, sino que se presenten con toda libertad,
les enseña la confianza en los resultados de su predicación, diciéndoles en
seguida: "No puede esconderse una ciudad que está puesta sobre un
monte".
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 12
Por estas
palabras les enseña también a cuidar con solicitud de su propia vida, como que
ésta había de estar mirada constantemente por todos, así como la ciudad que
está colocada sobre un monte, o como la luz que está luciendo sobre un candelero.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Esta ciudad
es la iglesia de los santos, de la que se dice: "Cosas admirables se han
dicho de ti, ciudad de Dios" ( Sal 86,3). Sus ciudadanos son todos los
fieles, de quienes el Apóstol dice a los Efesios: "Vosotros sois los
conciudadanos de los santos" ( Ef 2,19). Esta ciudad, pues, está colocada
sobre el monte, de quien dice Daniel: "La piedra arrancada sin esfuerzo de
manos, se convirtió en un gran monte" ( Dn 2,34).
San Agustín, de sermone Domini, 1, 6
Está
colocada esta ciudad sobre un monte, esto es, sobre la gran justicia de Dios
que representa ese monte, en el cual juzga el Señor.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
No puede,
pues, esconderse una ciudad colocada sobre un monte. Aun cuando ella quiera, el
monte que la tiene sobre sí, la hace visible a todos. Así los Apóstoles y los
sacerdotes, que han sido establecidos en Cristo no pueden esconderse, aun
cuando quieran, porque Jesucristo los manifiesta.
San Hilario, in Matthaeum, 4
Llama ciudad
a la carne que tomó, porque en ella, por la naturaleza del cuerpo que ha
tomado, se contiene cierta congregación del género humano. Y nosotros, por la
unión con su carne, resultamos los habitantes de esta ciudad. No puede
esconderse, pues, porque colocada en la altura de la elevación de Dios, se
ofrece a la contemplación de todos por medio de la admiración de sus obras.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Jesucristo
demuestra con otra comparación por qué manifiesta a sus santos y no permite que
se escondan, cuando dice: "No encienden una antorcha y la ponen debajo de
un celemín, sino sobre el candelero".
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 15,7
O por esto
que dijo: "No puede esconderse una ciudad", demostró su virtud. En
esto que añade: "No encienden la luz", nos induce a la libre
predicación, como si dijese: "Yo, en verdad, he encendido la luz, y a
vosotros corresponde tenerla encendida, no sólo por vosotros y por otros que
serán iluminados, sino también por la gloria de Dios".
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
La antorcha
es la palabra divina, de la cual se dice en el salmo (118,5): "Tu palabra
es la antorcha que guía mis pasos". Los que encienden la antorcha son el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
San Agustín, de sermone Domini, 1, 6
¿Qué
pensamos que significa lo que se ha dicho: "Y la ponen debajo del
celemín"? ¿Que la ocultación de la antorcha se entienda como si dijese:
Ninguno enciende la antorcha para ocultarla? ¿O significa algo más el celemín,
como si poner la antorcha debajo de él fuese preferir las comodidades del
cuerpo a la predicación de la verdad? Coloca, pues, la antorcha debajo del
celemín todo aquel que oscurece y cubre la luz de la buena doctrina con las
comodidades temporales. El celemín es muy buena figura de los bienes
temporales, ya porque es una medida, y cada uno recibirá la retribución según
el bien que hizo en el cuerpo, ya porque los bienes temporales que se hacen con
el cuerpo tienen cierta medida de días, que significa el celemín. Mas las cosas
eternas y espirituales no tienen tal limitación. Coloca la antorcha sobre el
candelabro aquel que sujeta su cuerpo al ministerio de la palabra, para que la
predicación de la verdad sea primero y las atenciones del cuerpo vengan
después. La doctrina resplandece más cuando el cuerpo está reducido a la
esclavitud en los momentos en que, por medio de las buenas obras y demás actos
visibles, se da buen ejemplo a los demás.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
El celemín
puede significar también los hombres mundanos, porque así como éste es vacío
por la parte de arriba y cerrado por debajo, así todos los amantes del mundo
son insensatos para las cosas espirituales y sabios en las terrenas. Y por lo
tanto, son como un celemín que tiene escondida la palabra divina, cuando por
alguna causa terrena no se atreven a hacer pública la palabra de Dios ni a
predicar las verdades de la fe. El candelero es la Iglesia y todo sacerdote que
anuncia la palabra de Dios.
