ÚLTIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Dom Gueranger
EL JUICIO. — Muchas veces, a través de las semanas de Adviento, han sido tema de nuestras meditaciones las circunstancias que acompañarán a la última venida del Señor; dentro de pocos días, esas mismas enseñanzas van de nuevo a llenar nuestras almas de un temor saludable. Permítasenos hoy, con el deseo y la alabanza, volvernos hacia el Jefe que tiene que terminar la obra y señalar el triunfo de la hora solemne del juicio.
Oh Jesús, tú vendrás entonces a librar a tu Iglesia y vengar a Dios de los insultos que tanto se han prolongado; ¡qué terrible será al pecador esa hora de tu llegada! Entonces comprenderá claramente que el Señor hizo todo para él, todo hasta el impío ordenado a dar gloria a su justicia en el día malo. Conjurado el universo para perdición de los malvados se resarcirá por fln de la esclavitud del pecado que le fué impuesta. Los insensatos inútilmente gritarán a las montañas que los aplasten para librarse así de la mirada del que estará sentado en el trono: el abismo se negará a tragarlos; y obedeciendo al que tiene las llaves de la muerte y del infierno, vomitará hasta el último de sus tristes habitantes al pie del terrible tribunal.
LA ALEGRÍA DE LOS ELEGIDOS. — ¡Oh Jesús, Hijo del hombre, cuán grande nos parecerá tu poder, al verte rodeado de las falanges celestes6, que forman tu lucida corte, juntar a los elegidos de los cuatro ángulos del universo! Pues también nosotros, tus redimidos, miembros tuyos ahora por haberlo sido de tu Iglesia muy amada, también nosotros estaremos allí ese día; y nuestro lugar ¡misterio inefable! será el que el Esposo reserva a la Esposa: tu trono, donde, sentados contigo, juzgaremos hasta a los mismos Angeles. Desde ahora, todos los benditos del Padre esos elegidos cuya juventud se ha renovado tantas veces como la del águila al contacto de tu sangre preciosa, tienen ya preparados sus. ojos para clavarlos sin pestañear en el Sol de justicia, cuando aparezca en el cielo. Con su hambre acrecida por el lento caminar del destierro, ¿quién podría detener su vuelo? ¿Qué fuerza sería capaz de romper la impetuosidad del amor que los reunirá en el banquete de la Pascua eterna Porque aquello será la vida y no la muerte, la destrucción de la antigua enemiga, la redención que llega hasta los cuerpos, el tránsito perfecto a la verdadera tierra prometida, en una palabra, la Pascua, esta vez real para todos y sin ocaso, anunciada por la trompeta del Angel sobre las tumbas de los justos. ¡Qué alegría sentirán entonces en aquel verdadero día del Señor los que hayan vivido de Cristo por la fe y, sin verle, le hayan amado! No obstante la debilidad de la carne frágil, oh Jesús, identificándose contigo, han continuado en el mundo tu vida de dolores y humillaciones; qué triunfo el suyo cuando, al verse libertados para siempre del pecado y revestidos de cuerpos inmortales, sean llevados a tu presencia para estar ya siempre con tu majestad.
EL TRIUNFO DE CRISTO. — Pero su gozo mayor consistirá sobre todo en asistir ese gran día a la exaltación de su amantísimo Capitán, cuando se haga público el poder que le fué concedido sobre toda carne. Entonces aparecerás, oh Emmanuel, como el único príncipe de las naciones, haciendo añicos la cabeza de los reyes y poniendo a tus enemigos por escabel de tus pies. Y entonces también juntos el cielo, la tierra y el infierno doblarán las rodillas delante del Hijo del Hombre, que vino antes en forma de esclavo, fué juzgado, condenado y muerto entre criminales; y juzgarás, oh Jesús, a los jueces inicuos a quienes anunciaste esta venida sobre las nubes del cielo« cuando te hallabas en lo más profundo de tus humillaciones. Una vez terminada la tremenda sentencia los réprobos irán al suplicio eterno y los justos a la vida que no acaba Tu Apóstol nos dice que entonces vencedor de todos tus enemigos y rey indiscutible, pondrás en manos del Padre Eterno el reino conquistado a la muerte, como homenaje perfecto de la Cabeza y de los miembros. Dios será todo en todos.
Será eso el cumplimiento de la oración sublime que nos enseñaste a los hombres y que sale más ferviente cada día del corazón de tus fieles, cuando, dirigiéndose al Padre que está en los cielos, le piden incansables, a pesar de la apostasía general, sea santificado su Nombre, venga a nos el su reino, y hágase su voluntad así en la tierra como en el cielo. ¡Incomparable serenidad la de aquel día en que cesará la blasfemia y la tierra será un nuevo paraíso, purificada por el fuego, del fango del pecado! ¿Qué cristiano no saltará de gozo esperando ese último día que dará comienzo a la eternidad? ¿Quién no tendrá en poco la agonía de la última hora, pensando que aquellos sufrimientos tan sólo significan, como dice el Evangelio, que el Hijo del Hombre está ya muy cerca, a la puerta?
VEN, SEÑOR, JESÚS! — Oh Jesús, despréndenos cada vez más de este mundo, cuya figura pasa con sus tareas inútiles, sus glorias falsificadas y sus falsos placeres. Como en los días de Noé y como en Sodoma, según nos lo anunciaste, los hombres siguen comiendo y bebiendo y dejándose absorber por el tráfico y el placer; no pensar en la proximidad de tu venida, como tampoco sus antepasados se preocuparon del fuego del cielo y del diluvio hasta el momento en que todos perecieron. Dejémoslos gozarse y hacerse regalos mutuamente, como dice tu Apocalipsis, figurándose que Cristo y su Iglesia son cosa pasada. Mientras de mil modos oprimen a tu ciudad santa y la imponen pruebas que antes no conoció, no tienen la menor idea de que contribuyen a las bodas de la eternidad; ya sólo la faltaban a la Esposa las joyas de estas pruebas nuevas y la púrpura esplendorosa con que la adornarán sus últimos mártires. En cuanto a nosotros, prestando atención a los ecos de la patria, percibimos la voz que sale del trono y que grita: “Alabad a nuestro Dios todos sus siervos y cuantos le teméis, pequeños y grandes, aleluya, porque Nuestro Señor, Dios todopoderoso, ha establecido su reino. Alegrémonos y regocigémonos, démosle gloria porque han llegado las bodas del Cordero y su Esposa está preparada”. Un poco más de tiempo para que se complete el número de nuestros hermanos; y te diremos juntamente con el Espíritu y la Esposa, con entusiasmo de nuestras almas, tanto tiempo sedientas: ¡”Ven, oh Jesús, ven a perfeccionarnos en el amor por la unión eterna, para gloria del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, por los siglos sin fin”!