16 de Diciembre
San Eusebio, Obispo y mártir
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Eusebio, sardo de nacimiento, lector de la Iglesia romana, y después Obispo de Vercelli, fue elegido por divina inspiración para el gobierno de esta Iglesia. Ya que, sin haberle conocido nunca, excepto sus conciudadanos, los electores le escogieron nada más verlo. Así, le apreciaron con solo verle. Fue el primer obispo de Occidente que mandó que los monjes desempeñasen los oficios clericales, para reunir en las mismas personas el menosprecio del mundo y la solicitud por el servicio divino. En aquella época las impiedades arrianas se extendieron por el Occidente. Eusebio las atacó con tal decisión que el Papa Liberio encontró en su invencible fe un gran consuelo. Reconociendo el Pontífice cuán grande era en Eusebio el favor del Espíritu divino, le encargó que, junto a sus legados, defendiese ante el emperador la causa de la fe, y para ello Eusebio se dirigió con ellos a visitar a Constancio, y llegó a conseguir, por su celo, lo que se propuso en esta embajada: la celebración de un concilio.
El concilio se reunió en Milán, en el año siguiente. Fue invitado al concilio por Constancio, en tanto que los legados de Liberio reclamaban también su presencia. Allí, lejos de dejarse seducir por la influencia de la sinagoga de los arrianos, y de tomar parte contra San Atanasio, declaró desde el primer momento que algunos de los presentes estaban inficionados por la lepra de la herejía, y les propuso suscribir ante todo la fe de Nicea. A lo cual, negándose los airados arrianos, el Santo no sólo rehusó suscribir la condenación contra Atanasio, sino que consiguió también librar a San Dionisio del compromiso que había contraído al firmar, engañado por los herejes, aquella condenación injusta. Indignados los herejes, después de haberle injuriado de muchas maneras, le enviaron al destierro. Mas el santo varón, sacudido el polvo de sus sandalias, no temió las amenazas del César, ni el filo de las espadas, aceptando el destierro. Enviado a Escitópolis, donde padeció hambre, sed, azotes y diversos suplicios, por amor a la fe despreció la vida, y sin temor a la muerte, se puso a disposición de los verdugos.
Cuánta fuese entonces para con él la crueldad y el insolente atrevimiento de los arrianos, lo muestran unas cartas llenas de valentía, piedad y religión, que desde Escitópolis envió al clero y pueblo de Vercelli y a algunas poblaciones vecinas. Ellas muestran también que jamás le pudieron amedrentar ni las amenazas ni crueldad, que ni con halagadoras promesas le pudieron conquistar. A causa de su constancia fue deportado a Capadocia, y al fin a la Tebaida superior de Egipto, sufriendo el destierro hasta la muerte de Constancio. Después, habiéndosele permitido reintegrarse a su rebaño, no lo hizo hasta después de haber asistido al concilio de Alejandría, a fin de reparar las pérdidas que había sufrido la fe. Recorrió después las provincias de Oriente para devolver la salud, como hábil médico, a los enfermos en la fe, instruyéndoles en la doctrina de la Iglesia. Luego, con el mismo objeto, pasó a la Iliria, y por último llegó a Italia, cesando allí el duelo dejado por su partida. Allí publicó los comentarios de Orígenes y de Eusebio de Cesárea sobre los Salmos, después de haberlos expurgado y vertido del griego al latín. Finalmente, dejó esta vida para recibir la corona de la gloria, merecida con tantos trabajos, en Vercelli, en tiempo de Valentiniano y Valente.
Unámonos a la oración de la Iglesia en este día, diciendo:
Preciosa es a los ojos del Señor.
La muerte de sus santos
Santa María y todos los santos intercedan por nosotros ante el Señor, para que merezcamos ser ayudados y salvados por Aquél que vive y reina por los siglos de los siglos. R. Amén.
Oremos.
¡Oh Dios, que todos los años nos alegras con la fiesta de San Eusebio, mártir y obispo!: al celebrar su entrada en la gloria, danos el gozo de hallar en él un protector. Por Jesucristo nuestro Señor. R. Amén.