San Hilario, in Matthaeum, 4
El Señor
comparó a la sinagoga con el celemín que, recibiendo en su interior los frutos,
los contenía en cierta medida de su limitada observancia.
San Ambrosio Super Lucam, Super his verbis
Por lo
tanto, ninguno limite su fe a la medida de la ley, sino que se ciña a lo que
enseña la Iglesia, en la cual brillan los siete dones del Espíritu Santo.
Beda
O bien es el
mismo Jesucristo quien enciende la antorcha, el cual ha llenado con la llama de
su divinidad la lámpara de tierra de nuestra naturaleza humana. No ha querido
esconderla a los creyentes ni colocarla debajo del celemín, esto es, sujetarla
a la medida de la ley ni limitarla a los términos de una sola nación. Llama
candelero a la Iglesia, sobre la que ha colocado la antorcha, porque ha fijado
en nuestras frentes la fe en su encarnación.
San Hilario, in Matthaeum, 4
O bien, la
antorcha de Cristo se coloca sobre el candelero, esto es, suspendida en la cruz
por la pasión, cuya antorcha había de producir una luz eterna a todos los que
habitasen en la Iglesia. Y por lo tanto, dice: "Para que alumbre a todos
los que están en la casa".
San Agustín, de sermone Domini, 1, 6
Si alguno
entiende por esta casa a la Iglesia, no hay en ello absurdo. Puede que esta
casa sea el mundo, por lo que dice más arriba: "Vosotros sois la luz del
mundo".
San Hilario, in Matthaeum, 4
Con esta luz
enseña a los Apóstoles a resplandecer para que, de la admiración de sus obras
resulte grande alabanza al Señor. De donde se sigue: "De tal modo ha de
brillar vuestra luz delante de los hombres que vean nuestras buenas
obras".
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Esto es,
cuando enseñéis iluminad de tal modo que, no sólo oigan vuestras palabras, sino
que vean también vuestras buenas obras, con el objeto de que aquellos a quienes
iluminéis con la palabra como luz, los condimentéis con el ejemplo, como sal.
Dan gloria a Dios aquellos maestros que enseñan y obran bien, porque las
disposiciones del Señor se manifiestan en las costumbres de sus ministros. Por
ello sigue: "Y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos".
San Agustín, de sermone Domini, 1, 7
Si tan sólo
hubiese dicho: "para que vean vuestras buenas obras", hubiese
constituido su fin el ser vistos siendo alabados por los hombres, lo cual
buscan los hipócritas; sino que añade: "y glorifiquen a vuestro Padre que
está en los cielos" para que, por lo mismo que el hombre con las buenas
obras agrada a los hombres, no constituyendo en eso su fin sino en dar alabanza
a Dios, por lo tanto agrade a los hombres de modo que en ello sea glorificado
Dios.
San Hilario, in Matthaeum, 4
No porque convenga buscar la gloria que dan los hombres (puesto que todo debe hacerse en honor de Dios), sino que, disimulando nuestra obra a aquellos entre quienes vivimos, brille para Dios.
