DÍA 9
NOS AMÓ Y SE ENTREGÓ A SI MISMO POR NOSOTROS
ORACIONES PARA COMENZAR TODOS LOS DÍAS:
+Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Dispongámonos a hacer este momento de oración, elevando a Dios nuestro pensamiento y nuestro corazón; y digamos:
Oración para todos los días
Benignísimo Dios de infinita caridad, que nos has amado tanto y que nos diste en tu Hijo la mejor prenda de tu amor, para que hecho hombre en las entrañas de una virgen naciese en un pesebre para nuestra salud y remedio. Yo en nombre de todos los mortales te doy infinitas gracias por tan soberano beneficio.
En retorno de él te ofrezco la pobreza, humildad y demás virtudes de tu hijo humanado, y te suplico por sus divinos méritos, por las incomodidades en que nació y por las tiernas lágrimas que derramó en el pesebre, que dispongas nuestros corazones con humildad profunda, con amor encendido y con tal desprecio de todo lo terreno, que Jesús recién nacido, tenga en ellos su cuna y more eternamente. Amén.
Se reza tres veces Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo
Gloria al Padre
y al Hijo
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
NOS AMÓ Y SE ENTREGÓ A SI MISMO
POR NOSOTROS. (Ef 5, 2)
Considera cómo el Verbo eterno es aquel Dios infinitamente feliz en sí mismo; de manera que su felicidad no puede ser ya más grande, ni la salvación de todos los hombres podía aumentarla, ni disminuirla cosa alguna. Y con todo, ha hecho, y padecido tanto por salvarnos a nosotros miserables gusanos que, si su bienaventuranza (dice santo Tomás) hubiese dependido de la del hombre, no habría podido padecer ni sufrir más. Quasi sine ipso beatus esse non posset.
Y en verdad, si Jesucristo no pudiera haber sido bienaventurado sin redimirnos ¿cómo hubiera podido humillarse más de lo que se ha humillado hasta tomar sobre sí nuestras enfermedades, los abatimientos de la infancia, las miserias de la vida humana y una muerte tan cruel e ignominiosa?
Sólo un Dios era capaz de amar con tanto exceso a nosotros miserables pecadores, que éramos tan indignos de ser amados. Dice un devoto autor que, si Jesucristo nos hubiese permitido pedirle las pruebas más grandes de su amor, ¿quién jamás se habría atrevido a demandarle que se hiciese niño como nosotros, que se vistiese de todas nuestras miserias y además fuese el más pobre entre todos los hombres, el más vilipendiado y el más maltratado, hasta morir por manos de verdugos y a fuerza de tormentos sobre un infame patíbulo, maldecido y abandonado de todos, hasta de su mismo Padre que lo desamparó por no dejarnos sepultados en nuestras ruinas?
Pero, lo que nosotros no nos habríamos ni aun atrevido a pensar, el Hijo de Dios lo pensó y lo ha ejecutado.
Desde niño se ha sacrificado por nosotros a las penas, a los oprobios y a la muerte. Dilexit nos, el tradidit semetipsum pro nobis.
Nos ha amado, y por amor se nos ha dado así mismo, a fin de que, ofreciéndole por víctima al Padre en satisfacción de nuestras deudas, podamos, por sus méritos, alcanzar de la bondad divina cuantas gracias deseemos: víctima más estimada al Padre que si le fuesen ofrecidas las de todos los hombres y todos los Ángeles. Ofrezcamos, pues, nosotros siempre a Dios los méritos de Jesucristo y por ellos pidamos y esperemos todo bien.
AFECTOS Y SÚPLICAS
¡Jesús mío! demasiada injusticia haría yo a vuestra misericordia y a vuestro amor, si después que me habéis dado tantas muestras del afecto que me tenéis y de la voluntad de salvarme, desconfiase de vuestra piedad y amor.
¡Mi amado Redentor! Yo soy un pobre pecador, pero a esto habéis venido Vos, según aquello que dijisteis: No he venido a llamar los justos, sí los pecadores. Soy un pobre enfermo, pero a éstos habéis venido a curar. Estoy perdido por mis pecados, más a tales perdidos habéis venido a salvar, porque el Hijo del Hombre vino a salvar lo que había perecido. (Mt 18, 11).
¿Qué puedo temer, pues, si quiero enmendarme y ser vuestro? Solamente debo temer de mí y de mi debilidad. Pero esta, mi debilidad y pobreza deben aumentarme la confianza en Vos que habéis protestado ser el refugio de los pobres, y escuchar sus deseos.
Esta gracia, pues, os pido, Jesús mío. Dadme confianza en vuestros méritos y haced que por ellos siempre me encomiende a Dios. Padre eterno, salvadme del infierno y, antes del pecado, por amor de Jesucristo. Por los méritos de este Hijo, dadme luz para seguir vuestra voluntad, dadme fuerza contra las tentaciones; dadme el don de vuestro santo amor. Y, sobre todo, os suplico me deis la gracia de pediros siempre que me ayudéis, por amor de Jesucristo, el cual ha prometido que Vos concederéis cuanto os pidiéremos en su Nombre. Si de esta manera continúo pidiéndoos, ciertamente me salvaré; pero si no lo hago así, me perderé seguramente.
María santísima, alcanzadme esta gracia suma de la oración de perseverar encomendándome a Dios y también a Vos, que alcanzáis de Dios cuanto queréis.
PARA FINALIZAR TODOS LOS DÍAS
Concluyamos nuestra oración implorando la intercesión de la santísima Virgen María y del Glorioso Patriarca san José:
Oración a la Santísima Virgen
Soberana María que por tus grandes virtudes y especialmente por tu humildad, mereciste que todo un Dios te escogiera para madre suya. Te suplico que tú misma prepares y dispongas mi alma para celebrar el nacimiento de tu adorable Hijo.
¡Oh dulcísima Madre!, concédenos recibir a tu Hijo con tu pureza, humildad y devoción, tu profundo recogimiento y divina ternura para que seamos un día dignos de verle, amarle y adorarle por toda la eternidad. Amén.
Oración a San José
Oh Santísimo San José, esposo de María y padre putativo de Jesús, infinitas gracias doy a Dios porque te escogió para tan altos ministerios y te adornó con todos los dones proporcionados a tan excelente grandeza. Por el amor que le tuviste al Divino Niño, te ruego la gracia de abrasarme en fervorosos deseos de verle y recibirle sacramentalmente hasta que lo vea y goce en el cielo. Amén.
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Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.
Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.
Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.
Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.
Santos Patriarcas, Profetas y justos que aguardasteis la llegada del Mesías, rogad por nosotros.
Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.
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¡Querido hermano, si te ha gustado esta meditación, compártelo con tus familiares y amigos.
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Ave María Purísima, sin pecado concebida.