viernes, 5 de septiembre de 2025

6 DE SEPTIEMBRE. SAN JUAN DE RIBERA, ARZOBISPO DE VALENCIA (1533-1611)

 


06 DE SEPTIEMBRE 

SAN JUAN DE RIBERA

ARZOBISPO DE VALENCIA (1533-1611)

HOMBRE eminente, aun sobre el friso de las muchas y formidables lumbreras de su tiempo, es el Beato Juan de Ribera —Obispo de Badajoz, Arzobispo, Virrey y Capitán General de Valencia, Patriarca de Antioquía—, de quien dijo Su Santidad Pío V que «era más digno que él de ocupar la Sede Apostólica». ¡Vida prócer en todos sus gestos!

Primogénito de don Perafán —Duque de Alcalá de los Gazules y de Cañete, Marqués de Tarifa, Conde de los Morales, Adelantado Mayor de Andalucía, Virrey de Cataluña y de Nápoles—, el nacimiento de Juan Evangelista de Ribera se fija en Sevilla a 20 de marzo de 1532 o 1533. Dotado de raros talentos sumamente aficionado al estudio, su juventud se sumerge en un ambiente de libros, liceos y cátedras que aguza su inteligencia y vigoriza su voluntad. En Salamanca, dos maestros famosos —Pedro de Soto y Juan de Ávila — orientan su vida bajo el lema «Piedad y Letras». Su feliz natural y el buen ejemplo de su padre facilitan la obra de la Gracia. Si su expediente académico es el de un superdotado, que a los diez años domina ya el griego y el latín, su virtud es la de un santo: lirio de pureza, cumple con exactitud las normas que para su perfeccionamiento espiritual le traza el Maestro Ávila; amigo de los pobres, vende su vajilla de plata para socorrerlos. i Ya se vislumbra el egregio triunvirato de caridad —gloria de nuestro Siglo de Oro— que, con Juan de Dios y Tomás de Villanueva, formará Juan de Ribera!...

Otro paso hacia la cumbre. Ordenado de presbítero en 1557, desempeña con gran acierto en Salamanca una cátedra de Teología hasta 1562, año en que, previa dispensa de edad, es promovido al obispado de Badajoz, siendo nombrado más adelante Patriarca de Antioquía y Arzobispo de Valencia.

Si la vida de Juan de Ribera en Salamanca se ciñe estrictamente a 'las normas trazadas por Ávila, su actuación episcopal tiene por pauta estas otras que su señor padre le escribe desde Nápoles; «Os encargo que con toda vuestras fuerzas trabajéis en cumplir con el oficio y dignidad en que Su Majestad os ha puesto: y que os trataréis con todos con toda humildad: y os acordaréis de los pobres para socorrer su necesidad, y que a ellos y a los ricos administraréis ros Sacramentos y les mostraréis el camino de salvarse. Oiréis a todos con blandura, y pasen por vuestras manos todos los más negocios que fuere posible, sin remitirlos a nadie. Miraréis que en vuestro Obispado no haya pecados públicos... Tened poco aderezo y muy honesto... Cuidad la hacienda, así porque la habéis de dejar a quien no es vuestro hijo, como porque aprovechándola podréis socorrer mejor las necesidades de los pobres, que esto os vuelvo a encomendar sobre todo»...

¡Digno padre de tal hijo y digno hijo de tal padre! Cerca de cuarenta años rige el Santo la Sede valenciana. Su celo, en las visitas, en la predicación, en la celebración de sínodos diocesanos, en la reforma de costumbres y de la Universidad, es infatigable. Sigue en todo las huellas de Santo Tomás de Villanueva e imita su ardiente caridad. Vende su pingüe patrimonio y lo -convierte en lo que él llama bolsa de los pobres hasta agotarlo. Nombrado Virrey y Capitán General, patrocina a los artistas y a los sabios, crea pósitos, dota a innumerables doncellas indigentes, emprende grandes obras en las que proporciona trabajo a millares de obreros, secunda. toda iniciativa buena. Como recuerdo de tanta actividad, queda en Valencia el famoso Colegio-Seminario de Corpus Christi, donde se guardan todos los autógrafos de su cuantiosa producción literaria. Su fama adquiere tales proporciones, que Felipe II, al recibir sus cartas las besó devotamente, y Pío V —santo también—, al nombrarle Patriarca de Antioquía, en público Consistorio ante los Cardenales, lo ensalza en estos términos: «Es lumbrera de España, singular ejemplo de virtud y bondad, dechado de santidad y gloriosas costumbres: tanto que yo me con: fundo oyendo lo que oigo decir de su humildad y modestia. Porque no sólo cumple con la obligación de Obispo, sino con la de Cura, ejercitándose en administrar los Sacramentos y llevar por sí mismo el Viático a los enfermos. Su vida es más de religioso que de Prelado y muchos obispes de España siguen sus pisadas y ejemplos».

Se ha querido hacer cargo a Juan de Ribera por favorecer la expulsión de los moriscos. Se olvida que su intervención en este asunto es en todo momento sabia y prudente, y su caridad heroica a veces. Trata reiteradamente de reducir a los alfaquíes a la Fe, con peligro de su vida. Les envía fervorosos misioneros, como San Luis Beltrán, Beato Gaspar Bono y el jesuita Jerónimo Mur. Les predica personalmente y publica para ellos una Instrucción cristiana. En las Cortes. de Monzón de 1585 les obtiene un trato más favorable por parte de la Corona. Pero los moriscos se muestran no sólo irreductibles, sino pérfidos y alevosos; por lo que, perdida toda esperanza de una absorción espiritual, se impone al cabo la expulsión, para evitar la ruina de la Patria.

Juan de Ribera ve el fin de su larga vida —que también en esto fue prócer — a los setenta y ocho años de edad. Adorador ferviente de la Eucaristía, de rodillas ante el Santísimo recibe el celestial galardón este hombre admirable, «cuya santidad todo lo merece», según frase del gran Felipe II.