sábado, 15 de marzo de 2025

SÉPTIMO DOMINGO DE SAN JOSÉ CON SUS GOZOS Y DOLORES. Su muerte y resurrección

SÉPTIMO DOMINGO

Muerte y Resurrección de san José

LOS 7 DOMINGOS DE SAN JOSÉ 

CON EL REZO

DE SUS DOLORES Y GOZOS 

 

PARA CADA DOMINGO

 

Por la señal...

 

Salutación al Santo Patriarca 

¡Dios te salve, oh José, esposo de María, lleno de gracia!

Jesús y su Madre están contigo:

bendito tú eres entre todos los hombres

y bendito es Jesús, el Hijo de María.

San José, ruega por nosotros, pecadores,

ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

 

***

Puede leerse la meditación propuesta para cada uno de los domingos. Y se termina con el ejercicio de los Dolores y Gozos de san José.

 

 

SÉPTIMO DOMINGO

Muerte de San José. Su resurrección.

De la obra "VIDA DEL GLORIOSO PATRIARCA SAN JOSÉ" de d. Antonio Casimiro Magnat

 

Hablemos de la muerte de san José y de las principales circunstancias que la acompañaron.

Si la muerte de los Santos es preciosa delante de Dios, ¿cómo debió ser la del Santo Patriarca José? El venerable anciano murió como había vivido, es decir, en el más eminente grado de virtudes y de méritos. Cuando llegó el momento de exhalar el último suspiro, nos dice San Bernardino de Sena, la Divina Virgen se dirigió a Jesús: hijo mío, le dice, ved que José va a morir, y lloró la santísima Virgen, Jesús se puso al pie de la cama de José, que tenía continuamente los ojos fijos en él. Le faltaban las fuerzas para hablar, mas exhalaba aún entrecortados suspiros. Jesús le cogió la mano y le dijo: Padre muy amado, dejad este valle de miseria; id y llevad a vuestros padres está feliz nueva, decidles, que dentro de poco yo bajaré donde están ellos, para conducirles al celestial reino. Habiendo llegado la hora, José entregó su alma en las manos de los ángeles invisibles, que asistieron a su último combate, Jesús le cerró los ojos y los labios, y volviéndose a María le anunció que su casto esposo había muerto. Entonces el hijo de Dios, recordando los cuidados de José sus fatigas en la huida a Egipto, sus privaciones en el desierto, se entristeció, e inclinándose sobre su cuerpo inanimado, le abrazó largo tiempo, y mezcló sus lágrimas con las de la divina María.

Sus funerales se hicieron según la costumbre de la nación, pero sin esplendor ninguno exterior. Según San Gerónimo y el venerable Beda, el cortejo fúnebre tomó el camino de Jerusalén y se paró en el valle de Josafat, lugar escogido para enterrar santo cuerpo. Allí se abrió y construyó según la costumbre, un sepulcro, donde se colocaron los restos del Santo Patriarca.

 

¿De qué muerte falleció San José?

Según la tradición, San José durante los siete u ocho últimos años de su vida, fue visitado por la enfermedad y los sufrimientos; los largos y penosos viajes que había hecho, los padecimientos de corazón, los trabajos y las privaciones, habían alterado su constitución y arruinado completamente sus fuerzas. Aseguran que esto no fue para él sino un resto de vida tan lánguida, por lo que le fue preciso, según la decisión de Jesús y de María, entregarse al descanso. Observamos que la muerte de San José nada tuvo de sobrehumano. Y sin embargo, no fue una muerte ordinaria la de nuestro Santo Patriarca; los males y las enfermedades intervinieron no para producir la disolución de su vida, sino para concluir de embellecer su corona, y completar su eterna fortuna. Cuando llegó el tiempo de terminar su bella y santa vida, el mal debió alejarse y dejar obrar al amor. Tal es al menos la opinión de muchos autores distinguidos por su ciencia y virtudes, y tal es el sentir de San Francisco de Sales y San Alfonso María de Ligorio. Y ¿cómo hubiera podido morir José de otra manera, exhalando su último suspiro en los brazos de Jesús y de María? Había vivido de amor, y debió morir por amor. El corazón de José, era un foco ardiente de fuego, que no se consumía, y pudo llevarlo durante una larga vida, ¡porque las llamas de este corazón se escapaban por sus servicios como por otras tantas aberturas! Pero cuando estas vías se cerraron en un corazón tan activo, su corazón debió derretirse como la cera. Así podemos afirmar con toda seguridad, que la muerte de San José fue como la de su Santa Esposa, una muerte de amor. Esto lo reveló la Santísima Virgen a Santa Brígida.

 

¿Qué pensaremos de la resurrección de José?

