IV
DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTES
Forma
Extraordinaria del Rito Romano
Una
vez que la gente se agolpaba en torno a él para oír la palabra de Dios, estando
él de pie junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la orilla;
los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes. Subiendo a
una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de
tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar,
dijo a Simón: «Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca». Respondió
Simón y dijo: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido
nada; pero, por tu palabra, echaré las redes». Y, puestos a la obra, hicieron
una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. Entonces
hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que
vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto
de que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús
diciendo: «Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador». Y es que el
estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de
peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de
Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Y Jesús dijo a Simón: «No temas; desde
ahora serás pescador de hombres». Entonces sacaron las barcas a tierra y,
dejándolo todo, lo siguieron.
Lc 5, 1-11