NOVENA DE NAVIDAD CON SAN ALFONSO MARÍA
19 de diciembre
MI DOLOR ESTÁ SIEMPRE DELANTE DE MÍ. Sal 37, 18
ORACIONES PARA COMENZAR TODOS LOS DÍAS:
+Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Dispongámonos a hacer este momento de oración, elevando a Dios nuestro pensamiento y nuestro corazón; y digamos:
Oración para todos los días
Benignísimo Dios de infinita caridad, que nos has amado tanto y que nos diste en tu Hijo la mejor prenda de tu amor, para que hecho hombre en las entrañas de una virgen naciese en un pesebre para nuestra salud y remedio. Yo en nombre de todos los mortales te doy infinitas gracias por tan soberano beneficio.
En retorno de él te ofrezco la pobreza, humildad y demás virtudes de tu hijo humanado, y te suplico por sus divinos méritos, por las incomodidades en que nació y por las tiernas lágrimas que derramó en el pesebre, que dispongas nuestros corazones con humildad profunda, con amor encendido y con tal desprecio de todo lo terreno, que Jesús recién nacido, tenga en ellos su cuna y more eternamente. Amén.
Se reza tres veces Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo
Gloria al Padre
y al Hijo
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
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19 de diciembre
MI DOLOR ESTÁ SIEMPRE DELANTE DE MÍ. Sal 37, 18
Considera como, en aquel primer instante en que fue criada y unida el alma de Jesucristo a su cuerpecito en el seno de María, el Padre Eterno intimó al Hijo su voluntad de que muriese por la redención del mundo y, en aquel mismo instante, le presentó delante toda la escena funesta de las penas que debía sufrir hasta la muerte, para redimir a los hombres. Le manifestó ya entonces todos los trabajos, desprecios y pobrezas que había de padecer en toda su vida, así en Belén, como en Egipto y en Nazaret y después le descubrió todos los dolores y las ignominias de su pasión, los azores, las espinas, los clavos y la cruz. Todos los tedios, las tristezas, las agonías y los abandonos en medio de los que había de concluir su vida sobre el Calvario.
Abrahán, llevando el hijo a la muerte, no quiso afligirle con anticiparle el aviso de ella, por aquel poco tiempo que necesitaba para llegar al monte. Pero, el eterno Padre, quiso que su Hijo encarnado, destinado por víctima de nuestros pecados a su Divina Justicia, padeciese con mucha anticipación todas las penas a que debía sujetarse en su vida y en su muerte.
De donde fue, que aquella tristeza sufrida por Jesús en el huerto, bastante para quitarle la vida, la padeció continuamente desde el primer momento que estuvo en el vientre de su Madre.
Así que, desde entonces sintió vivamente y sufrió el peso reunido de todos los trabajos, dolores y vituperios que le esperaban.
Toda la vida de nuestro Redentor y todos sus años, fueron vida y años de pena y de lágrimas, diciéndonos Él mismo, por boca de David: Con el dolor ha desfallecido mi vida, y mis años con los gemidos (Sal 30, 11).
Su Divino Corazón no tuvo un momento libre de padecimientos: o velaba, o dormía, o trabajaba, o descansaba, u oraba o conversaba; siempre tenía delante de sus ojos aquella amarga representación; la cual atormentaba más su Alma Santísima, que han atormentado a los santos Mártires todas sus penas.
Estos han padecido, pero ayudados de la gracia padecían con alegría y fervor.
Jesucristo padeció más, padeció siempre con un corazón lleno de tristeza, y todo lo aceptó por amor a nosotros.
AFECTOS Y SÚPLICAS
¡Oh, dulce, oh amable, oh amante corazón de Jesús! ¿Luego ya, desde Niño, estuvisteis lleno de amargura y agonizasteis en el seno de María, sin consuelo y sin quien os mirase o, al menos, se compadeciese de Vos? Todo esto lo sufristeis, ¡oh, Jesús mío!, a fin de satisfacer por la pena y agonía eterna que a mí tocaba padecer por mis pecados.
Vos, pues, padecisteis falto de todo alivio porque me salvase yo, que he tenido el atrevimiento de abandonar a Dios y volverle las espaldas. Os doy gracias ¡Oh, Corazón afligido y enamorado de mi Señor! Os doy gracias y os compadezco especialmente de ver que tanto padecisteis por los hombres y estos tan poco os compadecen.
¡Oh, Amor Divino! ¡Oh, ingratitud humana! ¡Oh, hombres, hombres! Mirad a este pequeño corderito inocente, angustiado por vosotros, para satisfacer a la Justicia Divina las injurias que le habéis hecho.
Atended como Él está rogando e intercediendo por vosotros cerca del Eterno Padre: miradle y amadle.
¡Oh! ¡Mi Redentor! ¡Cuán pocos son los que piensan en vuestros dolores y en vuestro amor! ¡Oh, Dios! ¡Cuán pocos son los que os aman! Pero ¡miserable de mí! ¡Que también he vivido por tantos años olvidado de Vos! Habéis padecido tanto para que os amase, ¡y nada os he amado! Perdonadme, Jesús mío, perdonarme, que ya quiero enmendarme y quiero amaros.
¡Pobre de mí, si resisto por más tiempo a vuestra gracia y me condeno! Todas las misericordias de que habéis usado conmigo y, especialmente vuestra dulce voz que ahora me llama a amaros, serán mis mayores penas en el infierno.
Amado Jesús, tened piedad de mí, no permitáis que viva más ingrato a vuestro amor. Dadme luz, dadme fuerza de vencerlo todo para cumplir vuestra voluntad.
Escuchadme, os ruego, por los méritos de vuestra Pasión. En ésta yo, todo lo confío, y en vuestra intercesión.
¡Oh, María Madre mía amada! Socorredme. Vos sois aquella que habéis alcanzado todas las gracias que yo he recibido de Dios.
Os doy gracias, pero si Vos no continúas en socorrerme, yo seguiré en ser infiel como lo he sido hasta aquí.
PARA FINALIZAR TODOS LOS DÍAS
Concluyamos nuestra oración implorando la intercesión de la santísima Virgen María y del Glorioso Patriarca san José:
Oración a la Santísima Virgen
Soberana María que por tus grandes virtudes y especialmente por tu humildad, mereciste que todo un Dios te escogiera para madre suya. Te suplico que tú misma prepares y dispongas mi alma para celebrar el nacimiento de tu adorable Hijo.
¡Oh dulcísima Madre!, concédenos recibir a tu Hijo con tu pureza, humildad y devoción, tu profundo recogimiento y divina ternura para que seamos un día dignos de verle, amarle y adorarle por toda la eternidad. Amén.
Oración a San José
Oh Santísimo San José, esposo de María y padre putativo de Jesús, infinitas gracias doy a Dios porque te escogió para tan altos ministerios y te adornó con todos los dones proporcionados a tan excelente grandeza. Por el amor que le tuviste al Divino Niño, te ruego la gracia de abrasarme en fervorosos deseos de verle y recibirle sacramentalmente hasta que lo vea y goce en el cielo. Amén.
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Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.
Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.
Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.
Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.
Santos Patriarcas, Profetas y justos que aguardasteis la llegada del Mesías, rogad por nosotros.
Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.
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¡Querido hermano, si te ha gustado esta meditación, compártelo con tus familiares y amigos.
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Ave María Purísima, sin pecado concebida.