sábado, 20 de septiembre de 2025

21 DE SEPTIEMBRE. SAN MATEO APÓSTOL, EVANGELISTA Y MÁRTIR (SGLO I)

 


21 DE SEPTIEMBRE

SAN MATEO

APÓSTOL, EVANGELISTA Y MÁRTIR (SGLO I)

PÓSTOL de Cristo! ¡Evangelista! ¡Mártir! Sólo una vez en la historia se dio la conjunción de estos tres fulgentísimos astros, y fue sobre la frente de San Mateo. «Magna est gloria ejus in salutari tuo...: Grande es su gloria, porque le salvaste: Señor, le has cubierto de honor y de gloria». ¡Apóstol del Señor!

«Vio Jesús a un hombre, llamado Mateo, sentado al banco de los tributos, y le dijo: Sígueme. Y él, levantándose, le siguió».

De esta manera tan simple y categórica, como la cosa más natural, como si hubiera estado esperando la invitación divina, nos cuenta San Mateo su maravillosa vocación apostólica.

Poco sabemos de su pasado. Hijo de Alfeo — como afirma San Marcos — es, con toda probabilidad, originario de Galilea. Los demás evangelistas le dan invariablemente el nombre de Leví; pero él gusta llamarse Matthais o Mateo —que en lengua hebrea significa «dado por Dios» — sin duda para indicar el cambio radical verificado en su vida y en su corazón desde el llamamiento de Jesús. Y a este nombre añade, con profunda humildad, su título de «publicano», que, por discreción y delicadeza, callan San Lucas y San Marcos.

Los publicanos eran los funcionarios encargados de cobrar el impuesto del Estado, o públicum: tipos los más aborrecidos de los judíos, mirados con una especie de odio religioso y nacional, como representantes de la oprobiosa dominación romana, aun cuando en su conducta personal pudieran aparecer como intachables. Uno de estos detestados recaudadores era Leví. A la salida de Cafarnaúm tenía su garita en la que cobraba el portazgo...

Jesús —que ha elegido ya a cuatro de sus inmortales colaboradores— se fija ahora en este odioso personaje y, con audacia divina, lo llama también al alto honor del apostolado. No sabe uno qué admirar más: si la gran aventura del Maestro al meter a un publicano entre los judíos, o la hermosa resolución de éste, su fe y generosidad decididas, «arriesgadas», al abandonarlo todo con jubilosa obediencia, para irse en pos de un desconocido pobre y despreciado. Andrés, Pedro, Santiago y Juan, debieron rasgarse las vestiduras. Sin embargo, aún les esperaba una sorpresa mayor...

Mateo ofrece un banquete a su nuevo Maestro: un banquete de agradecimiento y despedida, al que asisten muchos colegas suyos, «publicanos y pecadores». Esta vez el escándalo de los fariseos es enorme, sin precedentes. «Y aconteció —nos cuenta él mismo— que, estando Jesús a la mesa de Mateo, llegaron muchos publicanos y se sentaron con Él y con sus discípulos. Viendo esto los fariseos, dijeron a los discípulos: ¿Por qué vuestro Maestro come con los publicanos y pecadores? Mas, oyéndolo Jesús, les dijo: Los que están buenos no necesitan médico, sino los enfermos. Andad, pues, y aprended lo que significa: «misericordia quiero y no sacrificio»; porque Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.

Intervención magistral, lección verdaderamente divina, llena de fina ironía, de teología profunda y de suavísima esperanza, donde el Salvador nos revela el gran misterio de su «venida» y de su misericordia, tan fuera de los planes humanos, «tan dentro» de los planes divinos. Todos seremos buscados por el Buen Pastor, que «ha venido» a llamar a los «pecadores», no a los que, creyéndose justos, «se cierran con su orgullo en el camino de la vuelta a Dios», como diría el Padre Lagrange.

Este lenguaje de Jesús, dulce y suave, cautiva al nuevo discípulo, y acaba de confirmarle en su vocación. Ya no se separará más de Él. Todo su afán se cifrará en recoger las «palabras de vida eterna» y «amontonar tesoros de verdad para el cielo». Será testigo de la gloriosa Resurrección de Cristo y recibirá el Espíritu Santo en el gran día de Pentecostés...

Antes de la diáspora apostólica, el agradecido Mateo cumple una misión sublime y conmovedora: plasma por escrito la vida de su Divino Maestro en el libro más santo salido de humana pluma, cuyo título le dicta la inspiración de lo Alto: el Evangelio; es decir, la Buena, la Feliz Nueva para la humanidad desolada. La idea que le guía al escribirlo es la de fijar la predicación oral de los Apóstoles, y su objeto didáctico y apologético, demostrar a los judíos que el Profeta condenado unos años antes por ellos, era realmente el Hijo de Dios, el Mesías prometido, en quien se cumplieron todos los vaticinios del Antiguo Testamento. En el Evangelio de San Mateo todo es sencillez, orden, claridad y candor.

El buen discípulo pudo contentarse con este insigne testimonio de gratitud tributado a su Maestro, pero quiso ofrecerle algo más: su sangre, derramada en el acto más sublime de servicio a Dios y a su ideal: el martirio. Luego de predicar tres años en Judea, se fue a llevar, la Buena Nueva a lejanos países, y su vida se perdió en el curso de prodigiosas predicaciones. Según parece, su lote fueron los negros etíopes. Tras la resurrección milagrosa de una hija del rey Eglipo, convirtió a toda la Corte; más el rey Hitarco, despechado por las repulsas de la princesa Ifigenia —que consagrara a Cristo su virginidad por la predicación del santo Apóstol—, lo mandó sacrificar inicuamente, en el momento en que celebraba el divino Sacrificio; siendo por este glorioso martirio —en frase de San Hipólito— hostia y víctima de virginidad...