martes, 9 de septiembre de 2025

10 DE SEPTIEMBRE. SAN NICOLÁS DE TOLENTINO, CONFESOR (1245-1306)

 


10 DE SEPTIEMBRE

SAN NICOLÁS DE TOLENTINO

CONFESOR (1245-1306)

EL título de «El Santo de los milagros», que Lope de Vega dio a su comedia, o «farsa a lo divino», inspirada en la vida de San Nicolás, pone de relieve la faceta más caracterizada del Santo: porque, aparte las leyendas más o menos verosímiles creadas en torno a su persona —algunas recogidas en esta obra póstuma del Fénix de los Ingenios—, San Nicolás de Tolentino es, sin discusión, «el Taumaturgo de su siglo».

Milagroso aún antes de nacer —como debido a la intercesión de San Nicolás de Bari—, y anunciado por los ángeles, su primer vagido inunda la mansión paterna de un hálito del paraíso. Compañón de Guarutti y Amada Guaidiani —a quienes el Cielo ha revelado el glorioso futuro de su hijo— le imponen en el Bautismo el nombre de su celestial Protector, cuyas virtudes distintivas —caridad, desprendimiento y piedad— emula desde la edad primera. Su pureza es tan angelical, tan divina, que nunca sentirá en su espíritu «el aguijón de la carne». «¡Si Dios conserva a este niño, el mundo lo verá algún día en los altares!»

Estos felices presagios, unidos a su distinción en los estudios, le merecen, casi adolescente, una canonjía en la colegiata de Santángelo —su pueblo nativo, en la Marca de Ancona—, donde también recibe la tonsura y las órdenes menores. Docto, joven, adornado de los mejores talentos, Nicolás está destinado a brillar en el mundo... Pero su alma ha nacido para más altos vuelos. El cercano monasterio de Ermitaños de San Agustín le tienta santamente. Y, al fin, lo arrebata, cual poderoso imán. El claustro santo le abre sus puertas para santificarse más con su presencia.

Al sentirse dulcemente oprimido por los muros del convento, el espíritu de Nicolás se afina y se sublima y se lanza hacia Dios como la flecha al blanco. Durante el año de noviciado, «no vive como hombre, sino como ángel». Estudia la Teología en San Ginesio, bajo el magisterio del célebre Ruperto; y en Santa María de Cíngoli —Macerata— recibo la ordenación sacerdotal de manos de San Bienvenido, y dice su primera misa con fervor querúbico. Las Milagrosas primicias de su apostolado son para las almas del Purgatorio, representadas en la persona del Hermano Pelegrino de Ósimo, que se le aparece solicitando el favor de su oración. Las benditas ánimas serán siempre las más favorecidas por el derramamiento de sus bondades…

Pero también los hombres se han percatado de su poderoso valimiento. Todos acuden a sus plegarias, a las que Dios responde con milagros. A semejanza del profeta Elías, multiplica el pan de una pobre mujer. A otra, loca y paralítica, la cura repentinamente. Hace la señal de la cruz sobre los apagados ojos de un joven, y le devuelve la vista. De igual modo sana a un religioso de su misma Comunidad. No tienen número sus prodigios...

Para hacer más fecundo su ministerio sacerdotal, ya en San Elpidio, como Maestro de novicios, ya como predicador en Fermo o en Tolentino —adonde se traslada por celestial invitación— Nicolás emplea un arma poderosa, infalible: la penitencia. Decir las mortificaciones, los apuros, las vigilias, las privaciones de toda índole a que voluntariamente se somete, sería repetir todos esos actos heroicos, todas esas acciones extraordinarias, todas esas virtudes sublimes, que se hallan consignadas en la vida de los mayores penitentes y ascetas. El mismo Santo suele decir, hablando de su absoluta abstinencia: «Preferiría tener la muerte entre los dientes antes que un pedazo de carne».

He aquí un rasgo que se ha hecho clásico en su iconografía. El hermano cocinero le presenta una perdiz asada, que ha de comer por prescripción facultativa. Nicolás, al verla sobre su mesa, exclama entre turbado y escrupuloso: «i Dios mío, Vos conocéis mi corazón!». Al punto, la perdiz se anima, se cubre de plumas y salta de la fuente, mientras el Santo, a su vez, queda completamente curado de su achaque.

Sin embargo, no todas sus horas son horas de luz. En los momentos de contemplación solitaria el demonio le asedia de manera terrible. Una noche, después de golpearle con una maza, lo arrastra por el claustro, dejándole maltrecho para toda la vida. A pesar de ello, Nicolás no decae en sus afanes, y sigue ejerciendo hasta el fin el oficio de hostelero con inaudita caridad y mendigando de puerta en puerta el pan para sus Hermanos.

Dios le recompensa nimbando su vejez de un halo de sobrenaturalidad más esplendoroso, si cabe, que el resto de sus días. El milagro más sorprendente y espectacular es el de la estrella que, saliendo de Santángelo, viene diariamente a posarse sobre el altar en que el Santo dice misa, con lo que Dios declara —en sentir de los intérpretes— que su Siervo es como una estrella resplandeciente que, nacida en oscura aldea, tendrá glorioso fin en la famosa ciudad de Tolentino...

Una noche, oye Nicolás un coro de voces angélicas, y exclama fuera de sí: «Quiero morir para vivir con Cristo». Es el supremo deseo y el supremo galardón, que Dios le concede en pago a sus trabajos un día 10 de septiembre de 1306, mientras repite estas palabras de Cristo en la cruz: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu».

El prodigio de la estrella se repitió durante muchos años sobre el sepulcro glorioso del «Santo de los milagros».