sábado, 13 de septiembre de 2025

14 DE SEPTIEMBRE. LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ

 


14 DE SEPTIEMBRE

LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ

A sagrada Liturgia nos ofrece hoy, exultante de júbilo, esta conmemoración triunfal:

«¡Oh, Dios!, que en este día nos alegras con la solemnidad anual de la Exaltación de la Santa Cruz: te rogamos nos concedas que, pues conocemos en la tierra el misterio de la Cruz, merezcamos en el cielo el premio de su redención. Por Jesucristo Nuestro Señor».

¡Y con qué íntimo gozo vemos llegar cada año esta fiesta!

Establecida para conmemorar el rescate de la Cruz del Salvador del yugo de los persas —tras el vencimiento de Cosroes por el emperador Honorio, en el año 629— y su solemne y definitivo restablecimiento en Jerusalén, tiene carácter de alegría y apoteosis, como recordación de la victoria personal de Cristo y de todos los lauros de su Cruz Santa a través de los siglos:

«Canta, oh lengua, del glorioso — combate el claro laurel: —de la Cruz ante el trofeo — canta del triunfo la prez, —cómo el Redentor del orbe— muriendo supo vencer»…

¡La Cruz!

La locura de la Cruz —dice Papini — es un escándalo demasiado fuerte para la prudencia humana. ¿Qué era, en efecto, la cruz antes de Jesucristo?: un instrumento de horror, de repugnancia y de desprecio. Los filósofos, poetas y oradores paganos, le llaman «suplicio de la esclavitud, crudelísimo, sumo y supremo», «suplicio vil», «infame leño», «árbol fatal»...

Pero un día, Cristo anuncia su triunfo desde una cruz: «Cuando fuere levantado en alto, atraeré a Mí todas las cosas». Y desde ese día —escribe Abdón de Paz— «el suplicio de ignominia se alza como símbolo de gloria, fuente de toda belleza, origen de toda verdad, principio de todo bien, cuyo poder habrá de subsistir eternamente contra los sofismas del error y las crueldades del martirio». El árbol de muerte se ha trocado en árbol de vida in quo salus mundi pependit. O mejor —como dirá San Pablo— «en escándalo y locura para los condenados a perecer, y en poder y sabiduría de Dios para los predestinados a la gloria». En piedra de escándalo contra la que se estrellarán los soberbios, y en piedra de toque de toda santidad, como profetizó Ezequiel: «Yo os daré un corazón nuevo, y depositaré en vosotros un nuevo espíritu, y arrancaré de vuestra' carne el corazón de piedra, y pondré en vosotros mi espíritu».

¡La Santa Cruz!

He aquí la prueba más grandiosa de la Divinidad de Jesucristo, el signo de nuestra grandeza de redimidos. La Cruz se nos ofrece como el emblema augusto del amor, de la bondad, de la sabiduría y del poder de Jesús; como palestra y trofeo de su victoria —regnávit a ligno Deus— como escuela del bien vivir y del bien morir; como resumen de todo el Evangelio en frase de Bossuet— como suma de todas las grandezas y misterios de nuestra Redención; como centro de toda alianza y de toda unidad sobre la tierra; como lazo que une las almas y corazón que envía el riego fecundo de la Sangre divina del Redentor a todas las venas de la humanidad... «¡Oh gran misterio de piedad! Entonces murió la muerte, cuando la Vida expiró en un madero». ¡La Santa Cruz!

He aquí nuestro lema, nuestra arma de combate, nuestro libro, nuestra luz. «Somos los religiosos de la Cruz» —decía Tertuliano—. Por ella hemos sido llamados al conocimiento divino, regenerados a la vida de la gracia, lavados de nuestras culpas, elevados a la categoría de hijos de Dios y herederos de su gloria. Pero la Cruz no son sólo unos brazos abiertos a la misericordia y al perdón: tiene para nosotros a fuerza de símbolo y valor de programa». «Nuestra misión —dice el Apóstol— es predicar a Cristo Crucificado». Y el mismo Jesús había dicho: «Quien no toma su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo». ¡Por la señal de la Santa Cruz! Esta es nuestra consigna, nuestra bandera, nuestro grito de victoria...

¡Exaltación de la Santa Cruz!

Que vale tanto como hipsosis, manifestación, ostentación, elevación. El mundo de los redimidos siempre ha ensalzado, besado, adorado, ostentado y defendido la Cruz con altivez santa, colocándola con medio de la sociedad como timbre de gloria, acicate divino, espejo y norma de santidad y única tabla de salvación —salutem humani géneris in ligno Crucis constituisti—. «Nosotros hemos de gloriarnos en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, en la cual está la salud, la vida y la resurrección, y por la cual somos salvos y libres». Hemos de «decir a las gentes que el Señor ha reinado desde el madero». A eso nos invita esta fiesta de la Exaltación.

«Confiemos con santo orgullo en nuestro cristianismo, y levantemos en alto la bandera cristiana, la Santa Cruz —escribe Thiamér Tóth—. ¡Enarbolemos la Cruz de Cristo en el hogar! ¡Pongámosla en el santuario más íntimo!...  Para que nos consuele, para que nos conforte, para que nos oriente, para que nunca nos deje sosegar, para que nos intranquilice, para que nos amenace, para que clame siempre: «Sin Cristo, fuera de Cristo, no hay solución para los problemas más candentes, ni puede sonreírnos la esperanza de segundo milenario para la Patria».

Y no lo olvidemos: podrá tambalearse el orbe, pero la Cruz permanecerá siempre inconmovible: Stat Crux dum vólvitur orbis…