17-19
"No penséis que he venido a destruir la ley o los
profetas; no he venido a destruirlos, sino a darles cumplimiento. Porque en
verdad os digo que el cielo y la tierra no pasarán, sin que se cumpla todo el
contenido de la ley hasta una jota o un ápice. Por lo cual quien quebrantare
uno de estos mandamientos muy pequeños y enseñare así a los hombres, muy
pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas quien hiciere y enseñare,
éste será llamado grande en el reino de los cielos". (vv. 17-19)
Glosa
Después que
exhortó a los que le oían para que se preparasen a sufrir todas las cosas por
la justicia y no escondiesen lo que habían de recibir, sino que aprendiesen con
la misma benevolencia con que habían de enseñar a los demás, empezó
enseñándoles todo lo que debían enseñar. Como si preguntaran: ¿Qué es esto que
no quieres que se oculte, por lo que nos mandas sufrir todas las cosas? ¿Acaso
habrás de decir alguna cosa fuera de lo que está consignado en la ley? Por lo
tanto dice: "No penséis que he venido a destruir la ley o los profetas".
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Dice esto
por dos razones. Primero para invitar a sus discípulos a la imitación de su
ejemplo con estas palabras, con el fin de que así como El cumplía toda ley, así
también ellos procurasen cumplirla. Finalmente, había de suceder que los judíos
le iban a calumniar como infractor de la ley. Por ello satisface a la calumnia
antes de incurrir en ella.
Remigio
Para que no
apareciese que Jesús había venido con el objeto sólo de predicar la ley -como
los profetas habían hecho-, dijo dos cosas: Niega que hubiese venido a
quebrantar la ley y asegura que ha venido a cumplirla. Por ello añade: "No
he venido a destruir la ley, sino a cumplirla".
San Agustín, de sermone Domini, 1, 8
Esta
sentencia tiene dos sentidos. En efecto, cumplir la ley, o es añadir algo a lo
que tiene de menos, o cumplir lo que tiene.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 16,2
Jesucristo
llevó a su plenitud a los profetas cumpliendo todas las cosas que éstos habían
dicho de El. Primero, la ley, no quebrantando ninguna prescripción legal.
Segundo, justificando por la fe lo que la ley no podía hacer por medio de la
letra.
San Agustín, contra Faustum, 19, 7
Finalmente, porque aun los que estaban constituidos en esta vida bajo la influencia de la gracia, encontraban grande dificultad en cumplir lo que estaba escrito en la ley: "No desearás" ( Ex 20,17). Cristo, constituido en sacerdote, nos alcanza el perdón por el sacrificio de su carne, cumpliendo también la ley para que lo que no podamos cumplir por nuestra debilidad, se cumpla por la perfección de Cristo, de cuya cabeza fuimos constituidos miembros. Y en el capítulo veintidos añade: Pienso que estas palabras: "No he venido a destruir la ley, sino a cumplirla" ( Ex 22-23), deben entenderse de aquellas adiciones que pertenecen a la exposición de las antiguas sentencias o a la vida en conformidad con ellas ( Mt 5). Así es como el Señor nos enseña que hasta el deseo inicuo de hacer daño al hermano pertenece al género de homicidio. Quiso el Señor más bien que nosotros no jurando no nos separásemos de la verdad, a que, jurando lo verdadero nos acercásemos al falso juramento ( Mt 17,1). Y vosotros, ¡oh maniqueos! ¿Por qué no recibís la ley y los profetas cuando Jesucristo asegura que no había venido a abrogarlos sino a cumplirlos? A esto responde el hereje Fausto: ¿Quién asegura que Jesús ha dicho esto? Mateo. ¿Cómo, pues, lo que San Juan no dice, que estuvo en el monte, lo escribe San Mateo ( Mt 17), quien siguió a Jesús después que bajó del monte? A esto responde San Agustín. Si ninguno dice verdad de Cristo, más que aquel que lo vio o que lo oyó, hoy ninguno diría verdad tratándose de El. ¿Por qué no pudo San Mateo oír de boca de San Juan ( Jn 21) cosas verdaderas de Cristo, cuando nosotros, nacidos después de tanto tiempo, podemos hablar cosas verdaderas de Cristo tomándolas del libro de San Juan? Por otra parte, no sólo el Evangelio de San Mateo, sino que también el de San Lucas y San Marcos tienen igual autoridad. A esto puede añadirse que aun el mismo Jesucristo pudo contar a San Mateo lo que había hecho antes de llamarlo. Decid claramente que no creéis en el Evangelio. Los que no creéis del Evangelio más que lo que queréis, creéis en vosotros más que en el Evangelio.
