domingo, 21 de septiembre de 2025

22 DE SEPTIEMBRE. SANTO TOMÁS DE VILLANUEVA, ARZOBISPO DE VALENCIA (1488-1555)

 


22 DE SEPTIEMBRE

SANTO TOMÁS DE VILLANUEVA

ARZOBISPO DE VALENCIA (1488-1555)

HACE sólo tres días biografiábamos a Alonso de Orozco. Otro agustino eximio reclama hoy nuestra atención: Tomás de Villanueva, natural de Fuenllana —campo de Montiel—, «último Padre de la Iglesia española», gran orador sagrado y encarnación — con Juan de Dios y Juan de Ribera — de una de las más bellas y profundas realidades de nuestro Siglo de Oro: la práctica de la caridad.

En el museo de Sevilla tiene Murillo un cuadro, en el que plasma — concreción de artista— esta última faceta, sin duda la más sobresaliente e interesante de la vida del «Santo limosnero». En ella hace también hincapié la Colecta de la Misa. Y es que, antes que a Vicente de Paúl, pudo llamarse «Padre de los pobres» a Tomás de Villanueva...

Su carrera astral está esmaltada de perlas de misericordia desde la aurora hasta el ocaso. ¡Siempre en busca del desheredado! ¡Siempre derramando en las almas rocíos bienhechores!

«Fue —dice un biógrafo— el asilo de los desgraciados, el padre universal de cuantos gemían en la orfandad, el amparo de la viudez abandonada, el protector de la virginidad desvalida, solaz para el afligido, apoyo para el débil, descanso para el anciano; amor, en fin, beneficencia y bondad para todos los necesitados de sus auxilios».

¡Caridad de la palabra, de la pluma, de las obras!

Ya de chico halagan su infantil vanidad los camaradas, aplaudiendo sus pinitos de orador, cuando, subido a un poyo de la escuela, les repite de pe a pa el sermón que ha oído en la iglesia. Y «no teniendo más de siete años, viene dos veces desnudo a casa por haber dado sus vestidos a un pobre». «Ah, madre, cuando salga usted, procure dejar pan para las limosnas, si quiere encontrar los pollitos a su vuelta. Hoy han venido seis pobres y les he dado uno a cada uno. Y si viene otro. se lleva la gallina». Este lance ingenuo es todo un símbolo, como realidad y esperanza.

Tomás tiene instintos caritativos. Y también el placer de poder satisfacerlos: porque sus padres —Alonso Tomás García y Lucía Martínez de Castellanos— son de los hijosdalgo más principales de Villanueva de los Infantes. Y además de ricos, son santos; en tal grado, que de ella se cuentan milagros...

Por esta misma causa, puede asomarse desde muy temprano a las ventanas de la cultura. Las aulas y cátedras universitarias de Alcalá y Salamanca se honran con la presencia del «Santo limosnero», que vaga por las calles como un ángel de la Providencia. Y más se honra el convento salmanticense de Agustinos, cuando el joven y flamante catedrático llama a sus puertas pidiendo el hábito de eremita, en 1516, al parecer, el mismo día que Lutero lo arroja a las zarzas. Religioso ejemplarísimo y austero, pronto es nombrado profesor de Teología, Prior, Visitador y Provincial. Entre la gente está en el desierto, su comida es el ayuno, y se alimenta de la oración. Hombre de libros, no busca en ellos la ciencia que hincha, sino la sabiduría que conduce a Dios, y que él reparte —espiritual limosna— en sermones incomparables, en magistrales lecciones y en tratados admirables por su unción y doctrina —leed el Sermón del Amor de Dios— que lo colocan entre los fundadores de nuestra Ascética y Mística. Su palabra, templada en la fragua de la oración, resuena en toda Castilla con ecos salvadores, y trueca de tal manera la ciudad de Salamanca, que «a quien la mirase entonces, no le parecería Ciudad de seglares, sino un gran monasterio de religiosos». El mismo Carlos V —oyente asiduo del humilde fraile — siente por él enorme admiración, y lo hace su predicador y consejero. «Tomás no pide nunca —suele decir el César —; Tomás ordena y exige». Y cuando el Santo va a suplicar clemencia para los caballeros Laso, le contesta el gran Emperador: «Hágase luego lo que pedís; a vos, Fray Tomás, no os puedo yo negar nada, conociendo que sois enviado del Cielo por ministro de la caridad».

Pero, a pesar de todo su poder y de toda su humildad —puesta de manifiesto al declinar la Sede granadina— tiene que aceptar la mitra de Valencia por orden de Paulo III, en 1544. Su entrada en la Ciudad del Turia es señalada con una lluvia milagrosa que salva providencialmente la comprometida cosecha. Los once años de su pontificado son años de total entrega a las asperezas sublimes de su oficio pastoral: visita varias veces su vasta diócesis; predica con apostólico celo; reprime con bondad paternal los abusos del clero y de la sociedad; su palacio es la mansión de la pobreza; da rienda suelta a sus sentimientos caritativos, repartiendo entre los pobres las cuantiosas rentas de su Arzobispado, o devolviéndoles milagrosamente la salud corporal... El Cabildo, al observar su misérrima pobreza, le hace donación de cuatro mil ducados. De la santidad de sus manos van a parar al Hospital General. Da sin tasa ni medida. Cuando en agosto de 1555 enferma gravemente, manda repartir todo lo que hay en casa, incluso las ropas y muebles. Y al saber que ya no es dueño de nada en este mundo, llama a un mendigo, le entrega el lecho en que yace, y le dice con inmenso júbilo: «Hermano; dadme licencia para morir en vuestra cama, si no bajaréme a morir al suelo y acercaréme más a la sepultura».

Así murió, completamente pobre, Tomás de Villanueva; el que, antes que nadie, mereció ser llamado «Padre de los pobres».