Respetando la santa voluntad de Dios, que como dueño absoluto de todas las cosas, obra como quiere, debemos presumir que Dios no distribuye por casualidad sus favores, sus gracias y privilegios, sino que son al contrario merecidos debidamente. Luego si es así, tenemos todos los motivos para creer que San José fue del número de los muertos que resucitaron con Jesucristo y es lo que nos enseñan casi todos los doctores. ¿Cuáles fueron, en efecto, las razones que determinaron al Salvador en la elección de los muertos, que quiso restituir a la vida? ¿Fue determinado por su propio amor? José debió, pues, ser escogido el primero; porque de todos sus servidores fue a él a quien más amó. ¿Miró al amor que sus Santos le profesaron? José debió presentarse en primera línea, porque el más amado de los hombres, debió ser el más amante, y desde luego su vida está terminante para que sirva de testimonio. ¿Escogió con preferencia a aquellos que habían tenido relaciones estrechas con su santa humanidad? El derecho de José fue en este caso incontestable en virtud de su alianza con María y de su cualidad de padre adoptivo del Niño Dios. Es verdad que las Escrituras no nos dicen si estos resucitados murieron de nuevo o acompañaron a Jesucristo en su gloria. ¿Pero puede haber duda respecto de esto? ¿Y cómo, en efecto, podrían ver un favor en una resurrección seguida de una nueva muerte? Si la muerte es un castigo como nos enseña la Escritura, morir dos veces es ser doblemente castigado; es cierto que las almas de los Santos salieron del limbo gloriosas e inmortales: pero, como nos dicen San Ignacio, San Hilario y San Gerónimo, un alma no puede separarse de su cuerpo sin dolor, y el dolor es incompatible con la bienaventuranza. Luego podemos concluir que San José está hoy en cuerpo y alma en el cielo, y no temamos añadir que esta resurrección, que esta exaltación de San José, fue digna del Salvador, gloriosa para San José, y favorable a los hombres.

 

¿Cómo fue digna del Salvador la exaltación de José?

Si alguno merecía resucitar con el Salvador y acompañarle en cuerpo y alma al cielo para honrar su glorioso triunfo, era seguramente San José. Era justo que José, dice San Bernardino de Sena, después de haber vivido familiarmente en la tierra con Jesús y María, reinase como ellos eternamente en el cielo en cuerpo y alma. Es dulce oír el lenguaje sencillo de San Francisco de Sales, que quita la más mínima duda respecto de esto: hace hablar así San José a Jesús visitando el limbo: “acordaos, oh, Jesús que cuando vinisteis del cielo a la tierra, yo os recibí en mi estancia, en mi familia, y que apenas estuvisteis en el mundo, yo os recibí en mis brazos.  Ahora que Vos debéis ir al cielo, conducidme con Vos. Os he recibido en mi familia, recibidme ahora en la vuestra. Yo os he llevado en mis brazos, llevadme en los vuestros, y así como tuve cuidado de alimentaros y conduciros durante el curso de vuestra vida mortal, tened ahora cuidado de mi, y conducidme a la vida eterna.”

Era pues, digno del Salvador de los hombres que un padre adoptivo recibiese este honor supremo, que sólo podía hacer su exaltación perfecta. Pero si esto era digno del Salvador, creamos que el Salvador lo cumplió. Sigamos, pues, a José con nuestras miradas, alegrémonos de su triunfo.

 

¿Cómo la exaltación fue gloriosa para José?

El triunfo del antiguo José es a los ojos de los Santos la figura del esplendor celeste del nuevo José. El Salvador dijo al segundo, como Faraón al primero: “Yo os escojo desde hoy para reinar sobre todo mi imperio; yo no tendré sobre vos, sino el trono y la cualidad de Rey; quiero que todo el mundo doble la rodilla delante de vos, y que todos os reconozcan como depositario de mi poder”. Al mismo tiempo fue investido de una gloria inmensa.

El Señor, dice San Gregorio Nacianceno, ordené en él, como en un sol, las luces de todos los Santos, y le dio como refiere el piadoso Bernardino de Bastos: “una de las llaves del paraíso, reservando la otra para su madre, y queriendo que en adelante no entrasen en el cielo sino por su poderosa mediación”. Tal es la fe de la Iglesia, que nos lo ofrece como servidor prudente y fiel, establecido en la tierra sobre la primera familia, y en el cielo sobre todos sus bienes. Es fuera de duda, dice San Bernardino de Sena, que nuestro Señor no le rehusó en el cielo la familiaridad y el respeto, con que le honró en este mundo, como un niño a su padre; sino que al contrario, fue todavía más afectuoso y más adicto.

Unámonos a tanta gloria como hijos adoptivos de José; alegrémonos en su elevación, y seamos celosos por su culto.

 

¿Cómo fue favorable a los hombres la exaltación de José?

Así como la gloria de José fue un homenaje a sus méritos, del mismo modo el poder con que Dios le honró es un recurso en nuestras necesidades. No podemos dudar de ningún modo, dice San Francisco de Sales que este glorioso Santo tenga mucho crédito en el cielo, cerca de aquel que tanto le ha favorecido y que elevó en cuerpo y alma.