Añade Fausto:
San Agustín, contra Faustum, 17, 4
Probemos que San Mateo no escribió esto, sino que lo escribió otro, no sé quién, pero en nombre suyo. ¿Qué dice, pues? Pasando Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos. ¿Y quién, escribiendo de sí mismo, dirá: vio a un hombre, y no más bien, me vio a mí? A lo cual contesta San Agustín: San Mateo escribió de sí como si hablara de otro, como San Juan hizo lo mismo diciendo: "Habiéndose vuelto San Pedro, vio a otro discípulo, a quien Jesús amaba". Se ve, pues, que ésta fue la costumbre de aquellos escritores cuando contaban las cosas que sucedían.
Insiste
Fausto:
San Agustín, contra Faustum, 17,2
¿Por qué dice también en el mismo sermón, que no se creyese que había venido a destruir la ley, dando más bien a entender con eso que la destruía realmente? Pues de otro modo nunca los judíos hubieran sospechado tal cosa. A lo cual contesta San Agustín: esto es muy pobre, pues no negamos que para los judíos que no entendían, Cristo fuese un destructor de la ley y los profetas.
Otra vez
Fausto:
San Agustín, contra Faustum, 17,2
¿Para qué
esto cuando la ley y los profetas no necesitan cumplimiento, puesto que se dice
en el Deuteronomio: "Observarás estos preceptos que te ordeno, y no
añadirás nada a ellos, ni disminuirás?" ( Dt 12,32). A lo que contesta San
Agustín:
San Agustín, contra Faustum, 17,6
No entiende Fausto lo que quiere decir cumplir la ley, cuando cree que esto debe entenderse de la adición de palabras. La plenitud de la ley es la caridad, la que concedió nuestro Señor enviando a los fieles el Espíritu Santo. Se cumple, pues, la ley, o cuando se practica lo que manda, o cuando se manifiestan las cosas que están profetizadas.
Sigue
Fausto:
San Agustín, contra Faustum, 18,1
Cuando
confesamos que Jesucristo ha formado el Nuevo Testamento, ¿qué otra cosa
decimos sino que a la vez había destruido el Antiguo? A lo cual contesta San
Agustín:
San Agustín, contra Faustum, 18,4
En el Antiguo Testamento estaba prefigurado cuanto había de suceder. Sus figuras habían de ser suprimidas por las mismas obras que Jesucristo practicaba, con el objeto de que la ley y los profetas se cumpliesen, toda vez que en ellas está escrito, que habría de formarse un Nuevo Testamento.
Añade
Fausto:
San Agustín, contra Faustum, 18, 2
Si
Jesucristo dijo esto, o lo dijo significando otra cosa, o -lo que no es de
creer- lo dijo mintiendo, o en absoluto no lo dijo -pero que Jesucristo
mintiese nadie puede asegurarlo- y que por esto dijese otra cosa, o en realidad
que no dijese nada; me persuado, pues, contra la necesidad de este capítulo, y
la fe de los maniqueos me confirma en ello, de que las cosas que en un
principio se leen como escritas respecto del Salvador, no todas pueden creerse.
