03 DE SEPTIEMBRE
SAN PÍO X
PAPA (1835-1914)
EL día 29 de mayo de 1954, a solo cuarenta años de su muerte, envuelto en una ola de universal simpatía y admiración, con grandiosas e inenarrables ceremonias, y ante más de medio millón de fieles congregados en la colosal plaza de San Pedro de Roma, fue canonizado el inmortal pontífice Pío X, uno de los hombres más grandes y sencillos que han existido jamás. Beppi, el hijo del alguacil de Riese, el párroco de Salzano, el canónigo de Treviso, el Obispo de Mantua, el Patriarca de Venecia, hubo de reconocer, al fin, que el llamarle «Santo» no era una defectuosa pronunciación de su apellido «Sarto». La Iglesia acababa de unir su voz infalible al coro de la fama: ¡Papa Sarto, papa Santo!...
Ya el día de su beatificación —3 de junio de 1951— trazara Su Santidad Pío XII con pincelada genial la silueta impresionante del nuevo Siervo de Dios: «Desde hace más de dos siglos —dijo entonces el Papa— no había vuelto a amanecer sobre el Pontificado Romano un día de esplendor comparable a éste, ni había resonado con tal vehemencia y concordia la voz cantora de himnos de todos aquellos para quienes la Cátedra de Pedro es la roca en que está anclada su fe. Un hombre, un Pontífice, un santo de tal elevación, difícilmente encontrará el historiador que sepa trazar de conjunto su figura. De él puede decirse que en todos los campos a que dirigió su atención y en los que puso su mano, entró asistido por una inteligencia clara, alta y amplia. Defensor de la fe, heraldo de la verdad eterna, custodio de las más santas tradiciones, Pío X reveló un sentido finísimo de las necesidades, aspiraciones y energías de su tiempo. Por eso ocupa un puesto entre los más gloriosos Pontífices. Su celo por el influjo moral de la Iglesia ha hecho de él un incomparable promotor de las ciencias sagradas y profanas. Pero lo que es singularmente propio de este Pontífice es el haber sido el- Papa de la Santísima Eucaristía en nuestro tiempo».
José Sarto, el futuro Pío X, nace en la aldea veneciana de Riese, el 2 de junio de 1835. Sus padres son verdaderamente humildes, pero dotados de piedad y bondad. Esta será su herencia, aquilatada al paso de los años, con humildad, con trabajo, con caridad, con sacrificio, con impar heroísmo en la virtud. El cardenal Baudrillart podrá decir: «Su compostura, su palabra, su personalidad, revelaban tres cosas: bondad, firmeza y fe».
Beppi, como familiarmente le llamaban, disfrutó una beca en el Seminario de Padua. Antes estudiara en Castelfranco, haciendo diariamente, a pie y descalzo, los siete kilómetros que le separaban de Riese. En el Seminario fue la admiración de todos: «En la disciplina, no inferior a ninguno. De ingenio, máximo. Memoria, grande. Esperanza, máxima». Gracias a esta censura pudo ver lograda su más cara ambición, al ser ordenado de sacerdote en 1858. Coadjutor en Tómbolo. Párroco en Salzano. Canónigo y Canciller en Treviso. Director del Seminario. ¡Años de inmolación, de celo ígneo, de incansable dinamismo, de energías quemadas en el fuego de una caridad inmensa, de una santidad canonizable! Labor fecunda, que León XIII quiso premiar, al nombrarle, primero, obispo de Mantua, y luego —1893— CardenalArzobispo de Venecia.
Fue un patriarcado glorioso. El esplendor de la púrpura no apagó en su alma las llamas del apóstol. La catequesis, el seminario, la Eucaristía, las asociaciones, las escuelas, la Prensa, los pobres... Todo era alentado y dirigido por él, en apasionada entrega al oficio de buen pastor. Cuando murió León XIII, dijo a sus fieles: «Rogad a Dios que envíe un Papa según su corazón». Ese papa sería él mismo, elegido el 4 de agosto de 1903. Y lo sería santamente, humildemente, sabiamente, heroicamente. Con lágrimas y súplicas intentó apartar de sí el Pontificado; más, cediendo a razones persuasivas, dijo: «Lo acepto como una cruz». Desde la Cátedra de Pedro nada cambió en su modo de vivir. Con el Instaurare omnia in Christo por norma y programa, brilló por su sencillez y pobreza, hasta el punto de poder escribir en su testamento: «Pobre he nacido, pobre he vivido y pobre deseo morir». Mas en su humildad alentaba en él la fortaleza del espíritu, cuando de la gloria de Dios, de la libertad de la Iglesia y de la salvación de las almas se trataba. Varón de claro ingenio, de voluntad acerada y tenaz, rigió con fortaleza la Iglesia en medio de tremendas inquietudes y la adornó con preclaras instituciones. En los asuntos graves, preguntaba a Merry del Val, su secretario: «¿Qué nos dice el Crucifijo?»…
Alentó las reformas sociales promovidas por su Predecesor; reformó la Curia Romana; favoreció la formación del Clero„ los estudios bíblicos; devolvió a la música sagrada su primitivo esplendor y dignidad; reformó el Breviario; codificó el Derecho Canónico; condenó y destruyó el modernismo —su «corona de espinas»—; repartió pan y catecismo; y, sobre todo —Papa de la Eucaristía—, decretó la Comunión diaria y fijó la edad del uso de razón para recibir por primera vez el Pan de los ángeles.
Agotado por los trabajos y traspasado de angustias por la Guerra Europea, ofreció su vida por la paz, y Dios. se la aceptó el 20 de agosto de 1914.
Así fue San Pío X: Grande y sencillo, íntegro y bondadoso, trasunto fiel de Cristo.