NOVENA DE NAVIDAD CON SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
22 de diciembre
A LO SUYO VINO, Y LOS SUYOS NO LO RECIBIERON. Jn 1, 11
ORACIONES PARA COMENZAR TODOS LOS DÍAS:
+Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Dispongámonos a hacer este momento de oración, elevando a Dios nuestro pensamiento y nuestro corazón; y digamos:
Oración para todos los días
Benignísimo Dios de infinita caridad, que nos has amado tanto y que nos diste en tu Hijo la mejor prenda de tu amor, para que hecho hombre en las entrañas de una virgen naciese en un pesebre para nuestra salud y remedio. Yo en nombre de todos los mortales te doy infinitas gracias por tan soberano beneficio.
En retorno de él te ofrezco la pobreza, humildad y demás virtudes de tu hijo humanado, y te suplico por sus divinos méritos, por las incomodidades en que nació y por las tiernas lágrimas que derramó en el pesebre, que dispongas nuestros corazones con humildad profunda, con amor encendido y con tal desprecio de todo lo terreno, que Jesús recién nacido, tenga en ellos su cuna y more eternamente. Amén.
Se reza tres veces Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo
Gloria al Padre
y al Hijo
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
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22 de diciembre
A LO SUYO VINO, Y LOS SUYOS NO LO RECIBIERON. Jn 1, 11
En estos días del santo nacimiento, andaba lamentando y suspirando san Francisco de Asís por las sendas y selvas, con gemidos inconsolables.
Preguntado por la causa de esto, respondió: ¿Y cómo queréis que yo no gima, cuando veo que el amor no es amado? Veo a un Dios casi fuera de sí por amor del hombre y al hombre, tan ingrato a este Dios.
Pues si esta ingratitud tanto afligía el corazón de san Francisco, consideremos cuánto más afligió el corazón de Jesucristo. Apenas concebido en el vientre de María, vio la cruel correspondencia que debía recibir de los hombres. Había venido del cielo a encender el fuego del divino amor y este solo deseo le había hecho descender a la tierra, a sufrir un abismo de penas y de ignominias y después, se le presentaba otro abismo de pecados, que habían de cometer los hombres, habiendo visto tantas señales de su amor.
Esto fue, dice san Bernardino de Sena, lo que le hizo padecer un infinito dolor. Aún entre nosotros, el verse tratado alguno con ingratitud por otro hombre, es un dolor insufrible; pues, como reflexiona el beato Simón de casia, la ingratitud, frecuentemente, aflige el alma más que cualquier otro dolor al cuerpo.
Luego ¿qué dolor ocasionaría a Jesús nuestra ingratitud, al ver que, siendo Dios, su amor y sus beneficios habían de ser pagados con disgustos e injurias?
Por esto nos dice: Pusieron contra mí males por bienes y odio por amor (Sal 109, 5).
Más, aún hoy día, parece que vaya lamentándose Jesucristo con aquellas palabras del mismo Profeta: He sido hecho extraño a mis hermanos (Sal 69, 9); cuando ve que de muchos no es ni amado, ni conocido, como si no les hubiese hecho bien alguno, ni nada hubiera padecido por su amor.
¡Oh, Dios! ¿qué caso hacen al presente tantos cristianos del amor de Jesucristo? Apareció este Redentor una vez al beato Enrique Susón en forma de un peregrino que andaba mendigando de puerta en puerta buscando un poco de alojamiento, pero todos le desechaban con injurias y groserías.
¡Cuántos, oh, se hallan semejantes a aquellos de quienes habla Job!, los cuales decían a Dios: Apártate de nosotros, siendo así que Él había llenado sus casas de bienes (Job 22, 17).
Nosotros, aunque hasta aquí nos hayamos unido a estos ingratos, ¿querremos seguir en ser siempre tales? No, que no se merece esto aquel amable Niño que ha venido del cielo a padecer y morir por nosotros, para hacerse amar de nosotros.
AFECTOS Y SÚPLICAS
Luego será verdad, ¡oh, Jesús mío!, que Vos habéis bajado del cielo para haceros amar de mí, habéis venido a abrazarnos con una vida de penas y una muerte de cruz por amor mío y, para que os diese acogida en mi corazón. Y yo, tantas veces he tenido valor de desecharos diciendo: ¡Apartaos de mí, Señor que no os quiero! ¡Oh, Dios! si Vos no fueseis bondad infinita y si no hubieses dado la vida por perdonarme, no tendría ánimo de pediros perdón; pero oigo que Vos mismo me ofrecéis la paz: Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros decís por Zacarías. Vos mismo, Jesús mío, que habéis sido ofendido por mí, os hacéis mi intercesor, como nos lo asegura vuestro discípulo amado: Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero (1 Jn 2, 2).
No quiero, pues, haceros este nuevo agravio, de desconfiar de vuestra misericordia. Yo me arrepiento con toda el alma de haberos despreciado.
¡Oh, sumo bien! Recibidme en vuestra gracia por aquella sangre que habéis derramado por mí. No soy digno de ser llamado hijo vuestro. No, que no soy digno, mi Redentor y Padre, de ser más hijo vuestro, habiendo renunciado tantas veces a vuestro amor; pero Vos me hacéis digno con vuestros méritos.
Os doy gracias, Padre mío, y os amo.
¡Ah! El solo pensamiento de la paciencia con que me habéis sufrido por tantos años y de las gracias que me habéis dispensado, después de tantas injurias que os he hecho, debiera hacerme vivir siempre ardiendo en vuestro amor.
Venid, pues, Jesús mío, que yo no quiero desecharos más: venid a habitar en mi pobre corazón. Yo os amo y quiero siempre amaros; pero Vos inflamadme siempre más, recordándome el amor que me habéis tenido.
Reina y Madre mía, María, ayudadme, rogad a Jesús por mí, hacedme vivir agradecido en lo que resta de vida a este Dios que tanto me ha amado, aunque después tanto le he ofendido.
PARA FINALIZAR TODOS LOS DÍAS
Concluyamos nuestra oración implorando la intercesión de la santísima Virgen María y del Glorioso Patriarca san José:
Oración a la Santísima Virgen
Soberana María que por tus grandes virtudes y especialmente por tu humildad, mereciste que todo un Dios te escogiera para madre suya. Te suplico que tú misma prepares y dispongas mi alma para celebrar el nacimiento de tu adorable Hijo.
¡Oh dulcísima Madre!, concédenos recibir a tu Hijo con tu pureza, humildad y devoción, tu profundo recogimiento y divina ternura para que seamos un día dignos de verle, amarle y adorarle por toda la eternidad. Amén.
Oración a San José
Oh Santísimo San José, esposo de María y padre putativo de Jesús, infinitas gracias doy a Dios porque te escogió para tan altos ministerios y te adornó con todos los dones proporcionados a tan excelente grandeza. Por el amor que le tuviste al Divino Niño, te ruego la gracia de abrasarme en fervorosos deseos de verle y recibirle sacramentalmente hasta que lo vea y goce en el cielo. Amén.
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Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.
Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.
Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.
Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.
Santos Patriarcas, Profetas y justos que aguardasteis la llegada del Mesías, rogad por nosotros.
Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.
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¡Querido hermano, si te ha gustado esta meditación, compártelo con tus familiares y amigos.
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Ave María Purísima, sin pecado concebida.