Hay mucha cizaña que cierto sembrador colocó en casi todas las escrituras, como
divagando en perjuicio de la buena semilla. A lo cual contesta San Agustín:
San Agustín, contra Faustum, 18,7
el maniqueo ha enseñado una perversidad impía para que aceptes del Evangelio, lo que tu herejía no te impida que aceptes, sin embargo para que lo que te impida aceptar no lo aceptes. Nosotros, según nos enseña el Apóstol en la carta primera a los de Galacia (1,9), guardamos una piadosa prudencia, y por ello anatematizamos a todo aquel que nos enseñe algo contrario a lo que de los Apóstoles hemos recibido. Nuestro Señor nos dice también por San Mateo que debemos entender por cizaña, no el que se mezclen algunas falsedades en las verdaderas escrituras -como tú interpretas- sino los hombres que son hijos del espíritu maligno.
Añade
Fausto:
San Agustín, contra Faustum, 18, 3
Cuando un
judío te arguya porque no observas los preceptos de la ley y de los profetas,
que Jesucristo dijo no había venido a abrogar sino a cumplir, te verás obligado
a confesarte, o como subyugado a la falsa superstición, o a decir que el
capítulo es falso, o a negar que tú seas verdadero discípulo de Cristo. A lo
que contesta San Agustín:
San Agustín, contra Faustum, 18,7
Los católicos
nada tienen que temer de ese capítulo -como si no cumpliesen la ley y los
profetas-, porque tienen la caridad de Dios y del prójimo, preceptos en los
cuales están resumidos toda la ley y los profetas. Y todo lo que allí está
profetizado por los acontecimientos, las ceremonias y las palabras figuradas lo
reconocen cumplido en Jesucristo y en la Iglesia. De donde se deduce que ni
estamos sometidos a la superstición, ni negamos la veracidad de este capítulo,
ni que somos discípulos de Cristo.
San Agustín, contra Faustum, 19,16
El que dice que: si Jesucristo no hubiese abrogado la ley y los profetas, aquellos sacramentos de la ley y de los profetas hubiesen continuado celebrándose entre los cristianos, éste puede también decir que: si Jesucristo no hubiese abrogado la ley y los profetas, aún subsistiría anunciado que habría de nacer, padecer y resucitar. Pero más bien que abrogarlos, los ha cumplido, puesto que ya no se promete que nacerá, padecerá y resucitará. Porque aquellas profecías se referían a una persona que ya existió, anunciándose que ya ha nacido, padecido y resucitado. Estos misterios son admitidos por los cristianos y podemos decir que estas profecías ya se han realizado. Se comprende, desde luego, cuán grande sea el error en que viven todos aquellos que creen que, cuando se han mudado las señales y los sacramentos han resultado nuevas las cosas que entre los profetas se anunciaron como futuras y el Evangelio prueba que ya se han cumplido.
Sigue
Fausto:
San Agustín, contra Faustum, 19,1
Debe
averiguarse si Jesucristo dijo esto y por qué lo dijo. Si lo dijo con el objeto
de no despertar el furor de los judíos que, viendo sus cosas santas confundidas
por Jesucristo, no creían oportuno oírle; o bien para persuadirnos a que
aceptásemos el yugo de la ley, nosotros que debíamos creer entre los gentiles.
