04 DE SPETIEMBRE
SANTA ROSALÍA
VIRGEN Y SOLITARIA (1130-1160)
ROSA y lirio: flores emblemáticas que parecen haberse asociado en mística simbiosis, para formar el poético y simbólico nombre de la santa Patrona de Palermo. ¡Rosalía!: fuego y candor, amor e Inocencia, belleza y blancura de rosas y lirios, perfume delicado de escondida violeta, ramillete espléndido de virtudes, cortado en plena florescencia primaveral y colocado en rutilante búcaro ante el altar del Señor por manos angélicas…
La Corte de Roger II de Sicilia la ve florecer un venturado día de 1130. Crece en los fantásticos jardines de un ilustre señor, descendiente de Carlomagno: el Conde de Marsos, su padre. Recibe una educación distinguida entre grandezas y esplendores cortesanos. Corazón abierto a todo lo bueno y gentil, alma de ángel, complexión acendradamente femenina, a los catorce años Rosalía deslumbra con los encantos de su belleza. Pero, si a los ojos humanos el horizonte de su vida se ofrece ancho y radioso, a los ojos divinos es inconmensurable.
Los hombres —eternos ciegos— ignoran que esta florecilla con pétalos de virtudes se la reserva el Señor para Sí; que Jesús la ha regado con la lluvia propicia y fecundante de su gracia; que María vela con ternura sobre la pureza de su cáliz virginal. La sociedad del siglo XII, semi bárbara, cruel, egoísta y sensual, no sabe interpretar la sonrisa celestial de esta niña, para quien la fortuna y la grandeza son motivo de menosprecio; no sabe adivinar en sus tendencias angelicales el presagio inequívoco de su porvenir. Sólo lo comprende cuando la pierde, cuando su tierna existencia se torna inesperada, extraordinariamente prodigiosa...
¡Breve, pero admirable vida la de Rosalía, llena de encantos y dulzuras difíciles de entender para la mayoría de los hombres, aun de los cristianos! ¡Si parece cosa de leyenda!...
Una noche, probablemente de 1144. se le aparece la Reina del cielo y la! incita a abandonar la casa paterna. La orden es extraña, incomprensible, irrealizable para una muchacha de catorce años. La naturaleza protesta al ver contrariados sus propósitos y tronchadas en flor sus más risueñas esperanzas. La gracia triunfa, empero. Y Rosalía se arroja decididamente en brazos de la providencia, «que a los lirios del campo regala hermoso vestido y a los pájaros del aire da el alimento necesario».
El Cielo premió su obediencia. Dos mensajeros celestiales la aguardaban a la puerta del palacio: eran dos ángeles; bizarro caballero el uno, con su espada al cinto; humilde peregrino el otro, con su esclavina, sus. conchas, su bordón y su calabaza. Se pusieron en marcha. El misterio de la noche amparó la huida... ¡Qué hermoso es imaginarse a esta bendita criatura —sonrisa de paz y esperanza—, caminando en medio de los celestiales mensajeros desde Palermo a la sierra de Quisquina, con la misma inefable alegría que si se dirigiera al paraíso! Por todo bagaje lleva sus instrumentos de suplicio, un crucifijo y algunos libros de rezo.
Ya ha ganado la alta cumbre, coronada de nieve. El frío es intenso, más el fuego interior que la abrasa no le deja sentirlo. Aunque los ángeles han desaparecido de su vista, Rosalía no vive sola, porque su comunicación con el Cielo es continua, y su vida, por el abandono total en las manos de Dios, extraterrena. Durante el día reza, se mortifica, trabaja para atender a su mísero sustento. A la entrada de su cueva —¡manos finas y aristocráticas empuñando una piedra a modo de cincel!— graba una inscripción, que todavía se conserva:
Ego Rosalía, Sinibaldi Quisquine et Rosarum dómini fília amore Dómini mei Jesu Christi in hoc antro habitare decrevi: Yo, Rosalía, hija de Sinibaldo, señor de Quisquina, y de Rosa, por el amor de mi Señor Jesucristo, he resuelto habitar esta caverna.
El peregrino puede ver también la concavidad labrada por la Santa en el interior de la gruta, para recoger el agua, así como un altarcito y un trozo de mármol que le sirvió de lecho, un asiento tallado en la peña y una viña secular, plantada —según tradición— por la solitaria Virgencita.
Por las noches, Rosalía interrumpe su reposo —llamémosle así al desfallecimiento por la vigilia y el ayuno— para dar rienda suelta a sus sentimientos de dolor por la Pasión de Cristo y la ingratitud humana. ¡Noches derramadas en sangre de penitencias, iluminadas del más puro amor!...
Entretanto, la voz del pregonero enviado por sus afligidos padres recorría toda Sicilia, prometiendo grandes recompensas a quien descubriera a la fugitiva. Prevenida y guiada por los ángeles, Rosalía dejó su antiguo refugio y, por oculta senda, escaló las alturas casi' inaccesibles del monte Pellegrino. Allí, en una tenebrosa espelunca —angosta abertura, bajo techo, suelo enfangado— pasó los últimos años de su prodigiosa existencia, olvidada de los hombres como una florecilla silvestre, y alimentada poco menos que con la Eucaristía, servida por manos angélicas...
Nadie en vida pudo descubrir su paradero; pero después de su muerte —4 de septiembre de 1160—, el mundo entero conoció la santidad de la Virgencita de Palermo, manifestada por medio de numerosas apariciones y milagros. Su culto se hizo popularísimo. En mármoles y bronces están hoy esculpidos sus fastos y consignada la gloria inmortal de su nombre bendito, que fue rosa y lirio...