jueves, 4 de septiembre de 2025

5 DE SEPTIEMBRE. SAN LORENZO JUSTINIANO, PATRIARCA DE VENECIA (1381-1456)

 


05 DE SEPTIEMBRE

SAN LORENZO JUSTINIANO

PATRIARCA DE VENECIA (1381-1456)

EL que habrá de ser primer Patriarca de Venecia viene al mundo en el seno de una familia linajuda y poderosa, entroncada por la línea paterna con la imperial estirpe de los Justinianos, y con la no menos noble de los Quirinos por la materna. Su nacimiento —Venecia, primero de julio de 1381— coincide con un momento histórico de gran decadencia moral, por lo que la divina Providencia —como a otros contemporáneos suyos, y aun familiares— lo señala en Jos umbrales de la vida para una misión salvadora...

— Pero ¿qué locuras son esas, hijo mío? ¡Si tienes una soberbia infernal! — exclama alarmada su santa madre, al ver que la exaltación caballeresca del muchacho —herencia de la sangre — empieza a turbar los años puros de su adolescencia con sueños de amores profanos y de humanas grandezas.

— No tienes que preocuparte, mamá —replica él sonriente— todavía me has de ver convertido en un santo.

Imposible discriminar a través de su enigmática sonrisa la sinceridad o ironía de estas proféticas palabras. Pero es indudable que la gracia divina, que realiza calladamente su labor, ha comenzado ya a trazar el perfil de la santidad en lo íntimo del corazón de Lorenzo Justiniano...

El paso decisivo en tan maravillosa transmutación tiene lugar a los veinte años. Nos lo cuenta él mismo. Oigámos le: «Era yo entonces como todos. Con ardor apasionado buscaba la paz en las cosas exteriores, sin encontrarla. Hasta que, un día, se me apareció una Virgen más brillante que el sol, cuyo nombre yo desconocía. Y acercándose a mí, me dijo con dulces palabras y rostro sonriente: «Oh joven amable, ¿por qué derramas tu corazón en cosas inútiles? Lo que buscas tan desatinadamente, te lo prometo yo, si quieres desposarte conmigo». Le pregunté por su nombre y alcurnia, y ella me dijo que era la Sabiduría de Dios. Le di mi palabra sin vacilación alguna, y, después de abrazarme, desapareció».

Allí terminó la vida del gentilhombre y comenzó la del santo.

¡Vocación heroica la suya! Hombre de palabra —caballero, al fin—, Lorenzo vence con hidalguía cuantos obstáculos se oponen a la realización de su nuevo ideal —familia, riqueza, sueños de gloria—, y se consagra a Dios por completo en el monasterio de San Giorgio in Alga, de Canónigos Regulares. Cuanto el amor a Cristo y el ingenio de los hombres inspiraron a los grandes penitentes y ascetas para mortificarse, lo practica desde el primer día este novicio. A alguien que quiere moderar sus rigores, le contesta en la exaltación jubilosa de todo su ser: «Veo que los mártires caminaron al cielo derramando la sangre, y los confesores macerando la carne; no encuentro otro camino». Así consigue ese perfecto dominio de facultades de que nos habla el biógrafo: (Siempre era igual: nadie le vio, ni conmovido por la ira, ni disipado por la prosperidad, ni turbado por el placer, ni encogido por el miedo, ni acobardado por el dolor».

La virtud característica de Lorenzo fue la humildad. Según él, la verdadera sabiduría consiste en convencerse de estas dos cosas: que Dios lo es todo y que el hombre no es nada. Pero no es un teorizador, sino un realizador. Venecia —la Venecia de sus triunfos— le ve limosnear de puerta en puerta. Y si su acompañante trata de evitar los lugares más concurridos, le dice: «Caminemos valientemente. Nada adelantamos con renunciar al mundo de palabra, si no lo hacemos de obra».

La humildad se convierte en martirio cuando los hombres se fijan en él para hacerle superior. En 1413 se ve obligado a asumir el generalato de la Orden.

Su celo de la observancia regular le ha merecido el título de «segundo fundador». En 1433 es nombrado Obispo de Castello, y en 1451, primer Patriarca de Venecia. «Mis entrañas— escribe al papa Eugenio IV al conocer su elevación al episcopado —se horrorizan, porque todo el mundo sabe que no poseo ni la ciencia, ni la virtud, ni la experiencia propia de un prelado. No comprendo cómo ban podido engañar de este modo a Vuestra Santidad».

Esta es la voz de la humildad. La realidad es muy distinta: exactamente todo lo contrario. «Siervo de los siervos de Dios» y «Esposo de la Sabiduría», Lorenzo «cumple su ministerio» perfecta y santamente. Su apostolado se reparte entre la palabra, la pluma y la caridad. El ejemplo de su celo pastoral, de su bondad, de su piedad y de su pobreza evangélica integral, son su mejor enseñanza. La denuncia pública de los escandalosos lujos de las damas, le atrae la enemiga de la aristocracia femenina. El asunto es llevado ante el Dux, el cual, después de oír al Santo, cae a sus pies exclamando: «Sois un ángel, Eminencia; continuad cumpliendo vuestro oficio como lo hacéis».

También es admirable su faceta de escritor sagrado. De su pluma erudita y mística salen libros incomparables de celestial inspiración, incomprensibles en un hombre tan agobiado de trabajos. Con la pluma en la mano le sorprendió la muerte, a punto de rematar su obra Grados de perfección. Este último lance fue también su lección postrera, porque al poner los pies en el cielo, se le escapó este grito de fe y esperanza: «¡A Ti voy, oh, Jesús!».

El nombre de Lorenzo Justiniano, exaltado por Alejandro VIII a la gloria de los altares, ilumina con luz vivísima los anales de la Iglesia Católica…