San Agustín, contra Faustum, 19, 2
Si no fue
éste el motivo que le impulsó a hablar así, debe ser el que ya he dicho, y ni
en ello ha mentido. Hay tres clases de leyes: una de los hebreos, que San Pablo
en su carta a los romanos apellida de pecado y de muerte; otra de los gentiles,
a la cual llama natural, diciendo a los romanos: "Los gentiles practican
naturalmente lo que manda la ley" ( Rom 2,14); y otra de verdad, acerca de
la cual dijo también a los romanos: "La ley es espíritu de vida", etc
( Rom 8,2). Igualmente los profetas: los hay de los judíos, muy conocidos; de
los gentiles, de quienes dice San Pablo a Tito: "Uno de sus profetas ha
dicho"; y de la verdad, de quienes dice Jesucristo por medio de San Mateo:
"Os envío profetas y sabios" ( Mt 23,24). (l. 19, c. 3) Y en verdad,
si hubiese manifestado las observancias de los hebreos respecto de su
cumplimiento, no hubiese resultado la duda acerca de que había dicho esto
refiriéndose a la ley de los judíos y de los profetas. En ello sólo refiere los
preceptos más antiguos -esto es, no matarás, no fornicarás-, que en otro tiempo
fueron promulgados por Enoc y Set y los demás judíos, ¿a quién no parece que
esto lo dijo El refiriéndose a la ley y a los profetas? En lo que parece que
mencionó ciertas cosas de los judíos, las arrancó casi de raíz, mandando lo
contrario, como es esto que dice: "Ojo por ojo, diente por diente" ( Ex
21,24). A lo que dice San Agustín:
San Agustín, contra Faustum, 19,7
Manifiesto
es, qué ley y qué profetas no vino Cristo a derogar sino a cumplir la misma ley
que promulgó Moisés. Jesucristo no cumplió solamente, como dice Fausto, los
preceptos trasmitidos por los justos antiguos, antes de la ley de Moisés, ni
derogó los que eran propios de la ley de los judíos (19,17), como éste:
"No matarás" ( Ex 20,13). Nosotros, pues, decimos que estas cosas
estuvieron bien mandadas en su tiempo y que ahora no han sido aprobadas por
Jesucristo, sino cumplidas como se expresa en los demás preceptos. Tampoco
entienden esto los que continúan viviendo en aquella perversidad para obligar a
los gentiles a judaizar, como son los herejes que se llaman nazarenos.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Para que no
se crea que todas las cosas que habían de suceder desde el principio hasta el
fin, no eran antes conocidas por Dios, fueron vaticinadas en la ley de una
manera mística. Por ello dice: No puede suceder que pasen el cielo y la tierra,
hasta que todas las cosas que han sido vaticinadas en la ley se cumplan en
realidad y esto es lo que dice: "En verdad os digo, que hasta que no pasen
el cielo y la tierra, ni una jota, ni un ápice perecerán de cuanto está mandado
en la ley, mientras todas estas cosas no se verifiquen".
Remigio
La palabra amén
es un modismo hebreo y en latín quiere decir verdaderamente, fielmente, así
sea. Por dos razones usa Jesucristo de esta palabra. Ya por la dureza de
aquellos que eran tardos para creer, ya por los que habían creído, con el objeto
de que comprendiesen mejor las palabras que siguen.
San Hilario in Matthaeum, 4
Por esto que
dice: "Hasta que no pasen el cielo y la tierra", manifiesta que
éstos, a pesar de su grandeza -como nosotros creemos-, habrán de desaparecer.
Remigio
Subsistirán
esencialmente, pero se renovarán.
San Agustín, de sermone Domini, 1, 8
Por estas
palabras que añade: "Una jota o un ápice no perecerá de la ley", no
debe entenderse otra cosa más que una expresión terminante de la perfección que
se demuestra por medio de las Sagradas Letras, entre las cuales la jota es la
menor de todas porque consta de un solo trazo, y el ápice es el punto que se
pone sobre la jota. Con estas palabras manifiesta que en la ley hasta las cosas
más pequeñas pueden invitarnos al cumplimiento de ella.
Rábano
Con
intención puso la jota griega y no el ioth hebreo, porque la jota en el griego
es la décima letra, y el número diez expresa el decálogo cuyo ápice y
perfección es el Evangelio.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Si el hombre
ingenuo se avergüenza cuando se le descubre en alguna mentira y el hombre sabio
cuando no cumple su palabra, ¿cómo las palabras divinas podrán subsistir sin un
fin y carecer de cumplimiento? De donde concluye: "El que quebrantare uno
de estos mandamientos más pequeños y enseñare así a los hombres, será
considerado como pequeño en el Reino de los Cielos". Creo que el mismo
Dios responde claramente esto, mostrando cuáles son los mandamientos más
pequeños, diciendo: "Si alguno quebrantare uno de estos mandamientos más
pequeños", esto es, de la manera que habré de decir.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.16,3-4
No dijo,
pues, esto refiriéndose a las leyes antiguas, sino a las que El había de dar, a
las cuales llama pequeñas, aun cuando sean grandes. Así como muchas veces había
hablado de sí con humildad, también ahora habla humildemente de sus preceptos.
