NOVENA DE NAVIDAD CON SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
20 de diciembre
SE OFRECIÓ, PORQUE EL MISMO LO QUISO
Is 53, 7
ORACIONES PARA COMENZAR TODOS LOS DÍAS:
+Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Dispongámonos a hacer este momento de oración, elevando a Dios nuestro pensamiento y nuestro corazón; y digamos:
Oración para todos los días
Benignísimo Dios de infinita caridad, que nos has amado tanto y que nos diste en tu Hijo la mejor prenda de tu amor, para que hecho hombre en las entrañas de una virgen naciese en un pesebre para nuestra salud y remedio. Yo en nombre de todos los mortales te doy infinitas gracias por tan soberano beneficio.
En retorno de él te ofrezco la pobreza, humildad y demás virtudes de tu hijo humanado, y te suplico por sus divinos méritos, por las incomodidades en que nació y por las tiernas lágrimas que derramó en el pesebre, que dispongas nuestros corazones con humildad profunda, con amor encendido y con tal desprecio de todo lo terreno, que Jesús recién nacido, tenga en ellos su cuna y more eternamente. Amén.
Se reza tres veces Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo
Gloria al Padre
y al Hijo
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
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20 de diciembre
SE OFRECIÓ, PORQUE EL MISMO LO QUISO
Is 53, 7
El Verbo divino, en el primer instante que se vio hecho Hombre y Niño en el vientre de María, todo se ofreció por sí mismo a las penas y a la muerte por el rescate del mundo.
Sabía que todos los sacrificios de los machos de cabrío y de los toros, ofrecidos anteriormente a Dios, no habían podido satisfacer por las culpas de los hombres; sí que se necesitaba una persona Divina que pagase por estos el precio de su redención.
Por lo que dijo Jesús, al entrar en el mundo, aquellas palabras que san Pablo pone en su boca: Padre mío, todas las víctimas ofrecidas a Vos hasta aquí, no han bastado, ni podían bastar a satisfacer vuestra justicia: me habéis dado un cuerpo pasible para que, con la efusión de mi sangre, os aplaque y salve a los hombres; heme pronto, todo lo acepto y en todo me someto a vuestro querer. Repugnaba este sacrificio la parte inferior de Jesús que, como hombre, naturalmente reusaba aquella vida y aquella muerte tan llena de penas y de oprobios; pero venció la parte superior de la razón, que estaba toda subordinada a la voluntad del Padre y todo lo aceptó; comenzando Jesús a padecer desde aquel punto cuantas angustias y dolores debía sufrir en los años de su vida.
Así, se condujo nuestro Redentor desde el primer momento de su entrada en el mundo.
Más ¡Oh, Dios! ¿Cómo nos hemos portado nosotros con Jesús, desde que comenzamos a conocer con la luz de la fe los sagrados misterios de su redención? ¿Qué pensamientos, qué designios, que bienes hemos amado? Placeres, pasatiempos, soberbias, venganzas, sensualidad.
He aquí los bienes que han aprisionado los afectos de nuestro corazón. Pero, si tenemos fe, es necesario ya mudar de vida y amor.
Amemos a un Dios que tanto ha padecido por nosotros. Pongámonos delante las penas del corazón de Jesús, sufridas desde niño por nosotros y, de esta manera, no podremos amar otro que este corazón, el cual tanto nos ha amado.
AFECTOS Y SÚPLICAS
Señor mío, ¿queréis saber de mí cómo me he portado con Vos en mi vida?
Desde que comencé a tener uso de razón, comencé también a despreciar vuestra gracia y vuestro amor. Vos mejor lo sabéis que yo; pero me habéis sufrido porque aún me queréis bien. Huía de Vos y os habéis acercado llamándome.
Aquel mismo amor que os hizo bajar del cielo para venir a buscar la oveja perdida, ha hecho que me sufrieseis tanto y no me abandonaseis.
Jesús mío, ahora Vos me buscáis y yo os busco también. Siento ya que vuestra gracia me asiste; me asiste con el dolor de mis pecados, que aborrezco sobre todo mal. Me asiste con el grande deseo que tengo de amaros y daros gusto.
Sí, mi Señor, os quiero amar y complacer cuanto pueda. Por una parte, me da verdadero temor mi fragilidad y debilidad, contraída por causa de mis pecados; pero, por otra, es más grande la confianza que me da vuestra gracia, haciéndome esperar en vuestros méritos y dándome grande ánimo para decir: Todo lo puedo en quien me conforta.
Si soy débil, Vos me daréis fuerza contra los enemigos; si estoy enfermo, espero que vuestra sangre será mi medicina; si soy pecador, confío que Vos me haréis santo.
Conozco que, por lo pasado, soy culpable de ruina, porque en los peligros he dejado de recurrir a Vos. De hoy en adelante, Jesús mío y esperanza mía, a Vos quiero siempre recurrir y de Vos espero toda ayuda, todo bien. Yo os amo sobre todas las cosas. No quiero amar a otro que a Vos. Ayudadme por piedad, por el mérito de tantas penas que desde niño habéis sufrido por mí.
¡Eterno Padre! Por amor de Jesucristo aceptad que yo os ame. Si yo os he enojado, aplacaos con las lágrimas de Jesús niño, que os ruega por mí.
Mira el rostro de tu Ungido. Yo no merezco gracias, pero las merece este Hijo inocente, que os ofrece una vida de penas, a fin de que Vos uséis conmigo de misericordia.
Y Vos, Madre de misericordia, María, no dejéis de interceder por mí. Sabéis cuánto confío en Vos y yo sé bien que no abandonáis a quien a Vos recurre.
PARA FINALIZAR TODOS LOS DÍAS
Concluyamos nuestra oración implorando la intercesión de la santísima Virgen María y del Glorioso Patriarca san José:
Oración a la Santísima Virgen
Soberana María que por tus grandes virtudes y especialmente por tu humildad, mereciste que todo un Dios te escogiera para madre suya. Te suplico que tú misma prepares y dispongas mi alma para celebrar el nacimiento de tu adorable Hijo.
¡Oh dulcísima Madre!, concédenos recibir a tu Hijo con tu pureza, humildad y devoción, tu profundo recogimiento y divina ternura para que seamos un día dignos de verle, amarle y adorarle por toda la eternidad. Amén.
Oración a San José
Oh Santísimo San José, esposo de María y padre putativo de Jesús, infinitas gracias doy a Dios porque te escogió para tan altos ministerios y te adornó con todos los dones proporcionados a tan excelente grandeza. Por el amor que le tuviste al Divino Niño, te ruego la gracia de abrasarme en fervorosos deseos de verle y recibirle sacramentalmente hasta que lo vea y goce en el cielo. Amén.
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Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.
Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.
Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.
Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.
Santos Patriarcas, Profetas y justos que aguardasteis la llegada del Mesías, rogad por nosotros.
Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.
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¡Querido hermano, si te ha gustado esta meditación, compártelo con tus familiares y amigos.
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Ave María Purísima, sin pecado concebida.