San Bernardo y el Doctor Angélico Santo Tomás, están de acuerdo en enseñar que la Iglesia no puede celebrar la fiesta de lo que no es santo; por eso, la Concepción de María, celebrada por la Iglesia desde tiempo inmemorial, debió ser santa e inmaculada. Si la Natividad de María es objeto de una fiesta en la Iglesia, es porque María nació llena de gracia; por consiguiente, si el primer instante de su existencia hubiese sido afeado por la mancha original, su Concepción no hubiera podido ser objeto de culto. Ahora bien, hay pocas fiestas tan generales y más firmemente establecidas en la Iglesia que la que hoy celebramos.
¿No habían de poner los hombres toda su dicha en honrarte, oh divina aurora del Sol de justicia? ¿No eres tú en estos días, la mensajera de su redención? ¿No eres tú, oh María, la radiante esperanza que va a brillar de repente hasta en el centro del abismo de la muerte? ¿Qué sería de nosotros sin Cristo que viene a salvarnos?, pues tú eres su Madre queridísima, la más santa de las criaturas, la más pura de las vírgenes, la más amorosa de las Madres.
¡Oh María, cuán deliciosamente recreas con tus suaves destellos nuestros ojos fatigados! Pasan los hombres de generación en generación sobre la tierra; miran al cielo inquietos, esperando en cada momento ver apuntar en el horizonte el astro que ha de librarles del horror de las tinieblas; pero la muerte viene a cerrar sus ojos antes de que puedan siquiera entrever el objeto de sus deseos. Estaba reservado a nosotros el contemplar tu radiante salida ¡oh esplendoroso lucero matutino, tus rayos benditos se reflejan en las olas del mar y le devuelven la calma después de las noches tormentosas! Prepara nuestra vista para que pueda contemplar el potente resplandor del Sol divino que viene detrás de ti. Dispón nuestros corazones, ya que quieres revelarte a ellos. Pero, para que podamos contemplarte, es necesario que sean puros nuestros corazones; purifícalos, pues ¡oh purísima Inmaculada! Quiso la divina Sabiduría que, entre todas las fiestas que dedica la Iglesia a honrarte, se celebrase la de tu Inmaculada Concepción en el tiempo de Adviento, para que, conociendo los hijos de la Iglesia el celo con que te alejó el Señor de todo contacto con el pecado, en consideración a Aquel de quien debías ser Madre, se preparasen también ellos a recibirle, por medio de la renuncia absoluta a todo cuanto significa pecado o afecto al pecado. Ayúdanos oh María, a realizar este gran cambio. Destruye en nosotros, por tu Concepción Inmaculada, las raices de la concupiscencia y apaga sus llamas, humilla las altiveces de nuestro orgullo. Acuérdate que si Dios te eligió para morada suya, fué únicamente como medio para venir luego a morar en nosotros.
¡Oh María, Arca de la alianza, hecha de madera incorruptible, revestida de oro purísimo! ayúdanos a corresponder a los inefables designios de Dios, que después de haberse honrado en tu pureza incomparable, quiere también serlo en nuestra miseria; pues sólo para hacer de nosotros su templo y su más grata morada nos ha arrebatado al demonio. Ven en ayuda nuestra, tú que, por la misericordia de tu Hijo, jamás conociste el pecado. Recibe en este día nuestras alabanzas. Tú eres el Arca de salvación que flota sobre las aguas del diluvio universal; el blanco vellón, humedecido por el rocío del cielo, mientras toda la tierra está seca; la Llama que no pudieron apagar las grandes olas; el Lirio que florece entre espinas; el Jardín cerrado a la infernal serpiente; la Fuente sellada, cuya limpidez jamás fue turbada; la casa del Señor, sobre la que tuvo siempre puestos sus ojos, y en la que jamás entró nada con mancilla; la mística Ciudad, de la que se cuentan tantos prodigios. (Salmo 86) ¡Oh María! nos es grato repetir tus títulos de gloria, porque te amamos, y la gloria de la Madre pertenece también a los hijos. Sigue bendiciendo y protegiendo a cuantos te honran en este augusto privilegio, tú que fuiste concebida en este día; y nace cuanto antes, concibe al Emmanuel, dale a luz y muéstrale a los que le amamos.