O de otro modo:
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Los mandatos
de Moisés son fáciles de ejecutar: no matarás, no adulterarás. La misma
magnitud de estos crímenes hace rechazar el deseo de cometerlos. Por lo tanto,
en la remuneración son pequeños pero en el pecado son grandes. Los mandamientos
de Cristo -esto es, no te enfurezcas, no tengas deseos-, en la ejecución son
difíciles, pero en el premio son grandes, aun cuando sean pequeños en el
pecado. Por lo tanto, Jesucristo dictó estos mandamientos: "No te
enfurezcas, no desees". Luego aquellos que cometen pecados leves son los
más pequeños en el Reino de Dios. Esto es, el que se enfurezca y no cometa
pecado grande, puede considerarse como libre de la pena -esto es, de la eterna
condenación-, pero tampoco puede estar en la gloria que consiguen aquellos que
cumplen aun estos preceptos más pequeños.
San Agustín, de sermone Domini, 1, 8
O de otro
modo: aquellos preceptos que están en la ley se llaman pequeños, pero aquéllos
que Jesucristo había de dictar eran grandes. Los menores mandamientos se
significan por una jota o por un ápice. Aquel, pues, que los viola y enseña a
otros a quebrantarlos, se llamará pequeño en el Reino de los Cielos. Y acaso
tampoco pueda entrar en el Reino de los Cielos, porque allí no pueden entrar
sino los grandes.
Glosa
Quebrantar
es no hacer lo que rectamente entiende uno que debe hacer, o no entender lo que
ha dañado, o disminuir la integridad de la adición hecha por Jesucristo.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.16,4
Cuando oigas
pequeño en el Reino de los Cielos, debes creer que en ello no se significa otra
cosa que el suplicio y el infierno. Reino suele llamarse no sólo la utilidad
del Reino, sino el tiempo de su resurrección y la venida de Jesucristo.
San Gregorio, homiliae in Evangelia. 12
También debe
entenderse por Reino de los Cielos la Iglesia, en la que el sabio que quebranta
un mandamiento se llama pequeño, porque aquél cuya vida no es buena no puede
esperar otra cosa que el menosprecio de su predicación.
San Hilario, in Matthaeum, 4
O llama
pequeños los sucesos de la pasión y muerte del Señor, la que si alguno no
confiesa -considerándola vergonzosa- será pequeño -esto es, el último y casi
nulo-, pero al que la confiesa se le promete la gloria de una gran vocación en
el cielo. De donde sigue: "El que hiciere, pues, y enseñare, se llamará
grande en el Reino de los Cielos".
San Jerónimo
Reprende en
esto a los fariseos que despreciando los mandatos del Señor, daban la
preferencia a sus propias tradiciones, porque no les aprovecha la doctrina que
enseñan al pueblo si prescinden de lo más pequeño que está mandado en la ley.
Podemos entender esto de otra manera, creyendo que la instrucción del que
enseña, aun cuando incurra en un defecto pequeño, le hace caer del punto más
elevado; y no le aprovecha enseñar la justicia, que él mismo destruye, aun con
la culpa más leve. La bienaventuranza es perfecta cuando se ejecuta lo que se
predica.
San Agustín, de sermone Domini, 1, 8
O de otro modo: el que quebrantare aquellas cosas pequeñas (a saber, los preceptos de la ley) y enseñare así a los demás, será llamado pequeño; pero el que practica la ley aún en lo más insignificante y enseña así a los demás, no debe considerarse como grande, sino no tan pequeño como aquél que la quebranta, pues para que sea grande debe practicar y enseñar lo que Jesucristo enseña.