LA UNIDAD Y SIMPLICIDAD DEL CORAZÓN
EL CORAZÓN DE NUESTRA MADRE
En
nuestro tiempo actual se ha dado una revalorización de todo lo antiguo y el
arte de la restauración está en auge. Ya se han pasado los años locos en los
que la gente tiraba y despreciaba las cosas antiguas por estar viejas o con
cierto deterioro. Esto mismo incluso pasó en la Iglesia, donde se despreciaba
la antiguo simplemente por ser antiguo. Tal es la atracción que despierta lo
antiguo que incluso se compran cosas nuevas envejecidas para que parezca que
tiene mucho tiempo… Son modas, pero en el fondo muestran algo muy humano que es
el anclaje que necesitamos en todos los ámbitos de la vida a nuestra historia y
a nuestro pasado, anclaje que nos enseña de donde venimos, quienes somos y nos
permite vivir nuestro presente y construir nuestro futuro estando cimentados en
algo seguro.
Cuando
el especialista de la restauración está ante la obra que se propone renovar y devolver
a su esplendor, lo primero que hace en su acercamiento y conocimiento de la
obra que tiene ante sí. Necesita saber su origen, el autor, la época, así como
los factores que han influido en su deterioro… hace un estudio profundo del
objeto… y después es cuando puede comenzar su trabajo, aplicando las técnicas y
los medios más modernos para que ese objeto concreto vuelva a parecerse lo más
exactamente a su primer origen. La técnica del restaurador se puede resumir en
esa enseñanza de Jesús sobre el padre de familia, que sabe sacar del arca lo
antiguo y lo nuevo, dando a cosa su debido lugar en un justo equilibrio.
Nosotros,
cada primer sábado de mes, queremos responder a la súplica de la Virgen María a
Sor Lucía en la ciudad de Pontevedra para reparar su Inmaculado Corazón herido
por tantas blasfemias e ingratitudes de los hombres. Para que nuestro acto de
reparación sea lo más agradable a la Virgen, nos detenemos a conocer y meditar
sobre la inmensidad de su Inmaculado Corazón.
El
Corazón de María es el corazón humano más excelente y perfecto que haya
existido, después del Corazón de Jesús. Lleno de santidad resplandece ante
nosotros con una belleza que nos cautiva y embelesa. Es el Corazón de la Madre
de Dios, es el Corazón de la Virgen más santa, es el Corazón de la Inmaculada.
Pero
no pensemos por ello que es un corazón complejo o difícil de comprender. El
corazón de María resplandece también por su unidad y sencillez, por esa santa
simplicidad asequible a todos. Y por ello, desde los sabios teólogos y pensadores
hasta las almas más sencillas y rústicas han encontrado en el Corazón de María las
delicias más santas y el motivo de los goces más altos.
El
corazón como símbolo y centro de la vida del hombre aúna en sí los afectos, los
sentimientos, los quereres, los pensamientos, las intenciones y todas las
facultades espirituales del hombre. Una mirada a nuestro corazón nos hace comprender
cuántas contradicciones existen en nosotros, cuáles son nuestras intenciones y
como son el resultado de nuestra acciones, como nuestros pensamientos se
contradicen tantas veces en sí mismos y con nuestra vida, como nuestro
sentimientos son volubles y desordenados… Con san Pablo, cada uno de nosotros
podemos exclamar: “no hago el bien que deseo, sino que el mal que no quiero,
eso practico.” (Rom 7, 19) ¡Qué complicado, que difícil que enrevesado y embrollado es el corazón
del hombre, corazón dañado por el pecado y concupiscente! ¡Cuánto nos cuesta
conocer nuestro corazón y entenderlo!
Pero
el Corazón de María no es así: en el reina la santa simplicidad y sencillez
porque en el Corazón de María todo está unificado en Dios: los afectos
ordenados según el querer de Dios, los sentimientos unidos a los mismos de
Dios, los quereres idénticos a los divinos, los pensamientos armonizados a la
mente amorosa de Dios, las intenciones iguales a las de Dios… Todo en Dios, con
Dios y por Dios. Entrar en el Corazón de María es entrar en la unidad de Dios,
contemplar el Corazón de María es contemplar la unidad y la armonía, la belleza
tranquila y serena, el reposo del espíritu... y todo ello sin complejidades,
sin escondrijos, sin retorcimientos… Todo en Dios, con Dios y por Dios ha de ser nuestra aspiración para que nuestro corazón
sea en todo semejante al de la Virgen y Dios encuentre en él sus complacencias.
Acerquemos
con confianza a este Corazón Inmaculado, trono de la gracia, con la alegría de
los peregrinos israelitas que subían a Jerusalén. Ellos en su caminar cantaban:
“¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la casa del Señor»! Ya están pisando
nuestros pies tus umbrales, Jerusalén.” (sal 121) Y al ver la belleza y la
sencillez, la firmeza y la consistencia de la ciudad, exclamaban: “Jerusalén
está fundada como ciudad bien compacta.” –que quiere decir: como ciudad
armonizada y proporcionada en todas sus partes. Así es el Corazón de María, el
Corazón de nuestra Madre. En él, en su Inmaculado Corazón viviremos seguros,
encontraremos la paz dentro de sus murallas y la seguridad pues es el palacio
real donde Dios habita; él, encontraremos nuestro bien, pues es lo que María
Santísima nos desea para cada uno de nosotros.