Homilía de maitines
IV
DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTES
Forma
Extraordinaria del Rito Romano
Homilía
de san Ambrosio, obispo
Libro 4 sobre San Lucas
A
partir de la hora en que el Señor, con diversos milagros, hubo devuelto la
salud a muchos enfermos de los que deseaban ardientemente curar, no se detuvo
antes las dificultades del tiempo ni del lugar. La noche se acercaba, más ellos
le seguían aún; se encaminó hacia el lago, mas ellos se agolparon en torno
suyo; por lo cual se vio obligado a subir a la barca de Pedro. Esta es la barca
que nos presenta San Mateo batida aún por las olas, y San Lucas llena de peces,
para que veamos en ella las fluctuaciones de la Iglesia en origen y su
posterior florecimiento. Los peces figuran los que navegan por el océano de la
vida. Allí Jesucristo dormita todavía para sus discípulos; aquí manda como
dueño. Jesús duerme, en efecto, en las almas tibias, pero vela en las almas
perfectas.
Esta
barca en la que navega la sabiduría, de la cual está ausente la traición, ya
que se mueve al soplo de la fe, no corre peligro alguno. Pues ¿qué podría temer
teniendo por piloto a aquel en quien se apoya la Iglesia. Allí, pues, dominaba
el temor porque había poca fe; pero aquí se halla la seguridad, porque el amor
es perfecto. Mas aunque todos reciben la orden de echar las redes, solamente a
Pedro se le dice: “Guía mar adentro”, es decir, penetra en la profundidad de la
doctrina. En efecto: ¿puede llegarse a mayor profundidad que a descubrir el
abismo de las riquezas celestiales, a conocer el Hijo de Dios y a confesar su
generación divina? El espíritu humano no puede, en verdad, comprender
plenamente por las investigaciones de su inteligencia esta generación, pero la
barca por plenitud de la fe.
Y a la verdad, si bien no me es dado comprender cómo
es engendrado de Dios, no me es lícito tampoco ignorar que realmente lo es.
Ignoro el modo de su generación, pero conozco su principio. No estábamos
presentes cuando el Hijo de Dios era engendrado del Padre, pero sí lo estábamos
cuando el Padre le llamó Hijo de Dios. Si no creemos a Dios ¿a quién creeremos?
Porque todo cuanto creemos, o lo creemos por haberlo visto, o por haberlo oído.
La vista puede engañarse en ciertas ocasiones, más el oído está seguro en
materia de fe.