 

DOLORES Y GOZOS DE SAN JOSÉ 

1° DOLOR Y GOZO. 
Ignorando el misterio de la encarnación, quiere José abandonar a María su esposa embarazada: ¡qué dolor! Mas un ángel le revela que María ha concebido por obra del Espíritu Santo: ¡qué gozo! 
 Padrenuestro, Avemaría y Gloria. 
2° DOLOR Y GOZO. 
Nace Jesús en suma pobreza: ¡qué dolor! Mas le ve adorado de los ángeles, pastores y reyes: ¡qué gozo! 
Padrenuestro, Avemaría y Gloria. 
3° DOLOR Y GOZO. 
Derrama Jesús sangre en su circuncisión: ¡qué dolor! Mas oye de boca del ángel que se llamará Jesús y salvará a su pueblo: ¡qué gozo!

Padrenuestro, Avemaría y Gloria. 
4° DOLOR Y GOZO. 
Profetiza Simeón la Pasión de Jesús: ¡qué dolor! Pero anuncia sus frutos y su gloria: ¡qué gozo!

Padrenuestro, Avemaría y Gloria. 
5° DOLOR Y GOZO. 
Huye de noche precipitadamente a Egipto por salvar a Jesús y María: ¡qué dolor! Mas caen los ídolos de Egipto y Jesús queda libre del furor de Herodes: ¡qué gozo! 
Padrenuestro, Avemaría y Gloria. 
6° DOLOR Y GOZO

Ha de volver a Judea, donde reina Arquelao, no menos cruel que su padre Herodes: ¡qué dolor! Mas el ángel le disipa toda inquietud: ¡qué gozo!

Padrenuestro, Avemaría y Gloria. 
7° DOLOR Y GOZO

Pierde tres días a Jesús: ¡qué dolor! Mas le halla en el templo asombrando a los doctores con la sabiduría de sus preguntas y respuestas: ¡qué gozo! 
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Para finalizar, añádase: 
ANTÍFONA.
Este es el siervo fiel y prudente a quien el Señor constituyó sobre su familia.
V/. Ruega por nosotros, glorioso san José.
R/. Para que seamos dignos de las promesas de Jesucristo 
Oremos: OH Dios, que en tu inefable providencia, te has dignado elegir a san José por esposo de tu santísima Madre; te pedimos nos concedas que, venerándolo como protector en la tierra, merezcamos tenerle como intercesor en el cielo. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

 

Por el santo Padre, por su persona e intenciones para ganar las indulgencias concedidas a esta devoción.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

***

Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.

Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía.

Jesús, José y María, en vos descanse en paz el alma mía.

***

Ave María purísima, sin pecado concebida.

***

¿En qué consiste esta devoción y que indulgencias tiene? Consiste en hacer memoria de los 7 dolores y gozos de san José, con su Padrenuestro, avemaría y gloria en cada uno de ellos, durante 7 domingos consecutivos. Puede hacerse en cualquier época del año, pero habitualmente se realiza como preparación a la fiesta del Santo del 19 de marzo, comenzando 7 domingos antes de la fiesta.

 

La Iglesia ha concedido Indulgencias  a esta devoción:

¾  1ª 300 días de indulgencia cada domingo, rezando durante siete domingos consecutivos en el curso del año, a elección de los fieles, los siete gozos y siete dolores de san José, y el séptimo domingo se puede ganar además una indulgencia plenaria. (Gregorio XVI, 22 de enero de 1836).

¾  2ª Indulgencia plenaria en cada domingo, aplicable a las almas del purgatorio. Los que no saben leer o no tienen la deprecación de los siete dolores y gozos, pueden ganar esta indulgencia rezando en los siete domingos siete Padrenuestros con Avemaría y Glorias. (Pio IX, 1 de febrero y 22 de marzo de 1847).

 

Para ganar tan preciosas indulgencias, son condiciones precisas para cada domingo:

1.    Confesar, comulgar y orar un rato a la intención del Papa. Una confesión sirve para lucrar varias indulgencias plenarias en días distintos en el margen de 8 días antes o después de la confesión. Por cada una de indulgencia plenarias que se quieran lucrar es necesario cumplir la obra prescrita, la comunión y el rezo por el Papa.

2.    Rezar o hacer el ejercicio de los siete dolores y gozos de san José. Al menos, 7 padrenuestros, avemarías y glorias, en honor de ellos.

3.    Que los siete  domingos sean consecutivos, porque si hubiese interrupción, aunque fuera involuntaria, debería empezarse de nuevo.

 

Aunque no se requiere para ganar las indulgencias la meditación o consideración detenida y amplia acerca de la vida, virtudes, dolores y gozos del Santo Patriarca, es buena ocasión para para conocerle mejor y así amarle más, detenerse en la contemplación de los misterios de la vida de san José.

No dudes, devoto josefino, que según sea tu confianza,  será el despacho de tus ruegos. Espera mucho, espéralo todo  de la intercesión poderosa de san José, y verás grandes cosas.

Pruébalo y lo verás por experiencia.