23 DE SEPTIEMBRE
SANTA TECLA
VIRGEN Y MÁRTIR (SIGLO I)
DIECINUEVE siglos de distancia, Santa Tecla —flor de virginidad y de martirio— se nos ofrece en toda su lozanía como una de las más excelsas cumbres de perfección evangélica. Su fama ha traspasado las fronteras del tiempo y del espacio, hasta convertirla en «princesa encantada de un cuento mágico de santidad». Y es que su vida resume la vibración religiosa del primitivo Cristianismo... «Después del ejemplo de Judit, de Susana y de la hija de Jefté —dice San Isidoro de Damieta a unas religiosas de Alejandría — no podéis alegar debilidad en vuestro sexo. Pero, si aún no os basta, añadid el de la generosa heroína Tecla, tan célebre y renombrada por todo el mundo. Su vida es como una columna inquebrantable sobre la tierra, que será monumento eterno de su virtud». Por eso en la primitiva Iglesia, cuando se quería realzar los méritos de una mujer, se decía de ella que era «otra Tecla». Así llamaban San Jerónimo a Santa Melania y San Gregorio Niseno a su hermana Santa Macrina. Los más egregios Doctores, ya en sus escritos, ya desde la sagrada cátedra, han rivalizado en cantar las glorias de la Virgen «Protomártir» — Tecla no muere en el suplicio, pero es la primera mujer que expone su vida por la Fe—. No podemos ser exhaustivos: citamos sólo a San Agustín, que la pone por modelo en su libro contra Fausto; a San Epifanio que la coloca después de la Virgen María; a San Ambrosio, que le edifica una iglesia en Milán; a San Metodio, que en su célebre tratado El Banquete pone en labios de la Santa un elogio magnífico de la castidad; a San Juan Crisóstomo, en fin, de quien son estas palabras: «Me parece estar viendo todavía a la bienaventurada Tecla, ostentando en una mano la diadema de sus triunfos sobre las pasiones, y en la otra Ja guirnalda de sus sufrimientos, como si ofreciese al Señor de todas las cosas estos trofeos de su virginidad y de su martirio. ¿Acaso la virginidad no fue para ella un martirio anticipado más doloroso que el martirio mismo?»...
¡Cosa extraña! A pesar de que contados santos han tenido tantos y tan esclarecidos panegiristas, poco es lo que de su vida se sabe con certeza. Y ese poco, por un libro apócrifo: Actas de Pablo y Tecla. Aunque quizá en este caso, como en tantos otros, la leyenda, con sus detalles, nos ilustre más que la misma historia. Veremos, pues, a través de este prisma —eco de tradiciones venerandas —, el brillante triunfo de la virgen Tecla.
Nace en Iconio —hoy Kaniah—, ciudad de Asia Menor, hacia el año 30, en el seno de una familia preclara. Según San Metodio de Olimpo, estudia Letras y Filosofía. Llegada a edad casadera, sus padres la prometen en matrimonio a un joven de su misma condición, llamado Tamiro; pero en este momento sucede un hecho imprevisto que trastorna providencialmente su destino: la llegada de Pablo y Bernabé a Iconio. Tecla conoce al Apóstol y, por su boca, a Cristo. La nueva filosofía, la humilde, pero dulce y purísima simplicidad de la doctrina cristiana que a los judíos pareciera «dura y difícil de escuchar», a ella le parece un descubrimiento maravilloso. Y abraza la Fe. Un día, para poder hablar con San Pablo, encarcelado, da sus alhajas a los guardianes de la prisión. «Sacrificaba el oro y los adornos que llevaba —dice el Crisóstomo—, mostrándose más celosa de embellecer su alma con las invisibles gracias de la fe, que su cuerpo con el brillo de fulgente pedrería». El Apóstol la invita a ofrendar a Cristo el tesoro de su virginidad. Y, «a medida que él hablaba —afirma San Gregorio Niseno—, Tecla sentía
apagarse la fogosidad de su juventud; los hechizos de la hermosura se le volvían indiferentes, y se iba desvaneciendo en ella el atractivo de los sentidos: la palabra divina vivió ya en su alma como reina, al dar de mano a todo lo demás».
Este es el mojón más importante y decisivo en su ruta ascensional. Desde ahora puede repetir con verdad. las palabras de su Maestro en la fe: Mihi vívere Christus, et mori lucrum —para mí la vida es Jesucristo, y el morir una ganancia—, porque tendrán cruenta realidad en su carne...
En las oraciones de los agonizantes se lee esta invocación: «Líbera eum, Dómine, sicut liberasti Teclam de tribus atrocíssimis tormentis...». ¿Qué tormentos son éstos? Nos lo dicen las Actas. Acosada por su familia, perseguida por su novio, denunciada a las autoridades romanas, Tecla conoce las trápanas y los suplicios, y soporta las procacidades más audaces por amor a Cristo. El fuego y el agua respetan su carne virginal. Y «la leona que sale contra ella, adora a su presa, y, calmando su furor, se reviste de los sentimientos compasivos de que se han despojado los hombres».
El procónsul Castelio y el prefecto Alejandro, maravillados, la dejaron en libertad. Su celebridad llegó a ser enorme. Y la aprovechó con ardoroso celo para derramar las luces salvadoras que un día recibiera del ínclito Apóstol de las Gentes. Después se retiró a Seleucia de Tauro, en cuyas cercanías construyó una ermita, que fue para ella la antesala del paraíso, y sobre la que el emperador Zenón erigió el primer templo en honor de la Virgen «Protomártir». En las catedrales de Riez, Chartres, Milán y Tarragona se guardan preciosas reliquias de la primera mujer que con su abnegación e indomable energía abrió el camino a una legión de santas y heroínas...