09 DE SEPTIEMBRE
SAN PEDRO CLAVER
APÓSTOL DE LOS NEGROS (1580-1654)
LA España mística y guerrera de los Siglos de Oro no va al Nuevo Mundo con afán de lucro. Vuelca su vida en América tal y como ella la vive. Por eso en los galeones de los primeros conquistadores pasan allá los primeros misioneros. «Nuestra principal intención, al tiempo que nos fueron concedidas por la Santa Sede Apostólica las yslas y tierra firme —dirá en su testamento la reina Isabel— fue de procurar de ynducir y traer los pueblos dellas y los convertir a nuestra santa Fe, y enviar a las dichas yslas e tierra firme Prelados y religiosos e clérigos...».
En la primavera de 1610 se hace a la vela en el Guadalquivir, rumbo a las Indias, un humilde jesuita que hoy se eleva a cien codos sobre todos los conquistadores de las tierras americanas. Es el Apóstol y Padre de los negros, llamado con justicia «segundo Javier de la Compañía de Jesús y. piedra angular de la Iglesia de Dios en Occidente», pues encarnó todas las virtudes heroicas del misionero español del Nuevo Mundo, y supo poner sobre ellas el fulgor divino de la santidad. Su nombre, Pedro Claver...
Oriundo de la villa leridana de Verdú, es hijo de Pedro Claver Minguella y de Ana Corberó, modestos labradores. A la sombra de un tío suyo —canónigo de Solsona— inicia la carrera literaria, que luego continúa en la Ciudad Condal. La muerte de su madre —1593— seguida de la de su hermano Jaime, deciden sin duda su vocación al sacerdocio. Ingresa en el noviciado jesuítico de Tarragona el 7 de agosto de 1602. Pasa tres años de cielo en Montserrat. En 1605 es enviado a Mallorca para oír Filosofía. Otros tres años de intensa vida de piedad, esmaltada con primorosas perfecciones y encuadrada en el marco de providenciales circunstancias. La principal y más decisiva en su vida es el encuentro con el venerable Hermano Alonso Rodríguez, portero del Colegio de Montesión, que por su santidad a entrever con don profético sus futuras grandezas—, pide insistentemente su destino para las misiones de ultramar. Dos años más de estudios teológicos en Barcelona, y Claver recibe obediencia para América. Es tan inmensa su alegría y tan grande su deseo de sacrificarse por Dios, que, aunque pasa cerca de su pueblo natal, renuncia a despedirse de sus parientes. ¡Heroísmo sublime de los Santos, que difícilmente acertamos a comprender!
Y ya tenemos a Pedro Claver en el teatro de Sus mayores hazañas: Cartagena de Indias. En Santa Fe de Bogotá ha cerrado la Teología con un brillante examen ad gradum. Es ya sacerdote. Estamos en 1616.
¿Cuál es ahora la misión del novel apóstol? Su sed de salvar almas no reconoce excepción: españoles e indígenas, moros, turcos y herejes, reciben de sus manos la salud del cuerpo y del espíritu. Los hospitales de San Lázaro y San Sebastián y las cárceles todas de la Ciudad presencian el encendimiento de su caridad y de su celo. Los leprosos y apestados saborean sus besos heroicos a cuyo contacto resucitan los muertos...
Pero la misión providencial de Pedro Claver es aquella por la que gozará del título de Apóstol de los negros. Por ella sintiera especial vocación desde su trato con el santo portero de Palma. En ella ha hecho sus primeras armas al lado del Padre Alonso de Sandoval. A ella consagra su vida entera — 1622— a] escribir estas palabras sublimes al pie del documento de su profesión solemne: «Pedro Claver, esclavo de los esclavos hasta la muerte».
El infame comercio llamado «trata de negros» estaba en su apogeo. Miles de esclavos, cazados como fieras en las costas africanas, llegaban cada año en las condiciones más degradantes al puerto de Cartagena, para ser vendidos en el mercado. Pero, un día, brilla en el muelle un faro de esperanza. Pedro Claver —pirata de almas— ha izado la bandera blanca de la caridad cristiana. Desde ahora, y por espacio de cuarenta años, no fondeará en Cartagena un navío negrero que no sienta la caricia de unos brazos abiertos... ¡Fe y amor conjugados! Primero recorre la Ciudad mendigando para «sus queridos hijos». Luego corre al muelle, encorvado bajo el peso de las limosnas. Para los enfermos lleva remedios curativos; para los sanos, regalos y alimentos; para todos una caricia, una mirada de amor, una palabra de consuelo y el agua redentora del Bautismo. ¡Más de trescientos mil alcanzan por sus manos esta gracia incomparable!
Pudo haber caridad como ésta; mayor no. Su vida entera es un tejido de heroísmos increíbles. Del buque a los hospitales, a las chozas, a los campos de trabajo. Vive exclusivamente para sus negros, y sabe de sus dolores. Catorce años seguidos visita a uno paralítico en su choza y lo cuida con mimos maternales. En 1650 estalla la peste. Pedro se contagia. «Esta peste viene por mis pecados». No puede moverse. Mas, cada vez que llega un navío, se hace llevar en brazos hasta la playa. i El fuego de la caridad le quema el alma!...
Había hecho voto de ser «esclavo de los esclavos hasta la muerte», y entre ellos le llegó, el 8 de septiembre de 1654. Miles de negritos velaron entre sollozos su postrer suspiro y le proclamaron santo. Dos siglos más tarde, la Iglesia unía en el Catálogo de los Bienaventurados estos dos nombres: San Alonso Rodríguez y San Pedro Claver…